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La increíble suerte de Rodríguez Zapatero
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Jesús Cacho

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La increíble suerte de Rodríguez Zapatero

Pues sí, parece que el presidente del Gobierno que nos gobierna está seguro de ganar el 9-M. Al menos, eso decía ayer en la portada del

Pues sí, parece que el presidente del Gobierno que nos gobierna está seguro de ganar el 9-M. Al menos, eso decía ayer en la portada del diario oficial. Lo estaba antes de las generales de 2004; incluso en pleno 2003, cuando nadie daba un duro por su futuro político. Convencido de llegar a La Moncloa se manifestó cuando, en la primavera de 2003, recibió a la redacción de este diario en su despacho de Ferraz. Salimos convencidos de algo que ahora es un clamor, exceptuados, claro está, los fieles de estricta observancia y quienes le deben el cargo: que estábamos entonces, estamos ahora, ante un illuminati, un tipo situado fuera de los comunes estándares del buen juicio, del sentido común, capaz de creerse sus propias fantasías. Un tipo curioso, si habláramos de un español cualquiera dedicado a sus quehaceres; peligroso, por contra, en tanto en cuanto aspira a revalidar mandato al frente de un país en el que ha abierto, de forma tan gratuita como innecesaria, socavones de convivencia que será difícil cerrar.

Un tipo, también, con suerte. Porque su ascensión a los altares del Poder hace cuatro años se debió al hecho terrible, no por devastador menos extraordinario, de los atentados del 11-M, suceso sin el cual nunca habría podido ganar tres días después, a pesar del voto de castigo que la soberbia y prepotencia de la segunda legislatura Aznar había hecho acreedor al PP. ¿Guarda Zapatero alguna nueva carta en la bocamanga, alguna sorpresa en ciernes que le haga estar tan seguro de su triunfo, a pesar de lo apretado de las encuestas? Pronto lo sabremos. Lo que sí sabemos ya es que el candidato socialista tiene suerte de que las elecciones vayan a ser dentro de tres semanas y no dentro de tres meses, porque entonces tendría la reelección casi imposible. Hasta la España anestesiada que sigue viviendo de espaldas a la realidad podría entonces darse cuenta de algo ya inapelable para los estudiosos en la materia: se nos viene encima un ajuste brutal en lo económico.

La Junta Directiva que la patronal CEOE celebró a mediados de la semana pasada dibujó un panorama sombrío. El informe de coyuntura económica resultó demoledor. Si bien la nota de prensa posterior prefirió maquillar sus conclusiones, las perspectivas de la economía mundial y española son para echarse a temblar. José Luis Feito, en su habitual tono moderado, aseguró que los analistas no terminan de ponerse de acuerdo sobre si el sistema financiero internacional está quebrado en todo o en parte. Entendámonos, no se trata de saber si tal o cual banco está kaput, sino de si lo está el sistema entero...

Tenemos por delante seis meses de verdadera incertidumbre en torno a la salud del sistema, aunque las cosas pintan bastante feas para la gran banca internacional. Los españoles, los mejores del mundo dicen por estos pagos, se hallan ahora mismo extramuros de ese sistema financiero internacional en el que captaban regularmente el 30% de su pasivo, con una elevadísima exposición al mercado inmobiliario –representa nada menos que el 60% de su activo de balance- y nadie les presta un euro -aunque ciertamente la mayoría tampoco tenga nada que prestar-, temerosos todos de que la burbuja española termine por explotar antes o después. De momento, las angustias las resuelve el BCE.

Vivir alegremente del dinero ajeno

España tiene la mayor deuda externa del mundo, porque hemos estado viviendo alegremente del dinero ajeno. Hemos estado comprando los Audi y BMW alemanes con los euros que nos prestaban los propios bancos alemanes, procedentes del ahorro alemán. Ahora, con los mercados financieros cerrados a cal y canto, se nos niega la financiación necesaria para seguir creciendo, entre otras cosas porque los anglosajones guardan fresco el recuerdo de unos listos, los españoles, capaces de comprar sus empresas no con los superávits generados por nuestras multinacionales, sino con el dinero que nos prestaban sus propios bancos, una de las razones por las que España es ahora mismo el blanco de la prensa internacional, ejemplo de economía que se va al garete.

El sector inmobiliario está hundido o casi, aunque la construcción no ha empezado aún a despedir gente en serio, no obstante lo cual se prevé que para el segundo semestre del año lo empiece a hacer y en número escalofriante (entre 200.000 y 400.000 este año, y el mismo número durante el primer semestre de 2009). Con la financiación al sector cerrada, se da la paradoja de que no se inician viviendas porque no se venden, y los proyectos que por precio se podrían iniciar no se mueven por falta de financiación. Parte de la culpa hay que endosársela a la Ley del Suelo, y la culpa entera a la estulta liviandad de un Gobierno que hizo caso omiso de los avisos de los empresarios cuando, a su hora, dieron la voz de alarma. Con el consumo y turismo desacelerándose desde hace muchos meses, la caída de expectativas empresariales es la más profunda desde que existen registros.

La inflación, por su parte, va a continuar disparada, porque los precios de los alimentos van a seguir subiendo, entre otras cosas porque chinos e indios han descubierto que para vivir tienen que alimentarse bien, y porque aquí seguimos sin hacer nada, nada efectivo, en materia de canales de distribución. Aquí la palabra competencia está proscrita, porque si hubiera competencia un puñado de listos no podría hacerse multimillonario con la vista gorda del poder político de turno. Eso es todo.

En este panorama, más bien desolador, ambos partidos se han enzarzado en una orgía de promesas fiscales preelectorales con el dinero público. Comprando el voto con nuestros impuestos. De unos –cuatro años lamentablemente perdidos en la tarea de hacer realidad el partido de derechas que una España moderna precisa- podemos razonablemente esperar que, en caso de ganar, intentarían enderezar las cosas; con los otros ya sabemos lo que nos espera: una serie de años a la portuguesa, sin crecimiento y con paro.

Ésa, repito, es la increíble suerte de Zapatero: que las elecciones sean dentro de tres semanas y no dentro de tres meses, porque entonces es seguro que, con la crisis ya instalada entre nosotros, una mayoría de españoles le daría la patada en el culo que tan merecidamente se ha ganado en estos años. El señor que en lo económico no ha hecho nada por paliar la crisis, convencido de que la fiesta iba a durar eternamente, en lo político ha cavado enormes zanjas, ha abierto insondables abismos de convivencia entre españoles, ha despertado odios y rencores que parecían definitivamente arrumbados. La circunstancia agravante es que, a diferencia de lo ocurrido en el terreno económico, aquí sí sabía lo que hacía, aquí ha hecho exactamente lo que quería hacer: abrir de nuevo la herida entre las dos Españas. Es ahí donde reside la intrínseca maldad del personaje.

Pues sí, parece que el presidente del Gobierno que nos gobierna está seguro de ganar el 9-M. Al menos, eso decía ayer en la portada del diario oficial. Lo estaba antes de las generales de 2004; incluso en pleno 2003, cuando nadie daba un duro por su futuro político. Convencido de llegar a La Moncloa se manifestó cuando, en la primavera de 2003, recibió a la redacción de este diario en su despacho de Ferraz. Salimos convencidos de algo que ahora es un clamor, exceptuados, claro está, los fieles de estricta observancia y quienes le deben el cargo: que estábamos entonces, estamos ahora, ante un illuminati, un tipo situado fuera de los comunes estándares del buen juicio, del sentido común, capaz de creerse sus propias fantasías. Un tipo curioso, si habláramos de un español cualquiera dedicado a sus quehaceres; peligroso, por contra, en tanto en cuanto aspira a revalidar mandato al frente de un país en el que ha abierto, de forma tan gratuita como innecesaria, socavones de convivencia que será difícil cerrar.