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En memoria de José María Cuevas, patrono inteligente y político de consenso
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Jesús Cacho

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En memoria de José María Cuevas, patrono inteligente y político de consenso

Si todas las muertes sorprenden, la de José María Cuevas me ha sorprendido de manera especial. Y también especialmente entristecido. Hace apenas unos días hablamos por

Una relación cimentada en nuestro común paisanaje palentino. Aunque había nacido en Madrid, sus padres eran naturales de Barruelo de Santullán, un pueblo minero venido a menos en la montaña palentina, y a Palencia regresaron cuando el mozo tenía ya 15 años, dispuesto a estudiar bachillerato en el Instituto Jorge Manrique, como años después haría un servidor de ustedes. Y a menudo regresaba a Palencia, la ciudad apacible donde conserva buena parte de su familia, incluida una hermana monja, para, entre otras cosas, visitar la tumba de sus progenitores, charlar con sus gentes, y ver alguna que otra puesta de sol desde el Mirador de Campos.

José María Cuevas era un hombre inteligente, cualidad difícil de hallar en estos tiempos que corren entre nuestra clase dirigente, inteligencia que le sirvió para sortear los bajíos de los procelosos mares por los que tuvo que navegar desde que, en 1977, entró a formar parte de CEOE, la gran patronal que presidiría a partir de 1984. Soy de los que creen que la sociedad española tiene contraída una deuda de gratitud con un hombre que, con la inestimable ayuda de los dos sindicatos mayoritarios, trabajó para asegurar a los españoles ese bien inestimable –por más que poco valorado, como todo lo que llega aparentemente caído del cielo- llamado “paz social”. Y no era fácil la cosa, que el toro de las reivindicaciones sindicales venía muy armado, muy peligroso, tras salir, muy bravío, del chiquero de 40 años de dictadura.

Era también un hombre político, entendiendo por ello no a quien se dedica a la actividad política tal como la conocemos hoy, sino atendiendo a la concepción aristotélica del término, aquella que plantea que las actividades humanas propenden hacia la justicia mediante la búsqueda del bien común. Un político vocacional, con una mano izquierda digna del torero capaz de lidiar con Gobiernos del PSOE y del PP, y decirles a unos y a otros lo que era necesario decir en el momento procesal oportuno, y decírselo con ese carácter suyo frío, duro, aparentemente distante, arrogante incluso.

Esa condición de Cuevas como homo politicus se puso en evidencia más que nunca con motivo de su salida, apenas el año pasado, de la presidencia de la patronal. Cumple decir que postergar ese relevo tras 23 años de mando en plaza fue su gran error postrero. Por motivos que seguramente ya nunca llegaremos a saber del todo, el palentino dejó en la estacada a quienes había cortejado como eventuales sucesores -el catalán Rosell y el andaluz Herrero-, para, en el tramo final, ceder el testigo a un hombre mal pertrechado para el cargo. Quienes imaginaron que iba a ser complicado su reemplazo, no se equivocaron lo más mínimo. Presidir la CEOE precisa de algo más que una empresa de relumbrón y una chequera bien cubierta: se necesita algo de independencia, bastante oficio (mano izquierda) y mucho talento.

Cuevas era, en fin, un hombre de consenso, una palabra ciertamente maltratada estos últimos años por los malandrines del 'buenismo'. La España descoyuntada, crispada, partida en dos por la forma de gobernar de los zapateros remendones de última hora, está más que nunca necesitada de este tipo de hombres capaces de, sin olvidar el pasado, tender puentes hacía un futuro en el que no tengan cabida las trincheras del “nosotros” y “ellos”. Ojalá su ejemplo (“Negociad siempre, y cuando la negociación se vuelva imposible, seguid negociando") sirva para tender esas manos abiertas al diálogo que tan imprescindible parece hoy para abordar la salida de las tremendas crisis que nos acechan.

Pero José María Cuevas era fundamentalmente un hombre sencillo, un tipo con una concepción austera de la vida que vio desfilar en su derredor, sin dejarse contaminar, a una pléyade de notables banqueros y empresarios españoles, algunas rutilantes y fugaces estrellas del firmamento madrileño, y no pocos simples cazadores de recompensas. Mucha gente buena se está yendo en el peor momento, cuando más podríamos aprender de su experiencia y consejos. Descanse en paz.

Una relación cimentada en nuestro común paisanaje palentino. Aunque había nacido en Madrid, sus padres eran naturales de Barruelo de Santullán, un pueblo minero venido a menos en la montaña palentina, y a Palencia regresaron cuando el mozo tenía ya 15 años, dispuesto a estudiar bachillerato en el Instituto Jorge Manrique, como años después haría un servidor de ustedes. Y a menudo regresaba a Palencia, la ciudad apacible donde conserva buena parte de su familia, incluida una hermana monja, para, entre otras cosas, visitar la tumba de sus progenitores, charlar con sus gentes, y ver alguna que otra puesta de sol desde el Mirador de Campos.

José María Cuevas era un hombre inteligente, cualidad difícil de hallar en estos tiempos que corren entre nuestra clase dirigente, inteligencia que le sirvió para sortear los bajíos de los procelosos mares por los que tuvo que navegar desde que, en 1977, entró a formar parte de CEOE, la gran patronal que presidiría a partir de 1984. Soy de los que creen que la sociedad española tiene contraída una deuda de gratitud con un hombre que, con la inestimable ayuda de los dos sindicatos mayoritarios, trabajó para asegurar a los españoles ese bien inestimable –por más que poco valorado, como todo lo que llega aparentemente caído del cielo- llamado “paz social”. Y no era fácil la cosa, que el toro de las reivindicaciones sindicales venía muy armado, muy peligroso, tras salir, muy bravío, del chiquero de 40 años de dictadura.

Era también un hombre político, entendiendo por ello no a quien se dedica a la actividad política tal como la conocemos hoy, sino atendiendo a la concepción aristotélica del término, aquella que plantea que las actividades humanas propenden hacia la justicia mediante la búsqueda del bien común. Un político vocacional, con una mano izquierda digna del torero capaz de lidiar con Gobiernos del PSOE y del PP, y decirles a unos y a otros lo que era necesario decir en el momento procesal oportuno, y decírselo con ese carácter suyo frío, duro, aparentemente distante, arrogante incluso.

Esa condición de Cuevas como homo politicus se puso en evidencia más que nunca con motivo de su salida, apenas el año pasado, de la presidencia de la patronal. Cumple decir que postergar ese relevo tras 23 años de mando en plaza fue su gran error postrero. Por motivos que seguramente ya nunca llegaremos a saber del todo, el palentino dejó en la estacada a quienes había cortejado como eventuales sucesores -el catalán Rosell y el andaluz Herrero-, para, en el tramo final, ceder el testigo a un hombre mal pertrechado para el cargo. Quienes imaginaron que iba a ser complicado su reemplazo, no se equivocaron lo más mínimo. Presidir la CEOE precisa de algo más que una empresa de relumbrón y una chequera bien cubierta: se necesita algo de independencia, bastante oficio (mano izquierda) y mucho talento.

Cuevas era, en fin, un hombre de consenso, una palabra ciertamente maltratada estos últimos años por los malandrines del 'buenismo'. La España descoyuntada, crispada, partida en dos por la forma de gobernar de los zapateros remendones de última hora, está más que nunca necesitada de este tipo de hombres capaces de, sin olvidar el pasado, tender puentes hacía un futuro en el que no tengan cabida las trincheras del “nosotros” y “ellos”. Ojalá su ejemplo (“Negociad siempre, y cuando la negociación se vuelva imposible, seguid negociando") sirva para tender esas manos abiertas al diálogo que tan imprescindible parece hoy para abordar la salida de las tremendas crisis que nos acechan.

Pero José María Cuevas era fundamentalmente un hombre sencillo, un tipo con una concepción austera de la vida que vio desfilar en su derredor, sin dejarse contaminar, a una pléyade de notables banqueros y empresarios españoles, algunas rutilantes y fugaces estrellas del firmamento madrileño, y no pocos simples cazadores de recompensas. Mucha gente buena se está yendo en el peor momento, cuando más podríamos aprender de su experiencia y consejos. Descanse en paz.

José María Cuevas