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Las cuatro virtudes que Alfonso X atribuía a los adalides y el “ansia infinita de paz” de Zapatero
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Jesús Cacho

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Las cuatro virtudes que Alfonso X atribuía a los adalides y el “ansia infinita de paz” de Zapatero

Alfonso X, el llamado Rey Sabio, pronunció una de esas sentencias que vienen como anillo al dedo a la hora de enjuiciar las habilidades del presidente

Alfonso X, el llamado Rey Sabio, pronunció una de esas sentencias que vienen como anillo al dedo a la hora de enjuiciar las habilidades del presidente del Gobierno que nos gobierna, José Luis Rodríguez Zapatero: “Quatro cosas dixeron los antiguos que deben haber en si los adalides: la primera sabidoria, la segunda esfuerzo, la tercera buen seso natural, la quarta lealtad”. Me temo que ninguna de esas cualidades adornan el carácter de nuestro singular adalid del momento, pero eso a estas alturas es lugar común entre una mayoría de españoles, y me temo también que su constatación sirva de magro consuelo para los españoles de bien con un poco de “sabidoria”, una pizca de “esfuerzo”, cuarto y mitad de “seso natural” y un ápice de lealtad.

Ayer, la organización terrorista ETA –gran scoop, uno más, por cierto, el que Oscar López Fonseca se apuntó ayer para disfrute de los lectores de El Confi- anunció lo que todos nos maliciábamos: que el atentado de la T-4 de Barajas no buscaba víctimas mortales –dentro del ya acrisolado y criminal cinismo de la banda, porque sólo quien pone bombas puede causar muertos y es, por tanto, responsable único de esas muertes inocentes-, y que el proceso de paz sigue vigente.

A falta de la explicación detallada del comunicado, prevista para esta mañana, se trata de un regalo envenenado para José Luis Rodríguez, o tal vez no, quién sabe con tamaño personaje, tal vez sea la disculpa que el presidente por accidente estaba buscando para seguir en sus trece, uncido al carro que conducen los violentos hacia el idílico reino del caserío vascotarra, muy lejos del mundo globalizado y muy cerca del paraíso socialista.

Imagino las carreras y conciliábulos que la nueva maldad de ETA provocaría ayer en Moncloa, cónclave de hermeneutas, expertos en el viejo arte de interpretar las entrañas del ave asesinada por los señores de las pistolas. Porque el Gobierno llevaba días mareando la perdiz, dándole hilo a la cometa, queriendo ganar tiempo en espera del comunicado aclaratorio de la banda. El texto del mismo que, ya digo, conoceremos hoy, abre la vía a una situación ciertamente insólita en el seno del PSOE.

Por un lado, Alfredo Pérez Rubalcaba, que ayer, en entrevista concedida al NYT, marcó un rumbo inequívoco al que seguramente se apuntarían muchos españoles votantes del PP: con ETA ya no hay nada que negociar y la única vía de futuro que les queda es deponer las armas. Le faltó decir que deponer las armas y rendirse, consecuencia lógica, desde el principio de los tiempos, de todo aquel que, tras fiarlo todo a la violencia, acepta su derrota. De modo que, por un lado, Rubalcaba, y sospecho que buena parte, gran parte del PSOE clásico, el que hemos conocido desde la muerte de Franco antes de que en el horizonte apareciera este pintoresco personaje con ínfulas de Mahatma Gandhi.

Y por otro, Zapatero y su guardia de corps, un tipo absolutamente obcecado en el diálogo con los violentos, en la negociación, ergo en la cesión ante los terroristas de partes o retazos del Estado de Derecho que un Estado de Derecho digno de tal nombre no puede jamás ceder ante las pistolas. Porque lo que José Luis Rodríguez ignora, en su bobalicona “ansía infinita de paz”, es aquello que Ernst Bloch llamaba “la dignidad de la andadura vertical y del paso erguido del hombre”, es decir, la negativa radical del hombre libre a vivir de rodillas, a ceder ante el chantaje terrorista, idea asociada a la ética como motor de la vida humana y del trabajo en pro de la libertad, la solidaridad y la dignidad de sus semejantes.

Consideraciones estas básicas a la altura del nuevo siglo en que vivimos, que el leonés que nos gobierna parece desconocer, dispuesto como está a agarrase al clavo ardiendo que le ofrezca ETA para seguir negociando, en la creencia de que él personalmente tiene poco que perder -otra cosa es lo que puedan perder los españoles en términos de libertad y prosperidad-, en la esperanza de alcanzar algún tipo de ventaje o medro privado que le catapulte a la renovación de su mandato, que a eso se reduce todo, a un problema de Poder.

Ese escenario de ruptura podría cristalizar en el Gobierno y en el propio PSOE, castillos más grandes han caído, por más que el “centralismo democrático” que tan bien conocimos quienes militamos en el PCE, imponga el cierre de filas de puertas afuera, más si cabe teniendo en cuenta las vísperas electorales que vivimos, y la necesidad de estar a bien con quien controla el aparato para entrar en las listas. En esa ruptura, en esa divisoria entre el PSOE clásico, el de Rubalcaba, y el del nuevo partido dizque radical que representa Zapatero, el Partido Popular, ¡cosas tiene la vida!, estaría ciertamente alineado con las tesis de Rubalcaba.

¿Y el PP? ¿Qué debería hacer el PP en una situación tan fluida, tan cambiante, tan llena de peligros como la que hoy vivimos? No seré yo quien se atreva a dar consejos a Mariano Rajoy, que eso queda para los esclarecidos predicadores dominicales, pero parece evidente que en el PP tiene también que estar teniendo lugar la pugna o el debate, como quieran llamarlo, entre las dos líneas que han venido marcando el pulso de la derecha desde el 14-M: la de los duros, partidarios de la política de tierra quemada, y la de quienes consideran que la situación requiere toneladas de eso que los italianos llaman finezza.

Alfonso X, el llamado Rey Sabio, pronunció una de esas sentencias que vienen como anillo al dedo a la hora de enjuiciar las habilidades del presidente del Gobierno que nos gobierna, José Luis Rodríguez Zapatero: “Quatro cosas dixeron los antiguos que deben haber en si los adalides: la primera sabidoria, la segunda esfuerzo, la tercera buen seso natural, la quarta lealtad”. Me temo que ninguna de esas cualidades adornan el carácter de nuestro singular adalid del momento, pero eso a estas alturas es lugar común entre una mayoría de españoles, y me temo también que su constatación sirva de magro consuelo para los españoles de bien con un poco de “sabidoria”, una pizca de “esfuerzo”, cuarto y mitad de “seso natural” y un ápice de lealtad.