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La Reina como metáfora de España
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Jesús Cacho

Con Lupa

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La Reina como metáfora de España

Hay en España una realidad virtual, la que expande el discurso oficial y propagan los medios de comunicación, y otra pedestre, la que se habla en

Hay en España una realidad virtual, la que expande el discurso oficial y propagan los medios de comunicación, y otra pedestre, la que se habla en los bares y centros de trabajo, la que utilizan las familias cuando se reúnen en torno a una mesa. El espectáculo indecente de esa doble realidad lo estamos viendo estos días con motivo del cumpleaños de la Reina. Programa-homenaje en TVE anoche, toneladas de almíbar capaz de derretir Madrid como la lava del volcán que enterró Pompeya. En plenas rebajas del ditirambo (nauseabundo el de Telemadrid), no hubo forma de escuchar una reflexión serena sobre el personaje que se acercase a la verdad. La realidad escamoteada, la verdad oculta de una mujer profundamente infeliz que ha vivido aislada en su propia casa, sin mandar en ella, y esas interminables mañanas en Zarzuela ojeando periódicos en torno a una mesa camilla junto a su hermana Irene; la soledad, los viajes a Londres de tantos fines de semana sin conocer el paradero de su ilustre consorte, las maletas llenas que salían de Palacio como socorro de la familia exiliada y que volvían a Madrid vacías; la soledad, sí, retrato en sepia de una mujer que no ha logrado hacer una sola amiga española y que, tras 46 años, sigue hablando un mal castellano porque, en el monte del Pardo, ella ha preferido siempre expresarse en inglés; la angustiada soledad de una Princesa griega que trató de ser fiel a la educación recibida de sus padres, también Reyes, y que ha recibido como pago el aislamiento emocional más intenso.  

Ahora no pocos españoles se escandalizan al descubrir que esta mujer infeliz tiene opiniones propias, y le piden, sepulcros blanqueados, que se calle, que cómo se le ocurre, que vuelva a sumergirse en las tinieblas de Zarzuela y no aparezca hasta que el Monarca, por cuestión de protocolo, decida sacarla del brazo, necesitado de su sonrisa para mantener vivo entre el pueblo el mito dinástico. Como decía Oscar Wilde, “resulta monstruosa la forma en que la gente va por ahí criticándote a tus espaldas por cosas que son completamente ciertas”. Secretos a voces, que son cientos, quizá miles, cientos de miles los testimonios de las personas que han prestado servicio en Palacio y lo han contado. Lo saben los españoles que se han preocupado por conocer la verdad. Lo ocultan, sin embargo, casi todos, porque la verdad es incómoda y es preferible instalarse en ese falso discurso virtual que todo lo inunda y empalaga.

Zapatero es la perfecta plasmación de ese doble discurso. Alicia en el país de las maravillas. Anoche se puso solemne para hablar de la Reina. Conviene alimentar esa realidad virtual, en tanto en cuanto permite mantener al personal en la inopia. Nuestro presidente estaba convencido a primeros de octubre de haber salvado de la ruina al mismísimo Botín, convertido en una especie de Tarzán que, sin necesidad de cualificación específica alguna, poseía la fórmula para rescatar del desastre no solo al sistema financiero español, “el más sólido del mundo”, sino al del mundo mundial. Ahora nuestro Largo Zapatero, facción izquierda radical del PSOE versión año 36, pretende ir a Washington a impartir desde tan magnífico Sinaí su fórmula milagrosa, porque el mundo no puede quedarse sin semejante pócima, el sueño neored de un illuminato dispuesto a enarbolar, sobre las ruinas de ese Reichstag del capitalismo que imagina es Washington, la bandera del intervencionismo de raíz marxista que tan prolífica cosecha de miseria ha traído al mundo de Marx a esta parte. Es la solución “ideológica” de que hablaba ZP días atrás ante sus conmilitones.

El espectáculo que está protagonizando el presidente, dispuesto, en su alucinado intento por no quedar marginado de la susodicha cumbre, a ponerse de rodillas ante quien se tercie, supera todo lo imaginable. Como a la chica a quien no invitan al festejo universitario, al final tendrá que colocarse dos grandes tetas postizas para que le permitan entrar en el baile. A la vergüenza se une la indignación que provoca saber que Washington es apenas un pretexto para consumo interno, un episodio más de la lucha partidaria española. La permanente venta de imagen del campeón del buenismo. Más allá de la falta de sustancia del personaje, el episodio pone de relieve algunas verdades inquietantes, como el fracaso estrepitoso de la diplomacia española y la propia posición de España como país periférico y marginal en la escena internacional. Hasta el propio Correa (Ecuador) le acaba de chulear en El Salvador, cumbre Iberoamericana, con el asunto Repsol.

De espaldas a la realidad del paro

El resultado es que Zapatero lleva unos días en un sin vivir, peregrino angustiado en procura de la invitación de marras. Alejado de la realidad española. La realidad es el espejo en el que el bello ZP se niega a mirarse en tanto en cuanto le devuelve la imagen ingrata de un país sumido en profunda crisis. La última encuesta de población activa conocida indica que hay 806.900 parados más que hace un año, lo cual significa que cada día se pierden en España 2.210 puestos de trabajo. Y la cosa va a peor. Las grandes cifras macro manejadas por gente solvente para 2009 hablan de un PIB negativo de entre el 1% y el 2%; un déficit público del 6%, y una tasa de paro cercana al 18% de la población activa, o más de 4 millones de parados. Situación muy similar en gravedad a la que dejó el Gobierno de Felipe González, con Pedro Solbes al mando de la cosa, en 1996. Que 638.000 familias tengan hoy a todos sus miembros en el paro es un dato que debería hacer reflexionar a nuestro iluminado e inducirle a buscar un gran acuerdo nacional para tratar de poner remedio a la situación cuanto antes. 

Ese gran acuerdo para sacar al país del atolladero no debería, no podría, circunscribirse a las meras cuestiones económicas y laborales, con ser importantes. La crisis que sufrimos, la más importante de nuestra corta historia democrática, debería servir como palanca o lanzadera de una gran revolución de orden moral, dispuesta a plasmarse a su vez en una gran revolución política. Lo grave de falsear el lenguaje para escamotear la realidad, fraude al que se han acostumbrado los españoles, es que se pueda hablar de crisis económica, ríos de tinta al respecto, mientras se tapa, se disfraza, se ignora la gran crisis política que atenaza al país hace 15 o 20 años -claramente desde el año 92, al menos-, como si fuera uno más de esos tabúes que inducen a los españoles a silbar indiferentes mientras pasean por el muelle de la bahía.

Una gran revolución política que no puede tener más objetivo que la regeneración democrática -apertura de la res pública a la participación ciudadana (nueva ley electoral), democratización de los partidos, lucha contra la corrupción, separación entre lo público y lo privado, dotando de independencia real a los organismos de regulación y control, despolitización radical de la Justicia, reforma consensuada de la enseñanza, y así sucesivamente-, por no aludir a cuestiones de índole territorial que también deberían figurar en el proceso de cambio. De ninguna manera deberíamos desaprovechar la oportunidad que nos brinda esta crisis para tratar de construir una sociedad capaz de mirarse al espejo de la realidad sin tapujos y llamar a las cosas por su nombre; una sociedad más sana y un país mejor, más democrático, más abierto, más competitivo, más limpio y más libre.  

Esta debería ser la primera y elemental exigencia de una ciudadanía concernida con el gran sacrificio que la crisis va a suponer en el nivel de vida de todos. Del desastre que nos aflige no es solo responsable la codicia de un puñado de financieros, sino la irresponsabilidad, aquí y allá, de los vigilantes de la playa, la clase política. ¿Cuál es, por ejemplo, la responsabilidad de Zapatero negando la  crisis hasta ayer mismo? ¿Cuántas decisiones de inversión se tomaron a lo largo de 2007, en buena parte de 2008 incluso, atendiendo al discurso de todo un presidente de Gobierno que decía que aquí no pasaba nada? La primera piedra de toque de esta revolución democrática está ya encima: el intento de los banqueros, con la aquiescencia cómplice del Gobierno socialista, de imponer el secretismo en la concesión de ayudas públicas para el saneamiento del sistema financiero. Ni un duro público sin transparencia. ¿Seremos capaces de ganar este pulso tan elemental a nuestros políticos?

Hay en España una realidad virtual, la que expande el discurso oficial y propagan los medios de comunicación, y otra pedestre, la que se habla en los bares y centros de trabajo, la que utilizan las familias cuando se reúnen en torno a una mesa. El espectáculo indecente de esa doble realidad lo estamos viendo estos días con motivo del cumpleaños de la Reina. Programa-homenaje en TVE anoche, toneladas de almíbar capaz de derretir Madrid como la lava del volcán que enterró Pompeya. En plenas rebajas del ditirambo (nauseabundo el de Telemadrid), no hubo forma de escuchar una reflexión serena sobre el personaje que se acercase a la verdad. La realidad escamoteada, la verdad oculta de una mujer profundamente infeliz que ha vivido aislada en su propia casa, sin mandar en ella, y esas interminables mañanas en Zarzuela ojeando periódicos en torno a una mesa camilla junto a su hermana Irene; la soledad, los viajes a Londres de tantos fines de semana sin conocer el paradero de su ilustre consorte, las maletas llenas que salían de Palacio como socorro de la familia exiliada y que volvían a Madrid vacías; la soledad, sí, retrato en sepia de una mujer que no ha logrado hacer una sola amiga española y que, tras 46 años, sigue hablando un mal castellano porque, en el monte del Pardo, ella ha preferido siempre expresarse en inglés; la angustiada soledad de una Princesa griega que trató de ser fiel a la educación recibida de sus padres, también Reyes, y que ha recibido como pago el aislamiento emocional más intenso.  

Fundación Reina Sofía