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A una juez de Barcelona: “Más que a Garzón te agrada el vellocino”
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Jesús Cacho

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A una juez de Barcelona: “Más que a Garzón te agrada el vellocino”

Don Baltasar Garzón Real llegó a la sede de los Juzgados de Instrucción de Barcelona en coche oficial, con chófer, dos escoltas y abogado, el catedrático

Don Baltasar Garzón Real llegó a la sede de los Juzgados de Instrucción de Barcelona en coche oficial, con chófer, dos escoltas y abogado, el catedrático de penal José Manuel Gómez Benítez. Eran las 10,40 horas del martes 27 de noviembre pasado. Veinte minutos después debía prestar declaración como imputado ante la magistrado del Juzgado de Instrucción número 9 de esa ciudad, Silvia López Mejía, a resultas de la querella presentada contra él por quien esto suscribe, después de que el famoso juez, dispuesto a ajustar cuentas, deslizara en su último libro un par de frases injuriosas contra mí persona y otros periodistas desafectos al personaje.

Tras dirigirse aceleradamente, seguido por su séquito, hasta la planta en que se ubica el Juzgado de marras, uno de los escoltas permaneció a la puerta del mismo, mientras el otro se situaba en el interior de la secretaría, y el Ilmo. Sr. Garzón se perdía en las profundidades del despacho de la Ilma. Magistrado-Juez titular del Juzgado. Se producía así la primera de las “singularidades” de la declaración del imputado, pues en lugar de esperar como un ciudadano más a la puerta del mismo -como por cierto hizo mi abogado, Guillermo Regalado, y mi procurador, Carlos Turrado- hasta ser llamado para declarar, entró a despachar amigablemente con quien debía tomarle declaración.

El interrogatorio al que Garzón fue sometido por Regalado fue interrumpido en numerosas ocasiones por la Instructora, deseosa de salir al rescate del imputado declarando improcedente tal o cual pregunta, a pesar de que el fabuloso juez demostró haberse tomado muy en serio su declaración y haberla preparado a conciencia.

Tan preocupado parecía estar Don Baltasar con esta querella, tan difícil tendría rehuir la condena -porque las dos frases que me dedica en el sucedáneo de libro no tienen más defensa que la presentación de las correspondientes pruebas, cosa que obviamente no ha podido hacer- en un país donde la Justicia funcionase medianamente bien, que el buen Campeador me ha enviado en los últimos meses una serie continua de intermediarios -del Cuerpo Superior de Policía, del mundo del periodismo, incluso de las finanzas patrias- para pedirme que me aviniera a un arreglo extrajudicial (“¿Pero ésto no se puede arreglar de otro modo...?”). Su última oferta, no exenta de cierta dosis de morbo, consistía en publicar un texto a medias en El Confidencial, reconociendo que yo no soy un periodista “venal”.

A todos los enjuagues propuestos por Garzón me he negado, y no porque busque venganza o mi honor herido necesite reparación, porque aviado estaría yo si mi honor dependiera de personajes como el susodicho, sino porque uno cree que en un país civilizado hay unas normas de convivencia que cumplir, y cuando alguien se las salta transgrediendo todos los Códigos, debe responder de sus actos.

Les ahorro detalles de la pintoresca declaración de don Baltasar ante su extasiada colega, doña Silvia López. Finalizada la misma, la Instructora invitó a los presentes a pasar a la Sala de Vistas del Juzgado, más amplia y cómoda, para dar lectura al acta de la declaración, lectura en la que el imputado, con el visto bueno de su colega, llegó incluso a corregir meros errores mecanográficos del oficial. Y mientras tales correcciones se realizaban, ambos se enfrascaron en una conversación de lo más cordial:

Instructora.- Bueno, Baltasar... así que conoces a Manuel García Castellón, y ¿qué sabes de él?

Garzón.- Pues que está en la embajada de España en París, como enlace, creo, entre la Justicia española y la francesa. ¿Por qué me lo preguntas? ¿Es que sois de la misma promoción?

Instructora.- ¡Pero me qué dices, si yo soy mucho más joven...! -risas y sonrojo del imputado ante el desliz-. No, es que es amigo mío, tanto que estuvo invitado en mi primera boda y de ahí viene todo. Y, ¿hablas con él alguna vez?

Garzón.- Sí, hablo mucho con él por teléfono, casi todos los días.

Instructora.- Ah, pues la próxima vez dale muchos recuerdos míos...

En ese momento, ambos se dan cuenta que se hallaban en alegre francachela ante el abogado del querellante y su procurador y deciden ponerle fin, no obstante lo cual la señora Instructora no se corta un pelo, y dirigiéndose a Garzón le anima: “Bueno, Baltasar vente a mi despacho... Y ustedes [a Regalado y el procurador] se pueden ir, que esto son ya temas personales”. Y dicho y hecho, el imputado Garzón vuelve a encerrarse en el despacho de la juez, de cuya imparcialidad como instructora del procedimiento no quedaba a estas alturas ni rastro.

Nadie sabe de qué hablaron juez e imputado, sin duda de nada que tuviera que ver con el archivo del caso, pero, ya es casualidad, no habían pasado ni 24 horas de la toma de declaración cuando la valiente Silvia López Mejía dictaba Auto de Sobreseimiento Libre y archivo de las actuaciones [Auto que hoy mismo será recurrido, como se informa en este mismo diario], por no ser, en su opinión, los hechos denunciados constitutivos de delito. No está probado que Doña Silvia pidiera a Don Baltasar un autógrafo dedicado.

Pues bien, esta es la Justicia española, y este es un escarnio más de los muchos que todos los días nos procuran la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, el Tribunal Supremo y el propio Constitucional. Justicia envilecida por el compadreo. Justicia corrompida. Mucho más que un cachondeo, que dijo el ínclito Pacheco.

Don Baltasar Garzón Real llegó a la sede de los Juzgados de Instrucción de Barcelona en coche oficial, con chófer, dos escoltas y abogado, el catedrático de penal José Manuel Gómez Benítez. Eran las 10,40 horas del martes 27 de noviembre pasado. Veinte minutos después debía prestar declaración como imputado ante la magistrado del Juzgado de Instrucción número 9 de esa ciudad, Silvia López Mejía, a resultas de la querella presentada contra él por quien esto suscribe, después de que el famoso juez, dispuesto a ajustar cuentas, deslizara en su último libro un par de frases injuriosas contra mí persona y otros periodistas desafectos al personaje.

Baltasar Garzón Fermín Cacho