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Chávez acelera la conversión de Venezuela en una nueva Cuba, mientras huye la inversión extranjera
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Jesús Cacho

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Chávez acelera la conversión de Venezuela en una nueva Cuba, mientras huye la inversión extranjera

El sin par Hugo Chávez tomó ayer posesión de su cargo como presidente venezolano para los próximos seis años, decidido a convertirse en capo vitalicio, es

El sin par Hugo Chávez tomó ayer posesión de su cargo como presidente venezolano para los próximos seis años, decidido a convertirse en capo vitalicio, es decir, en dictador de un país convertido a su vez en una especie de Cuba bis, una nueva República Socialista en el Caribe, última gota que al pueblo venezolano le queda por apurar del cáliz del fracaso colectivo encarnado durante generaciones por unas oligarquías cleptómanas, sólo preocupadas por llevarse la pasta a Miami.

De aquellos polvos vienen estos lodos. La lava que expele el volcán Chávez, con toda su carga de populismo atrabiliario, amenaza con sepultar definitivamente cualquier esperanza de convertir Venezuela en una democracia a la occidental, en un Estado de Derecho garante del funcionamiento de una economía de mercado capaz de, con sus riquezas naturales por palanca, hacer posible una vida de progreso en libertad para 25 millones de venezolanos.

Que Hugo Chávez Frías está decidido a convertirse en el Castro venezolano –y hacerlo a cara descubierta, pisando el acelerador a fondo- quedó claro al anunciar, 48 horas antes de su nueva investidura, que pedirá a la Asamblea Nacional poderes especiales para legislar y hacer realidad esa nueva República Socialista de Venezuela. “Adelanto mi solicitud para una Ley Habilitante revolucionaria (...) Ya tenemos el documento preparado, estamos haciendo las últimas revisiones para enviarlo en los próximos días a la Asamblea Nacional y solicitar poderes especiales, para nosotros allá en el gabinete hacer un conjunto de leyes revolucionarias”.

Esas leyes revolucionarias no se han hecho esperar. En efecto, casi de forma simultánea, el espadón venezolano adelantaba su decisión de acabar con la autonomía del Banco Central y nacionalizar la telefonía, los medios de comunicación y el proceso de mejoramiento de petróleo pesado, sectores que incluyen toda una serie de empresas consideradas estratégicas por el chavismo, entre ellas, la Compañía Anónima Nacional Telefónica de Venezuela (CANTV), el antiguo monopolio de telefonía privatizado en 1991, donde la española Telefónica, que no ha abierto la boca hasta el momento –tampoco Repsol, por cierto-, cuenta con una participación del 6,9%.

En la ceremonia celebrada ayer ante el pleno de la Asamblea Nacional, Chávez juró “por Cristo, el más grande socialista”, entregar su vida a “la construcción del socialismo venezolano, de un nuevo sistema político social y económico”. El Tirano Banderas del Orinoco, que se acogió a los ideales de Marx y Lenin, poniendo en evidencia la ensalada ideológica de cariz totalitario que padece (“soy del linaje de Trotsky, de la revolución permanente”), aseguró que “estamos en un momento existencial de la vida venezolana. Nosotros vamos al socialismo y nada ni nadie podrá evitarlo”. Por si había alguna duda, terminó parafraseando el célebre grito del Ché Guevara de “patria, socialismo o muerte”.

La escalada del espadón venezolano ha sido ciertamente llamativa en los últimos días, después de que decidiera no renovar la concesión a Radio Caracas Televisión, verdadero jaque mate a la libertad de expresión en Venezuela. La verdad es que si el asunto no fuera dramático en términos de libertad para tantos venezolanos, lo de Chávez sería un esperpento valleinclanesco con el que hartarnos a reír. Así, al cardenal católico Jorge Urosa, que ha mostrado su preocupación por la deriva del Régimen hacia el totalitarismo, le ha recomendado “zapatero a tus zapatos. Ahora vienen los sacerdotes a exigir que les expliquemos qué es el socialismo, vayan a los libros y lean a Marx, hombre, que bastante se supone que han estudiado y si no lo han hecho, estudien...”

Mientras tanto, el espíritu del chavismo corre como la pólvora por todo el continente. Una de las primeras entrevistas que sostendrá Daniel Ortega como nuevo presidente de Nicaragua –hoy mismo, y en presencia del Príncipe Felipe- será, naturalmente, con Chávez, con quien suscribirá un sustancioso acuerdo marco de cooperación bilateral que, en definitiva, significará enchufar a la muy necesitada Nicaragua la manguera de los petrodólares venezolanos. De eso se trata, de exportar la revolución.

Y en Paraguay, el obispo Fernando Lugo, candidato presidencial a las elecciones del 2008 en aquel país, se declara admirador del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, al tiempo que elogia al mandatario boliviano, Evo Morales, otra criatura de Chávez, de la que muchos bolivianos empiezan ya a desencantarse. Está por ver si el llamado obispo bolivariano del Paraguay sería capaz, caso de ganar las elecciones, de garantizar las libertades individuales básicas que sus admirados alevines totalitarios se pasan por el arco del triunfo.

Como no podía ser de otro modo, el anuncio de las nacionalizaciones de Chávez repercutió en las bolsas de todo el mundo, incluida la española, con los tenedores de bonos venezolanos intentando desprenderse de los mismos a toda prisa. El martes, la de Caracas se desplomó casi un 19%, mientras las acciones de CANTV se despeñaban más de 34% en la de Nueva York, que decidió suspender la cotización del título.

Y es que las nacionalizaciones, con una larga historia de fracasos en todo el mundo, no garantizan en absoluto la construcción de economías modernas, antes al contrario, anuncian modelos de economías ineficaces y no competitivas, regresivas, en suma, en tanto en cuanto provocan una grave erosión de la confianza empresarial y la huida generalizada de la inversión extranjera. El corolario es aislamiento y pobreza a largo plazo, por más que el reparto de subsidios producto del petróleo produzca el espejismo de haber acabado con las desigualdades. Pan para hoy y hambre para mañana. Así están las cosas en Latinoamérica.

El sin par Hugo Chávez tomó ayer posesión de su cargo como presidente venezolano para los próximos seis años, decidido a convertirse en capo vitalicio, es decir, en dictador de un país convertido a su vez en una especie de Cuba bis, una nueva República Socialista en el Caribe, última gota que al pueblo venezolano le queda por apurar del cáliz del fracaso colectivo encarnado durante generaciones por unas oligarquías cleptómanas, sólo preocupadas por llevarse la pasta a Miami.