Con Lupa
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La solución está en el conejo... sin pelo, por favor
Confieso que el sábado por la mañana me quedé traspuesto cuando, zapeando en la tele mientras me abrochaba los zapatos –único vicio televisivo que me permite
Confieso que el sábado por la mañana me quedé traspuesto cuando, zapeando en la tele mientras me abrochaba los zapatos –único vicio televisivo que me permite el médico, dada la calidad de la cosa- me topé con un Solbes dicharachero, platicando en una tertulia que había tenido lugar el viernes, supongo que uno de esos actos que organizan los partidos para copar titulares en la prensa del día siguiente. El asunto tenía que ver con la inflación, tema que estos días acapara las conversaciones de millones de familias españolas y no precisamente para bien, pero que no debe preocupar en exceso al ministro de Economía porque, muy sonriente y relajado, vino a decir que los españoles tenemos el IPC que merecemos, porque no hemos interiorizado lo que vale el euro, “y claro, cuando se dejan propinas [en bares y cafeterías], no se tiene en cuenta que 20 céntimos son 32 pesetas y que un euro son 160 pesetas, y muchas veces se deja el 50% del valor del producto de propina...”
Así, como suena. De donde se deduce que es Solbes quien no ha interiorizado lo que vale un euro, exactamente 166,386 pesetas, grave desliz tratándose del vicepresidente y ministro de Economía. La frase es equiparable en finura y profundidad a aquella otra debida a su jefe, el ínclito presidente del Gobierno, para quien un café vale 80 céntimos de euro. De modo que, o bien estos señores hace tiempo que no pisan la calle, cosa bastante obvia, o sus asesores les cuentan un cuento cada vez que les hablan de lo que acontece en la rúa. Confieso haberme quedado perplejo y admirado cuando, en mis primeras visitas a Francia, comprobé que la gente bien del lugar solía dejar en bares y restaurantes el 10% de la consumición como propina. Perplejo, admirado y patidifuso porque, austero hijo de un todavía más austero labrador de Tierra de Campos, a mi lo del 10% siempre me pareció un escándalo de ricos.
Ahora me entero que mis compatriotas han hecho suya tan elegante costumbre gabacha, aunque debo reconocer que en mi vida he visto a nadie dejar en España “el 50% del valor del producto de propina”. Será en La Moraleja o en Somosaguas, lugares que debe visitar con frecuencia el señor Solbes. De modo que quienes nos gobiernan viven en otro mundo o nos toman por idiotas. Porque, además, ya ha llovido desde la introducción del euro, y alguna explicación más moderna de lo ocurrido debe haber en la ciencia económica. Decía Abraham Lincoln que “más vale quedarte callado y que crean que eres un tonto, que hablar y que lo confirmen”, y no es que uno crea que Perico Solbes es bobo, no; simplemente ocurre que anda disperso desde que ha decidido reengarcharse al Ejército de Pancho Villa en caso de nueva victoria de ZP.
Disperso y despistado. De creer que un euro vale 160 pesetas y un café 80 céntimos de euro a recomendar a la gente consumir conejo al ajillo en la cena de Navidad sólo hay un paso. La distancia que separa el desconocimiento de las angustias de mucha gente con los precios de la desvergüenza sin paliativos. Ya se sabe que, en los momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento. De un dechado de imaginación se trata: conejo para los pobres y liebre para los ricos, que al fin y al cabo ambas especies tienen pelo, el pelo de la dehesa de una clase dirigente que parece haber perdido pie con la realidad, instalada en un castillo encantado al que es imposible que lleguen los gritos de angustia de no pocas familias que, más allá del foso que rodea la fortaleza, se las apañan malamente con mil y pico euros al mes y una inflación instalada en el 4,1%.
Sólo ese alejamiento de la realidad explica la aparente desidia que -al margen de la riada de promesas electorales que acostumbra a pregonar cada fin de semana- preside la acción del Gobierno con una crisis que apunta temible en cualquiera de las esquinas del universo económico que uno tome por referencia. Las opiniones del mundo empresarial están cargadas de pesimismo, pero Solbes y sus mariachis parecen vivir en el mejor de los mundos. Aquí no pasa nada, ni va a pasar. El IPC volverá por debajo del 4%, dicen, y se fuman un puro. La situación de irresponsabilidad que se ha apoderado de este Gobierno recuerda aquellas frases, tan llenas de honda sabiduría, que profería en los setenta el entonces ministro Villar Mir, hoy próspero empresario de la construcción, según el cual la crisis del petróleo, la primera gran crisis del petróleo, “no iba a afectar para nada a España”.
Ya saben ustedes lo que pasó y lo que ahora puede pasar, según no pocas y autorizadas voces. El empeoramiento de las perspectivas económicas en los países desarrollados a consecuencia de la crisis subprime y de su impacto sobre los mercados financiero e inmobiliario, el aumento de los precios del petróleo, la persistente restricción de liquidez en los mercados de crédito y, su corolario, el deterioro de las expectativas de los agentes económicos, plantean un escenario de ajuste que será más intenso en aquellos países que, como España, han acumulado grandes desequilibrios macro –inflación y déficit exterior- y microeconómicos –alto endeudamiento de las familias y de las empresas- junto con un boom inmobiliario durante la fase alcista del ciclo.
Cuando quedan dos semanas para terminar el año, la pregunta clave es del siguiente tenor: ¿Cuánto va a crecer la economía española en 2008? Y la respuesta es clara: menos del incremento proyectado hasta la fecha por el consenso de los analistas, centrado en torno al 2,8%. La combinación de restricción crediticia, burbuja inmobiliaria, alto endeudamiento de empresas y familias, desplome de las expectativas, etc., configura un cuadro macroeconómico para 2008 que, en un escenario de aterrizaje suave, llevaría a un crecimiento del PIB del 2,3%; y, en el menos favorable, conduciría a otro de apenas el 1,8%.
Por añadidura, los problemas coyunturales y estructurales abocan a una etapa de ciclo bajo larga, ya que, en ausencia de variables nominales de corrección (tipo de cambio), ha de producirse un proceso de ajuste a la baja de los precios relativos que, debido a las rigideces vigentes, será lento, lo que pasará factura en términos de producción y de empleo. Nada en el horizonte permite evitar una dinámica de esa naturaleza, descartada como está la posibilidad de una brusca caída del precio del petróleo o una mejoría sustancial de las condiciones financiero-crediticias.
En conclusión, 2008 va a ser un año difícil y es muy probable que la reducción del ritmo de crecimiento del PIB se acerque más al escenario de ajuste fuerte que al suave. ¿Cómo se supera esa situación? Sin reformas profundas en los mercados, en el sistema fiscal y en la política presupuestaria, la respuesta es muy complicada. Mientras Zapatero promete y Solbes divaga, corremos el riesgo de que el país entre en una dinámica a la portuguesa, esto es, que permanezca anclado en tasas de crecimiento inferiores al 2% durante un largo período de tiempo. Pero no pasa nada. Ya saben: la solución está en el conejo.
Confieso que el sábado por la mañana me quedé traspuesto cuando, zapeando en la tele mientras me abrochaba los zapatos –único vicio televisivo que me permite el médico, dada la calidad de la cosa- me topé con un Solbes dicharachero, platicando en una tertulia que había tenido lugar el viernes, supongo que uno de esos actos que organizan los partidos para copar titulares en la prensa del día siguiente. El asunto tenía que ver con la inflación, tema que estos días acapara las conversaciones de millones de familias españolas y no precisamente para bien, pero que no debe preocupar en exceso al ministro de Economía porque, muy sonriente y relajado, vino a decir que los españoles tenemos el IPC que merecemos, porque no hemos interiorizado lo que vale el euro, “y claro, cuando se dejan propinas [en bares y cafeterías], no se tiene en cuenta que 20 céntimos son 32 pesetas y que un euro son 160 pesetas, y muchas veces se deja el 50% del valor del producto de propina...”