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El viaje y las alforjas de Rodrigo Rato
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Jesús Cacho

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El viaje y las alforjas de Rodrigo Rato

¿No estás cansado de estas historias, Rodrigo? Le pregunté un día de primeros de julio de 2003, en su despacho del Paseo de la Castellana, overlooking

¿No estás cansado de estas historias, Rodrigo? Le pregunté un día de primeros de julio de 2003, en su despacho del Paseo de la Castellana, overlooking la Plaza de Cuzco. “Sí, estoy hasta los cojones, pero como no hay solución, pues no hay más remedio que aguantar y tomárselo con resignación cristiana”, me respondió campanudo. El Madrid de aquel verano era ya un hervidero de rumores en torno a la dirección que el divino dedazo de Aznar tomaría a la hora de nombrar sucesor a la silla gestatoria de Moncloa, procedimiento democrático donde los haya, golpe del que la derecha española no se ha recuperado aún.

Rato creía tener todas las cartas, todo el currículo, todo el pedigrí para ser el elegido, y tan seguro estaba de sus posibilidades que llegó a advertir en público al condukator de los riesgos del susodicho dedazo, algo que fue considerado como una clara advertencia a Jose. “Es que yo creo que no va a ser un dedazo. Ni a él ni a nosotros nos conviene que lo sea, que eso se vea como una decisión personal, porque al que salga le vendrá bien contar con la mayor legitimidad posible. Y lo que nos conviene a todos es ganar las elecciones. El ha dicho que no va a sorprender, que va a ser predecible, y eso hay que tenerlo muy en cuenta, porque quiere decir que se va a mover en los parámetros de lo que el partido hoy consideraría normal, y eso permite descartar sorpresas y aventuras”.

Inteligente, trabajador sin pasarse, sabiendo lo justo de Economía –se aprendía muy bien la lección, eso sí, y luego la explicaba de maravilla-, su bastión, su as en la bocamanga eran los brillantes resultados económicos logrados desde el 96 en adelante. Y su problema, la trama de intereses empresariales que le rodeaba y que le había ayudado a evitar la quiebra del grupo de empresas familiar de los Rato Figaredo. Aquel mes de julio, acababa de colocar a dos amigos, Tato Goya y Santiago Cobo, el propio de Teófila Martínez, en el consejo de Gas Natural, sin saber nada de gases ni falta que hace. Era el talón de Aquiles de Rato. Cerrando el círculo, la señora del presidente, cherchez la femme! , que literalmente no podía soportar al elegante asturiano en derredor.

Lo más peligroso, con todo, para las aspiraciones presidenciales de Rodrigo Rato descansaba sobre la mesa de trabajo José María Aznar y tenía forma de dossier: un completo trabajo realizado por los fontaneros del presidente en Moncloa, centrado en las amitiés dangereuses empresariales del aspirante y obviamente destinado a cerrarle el paso a la sucesión. Lo que siguió es de sobra conocido. Cabe decir, en honor de Aznarín de Tarascón, que luego se batió el cobre como los buenos ante su gran amigo George [Bush] para lograr colocar al asturiano al frente del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Lo anterior permite concluir con cierta rotundidad que cuando don Rato instaló sus enseres en Washington entre la alegría de Juan Español (¡habíamos colocado a uno de los nuestros en lo más alto, leñe!), enterró bajo siete capas de tierra sus opciones de vuelta a la política. También sus aspiraciones. Agua pasada. Don Rodrigo, que tiene poco pelo pero ninguno de tonto, no estaba ya para mantener encendido el humero de la calle Génova, sino para ganar dinero de verdad cuando, felizmente cumplido su mandato, dejara la dirección general del FMI. Por eso ayer resultaban tan enternecedoras algunas explicaciones según las cuales había adelantado el anuncio de su fichaje por Lazard, para evitar la presión a que se iba a ver sometido para figurar en las listas del PP. Una de risas, porque la pura verdad es que Don Mariano no le llama ni para pedirle agua.

Todo se vino abajo cuando, inopinadamente y en pleno escándalo en torno al Banco Mundial, nuestro hombre anunció que se iba, dejaba el cargo, se largaba con viento fresco. Quería estar más cerca de su familia en Madrid, fue el comentario piadoso que aportó por toda explicación, como si hoy viajar a Washington significara embarcar en Vigo, tal que en el XIX, en un barco de vapor rumbo a lo desconocido. Por eso el anuncio de ayer, su fichaje como senior managing director de un banquito privado de la City, un banco de negocios prestigioso, sí, pero de segunda fila (no es un Goldman, ni un Citi, ni un JP Morgan, ni un Lehman), dejó al personal boquiabierto bajo las luces navideñas de los madriles. Una palabra en todas las bocas: ¡alucinante!

Porque para ese viaje no hacían falta alforjas. Y porque ahora los malpensados tienen razones de sobra para seguir maquinando que en su salida del FMI hay yankee encerrado, cuando a lo mejor no había más que simple hartazgo. Aun en ese caso tendría que haber aguantado hasta el final de su mandato, en lugar de salir corriendo presto a ganar dinero. Todo un papelón, porque los problemas de familia persisten, ya que si bien Londres está bastante más cerca de Madrid que Washington, tampoco es que sea precisamente Chamberí. Don Rodrigo, en suma, ha dejado en mal lugar, pésimo diría yo, a España y a quienes apoyaron de buena voluntad su pase a la dirección del FMI.

Y luego está la calidad del cargo que va a ocupar, que ahí parece que el asturiano ha descendido varios escalones de golpe. Es normal que un secretario de Estado como Guillermo de la Dehesa fiche por el Banco Pastor, pero que quien ha sido durante 8 años vicepresidente y ministro de Economía del Gobierno de España, además de número uno del FMI, lo haga por una casa de m&a londinense, buena pero nada más, es algo que llama poderosamente la atención. Su antecesor en el Fondo, Horst Köhler, es hoy presidente de la República Federal de Alemania. Una diferencia. Tres millones de euros dicen que tienen la culpa. “No cabe duda de que dará a Lazard muy buen advise, pero Rodrigo va a tener que salir a la calle a buscar negocio, y ¿dónde va a oficiar de door opener sino en España? La competencia va a ser brutal aquí”, contaba anoche un banquero de negocios madrileño.

También ha tenido sus dosis de mala suerte. Porque la oferta que le hizo tilín, la de La Caixa del amigo Fainé, se la frustró involuntariamente este diario al publicarla con varios meses de antelación. Sorry. Mala suerte también con la superoferta que Charles Prince, chairman & CEO de Citigroup, le había formulado para ser el responsable en Europa del tradicionalmente considerado primer banco del mundo. He ahí un empleo potente. Pero Prince fue fusilado al amanecer de un oscuro día de noviembre pasado, a consecuencia de la crisis de las subprime, y los sueños de Rato se perdieron en la noche con ruido de cristales rotos.

¿No estás cansado de estas historias, Rodrigo? Le pregunté un día de primeros de julio de 2003, en su despacho del Paseo de la Castellana, overlooking la Plaza de Cuzco. “Sí, estoy hasta los cojones, pero como no hay solución, pues no hay más remedio que aguantar y tomárselo con resignación cristiana”, me respondió campanudo. El Madrid de aquel verano era ya un hervidero de rumores en torno a la dirección que el divino dedazo de Aznar tomaría a la hora de nombrar sucesor a la silla gestatoria de Moncloa, procedimiento democrático donde los haya, golpe del que la derecha española no se ha recuperado aún.