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¿Qué nos ofrece Mariano Rajoy para poder votarle?
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Jesús Cacho

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¿Qué nos ofrece Mariano Rajoy para poder votarle?

No cabe duda de que Mariano Rajoy, ese misterioso Guadiana que dirige los destinos del Partido Popular, suele acertar de lleno con sus juicios en

No cabe duda de que Mariano Rajoy, ese misterioso Guadiana que dirige los destinos del Partido Popular, suele acertar de lleno con sus juicios en las escasas ocasiones en que, tras discurrir sumergido semanas enteras por las sentinas de Génova, sale a la superficie para recordarnos que existe, y además piensa, y piensa bien y habla mejor, y dice cosas llenas de sentido, que millones de españoles en sus cabales estarían dispuestos a hacer suyas.

Ayer, por ejemplo, en la clausura de la Conferencia Política del PP, Rajoy realizó en los primeros párrafos de su discurso un resumen casi perfecto de lo ocurrido en la Legislatura, al tiempo que planteó la duda esencial que embarga a cientos de miles de ciudadanos de centro derecha que hoy se preguntan a quién votar en marzo. Dijo así nuestro hombre: “Ahora que están a punto de cumplirse cuatro años de disparates encadenados; ahora que todo el mundo percibe la posibilidad de que este delirio termine, ahora es cuando la gente se vuelve hacia nosotros y pregunta ¿qué dice el Partido Popular? ¿Qué nos ofrece?”

Esas son las preguntas que se hacen millones de españoles que desearían votar a la derecha, pero no están dispuestos a hacerlo a cualquier precio. ¿Qué ha hecho el PP en los casi cuatro años transcurridos desde marzo de 2004? ¿Qué nos ofrece Mariano Rajoy para poder votarle? Con España sometida a una de las más graves crisis de identidad de su Historia, ¿qué medidas revolucionarias plantea para ilusionarnos con el voto PP? Tiene razón cuando dice que “a los otros [Zapatero and Co.], la gente no necesita preguntarles nada. Ya los conoce. Ya sabe que no hacen planes, que improvisan, que viven a golpe de ocurrencias y gestos para la galería. Demasiado bien sabe la gente lo que le espera si éstos logran hacerse otra vez con el Gobierno. Lo que pregunta la gente es si estamos preparados para poner remedio eficaz a esta situación”.

Y la triste verdad es que Rajoy y el PP han perdido cuatro años de manera lastimosa, o a mí me lo parece, de forma que la elite dirigente del partido que el 9 de marzo de 2008 encabezará las listas a las elecciones generales es la misma, exactamente la misma, que perdió las del 14 de marzo de 2004. Cuatro años a beneficio de inventario. Cuatro años dilapidados, que tendrían que haber sido empleados en transformar el partido, modernizarlo, soltar el lastre que representan los pesos muertos del 11-M y sintonizar su discurso con la nueva realidad social española. Nada o muy poco se ha hecho en este sentido.

Lo escribí hasta la reiteración en los meses que siguieron al 14-M. El 9 de mayo de aquel año dije en El Mundo que “Rajoy aparece como un rehén en manos de la escolta que Aznar ha colocado en su derredor, policía dispuesta a vigilar las acampadas del candidato como Natham Rothschild vigilaba las de Napoleón desde las colinas de Waterloo (...) Rajoy tiene que abordar la imprescindible refundación del PP, el abandono de la vieja epidermis de AP y su conversión en un partido de moderna derecha de talante liberal, carente de perjuicios heredados del franquismo, capaz de hacer realidad esa España abierta, rica y solidaria, adelantada de las reformas, que debe desempeñar el nuevo PP. Un camino, no precisamente de rosas, que pasa por hacer realidad la vieja tesis freudiana de matar al padre. En efecto, Rajoy está obligado a matar a Aznar, cortar el cordón umbilical que le une a Aznar, derribar la estatua del líder, desaznarizar el PP y hacer autocrítica, mucha autocrítica, para sentar las bases de ese partido nuevo. Un envite muy complicado para un hombre del que, falto de apoyos y rodeado por el enemigo, nadie sabe si realmente dispone de la fibra moral y política suficiente para librar esa batalla”.

Dejo a su opinión el juicio que el líder del PP les merece en lo que a tales virtudes atañe, pero es bastante evidente que Rajoy no ha hecho los deberes, no ha tocado la estructura y el equilibrio de poderes en el PP, y se ha dedicado a ver pasar los barcos sentado en el muelle de la bahía, que decía la vieja canción, mientras en frente, el hombre al que el drama del 11-M llevó en volandas a La Moncloa metía en dique seco la nave colectiva salida de la Constitución de 1978 y comenzaba a desguazarla para sustituirla por algo que suena a Estado Federal, pero que no es exactamente eso sino todo lo contrario, porque nadie sabe exactamente qué hay en la cabeza del bombero pirómano que hoy nos gobierna.

El resultado de la pereza que se ha adueñado de Rajoy y el PP estos años a la hora de hacer su homework es que, a pesar de los dislates cometidos por el Gobierno Zapatero, el PP no solo no le saca varios puntos de diferencia en intención de voto, como sería lógico pensar a tenor de lo ocurrido, sino que, muy al contrario, en el Partido Socialista reina la impresión generalizada de que las elecciones de marzo van a ser un paseo militar para el Zapatero prodigioso que nos gobierna, hasta el punto de que el propio interesado se ha visto este fin de semana, ante su Comité Federal, en la obligación de llamar la atención a los prebostes del partido para pedirles que no se relajen y den por hecha la victoria.

De modo que, señor Rajoy, está muy bien eso de prometer “la reforma fiscal más importante de la democracia” si gana las próximas generales, y eximir del IRPF a quienes ganen menos de 16.000 euros, y subir las pensiones más bajas... Está pero que muy requetebién la revolución, anunciada el sábado por Arias Cañete, que para los organismos reguladores supondría la elección de sus responsables para un mandato no renovable de 6 años... Todo está muy bien, pero eso es pretender curar un cáncer con una aspirina, porque, al margen de que cosas más o menos parecidas puede ofrecerlas del PSOE, lo fundamental es que la enfermedad española no se cura hoy con una píldora fiscal, que el mal es mucho más profundo, más grave, y exige soluciones mucho más radicales, precisamente en línea con lo apuntado en la segunda parte de su discurso de ayer, la de esa reforma constitucional “que nos devuelva la estabilidad perdida” y nos haga sentir de nuevo confortables y confortados en nuestra condición de españoles.

Pero ahí no acaba de arrancarse de una vez Mariano Rajoy, cuando está claro que ese es el toro que hay que coger por los cuernos. Plantear esa reforma constitucional –algo que, por cierto, solo puede defenderse desde la perspectiva de la regeneración democrática que reclaman nuestras instituciones-, implica de nuevo “disponer de la fibra moral y política suficiente para librar esa batalla”. Por desgracia, y a falta de tres meses para las generales de marzo, los españoles seguimos sin saber si el candidato del PP va a ser capaz siquiera de plantearla. Señor Rajoy: somos muchos los ciudadanos que deseamos votarle no solo desde el corazón, sino desde la razón, pero para hacerlo necesitamos que nos dé usted argumentos de peso suficientes. Seguimos esperando. El tiempo se acaba.

No cabe duda de que Mariano Rajoy, ese misterioso Guadiana que dirige los destinos del Partido Popular, suele acertar de lleno con sus juicios en las escasas ocasiones en que, tras discurrir sumergido semanas enteras por las sentinas de Génova, sale a la superficie para recordarnos que existe, y además piensa, y piensa bien y habla mejor, y dice cosas llenas de sentido, que millones de españoles en sus cabales estarían dispuestos a hacer suyas.