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Zapatero tiene un problema; Rajoy lo aparca
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Jesús Cacho

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Zapatero tiene un problema; Rajoy lo aparca

Hemos asistido a una campaña electoral “europea” centrada en exclusiva en España, en los problemas españoles, y por tanto debemos enjuiciar los resultados de ayer en

Hemos asistido a una campaña electoral “europea” centrada en exclusiva en España, en los problemas españoles, y por tanto debemos enjuiciar los resultados de ayer en clave exclusivamente española. De entrada, el nivel de participación parece tan pobre, tan escaso, que cualquier conclusión que se extraiga de lo ocurrido habrá que tomarla con las precauciones lógicas de una abstención que ha superado el 54% del censo. Serán, pues, conclusiones meramente indiciarias, sobre las que difícilmente se podrán construir discursos de futuro asentados sobre bases sólidas.

Dicho lo cual, es evidente que José Luis Rodríguez Zapatero tiene un problema. Un problema de legitimidad. Y un problema grave. Con el apoyo de apenas el 17% del censo electoral (6 millones de españoles, de un censo de más de 35, votaron ayer PSOE), el presidente del Gobierno no parece legitimado para abordar esas grandes operaciones de ingeniería social tendentes a cambiar los usos y costumbres de una sociedad, el sistema de valores de un país entero, mediante leyes controvertidas que con apoyos muy minoritarios consigue hacer pasar con gran esfuerzo por el Parlamento. 

La derrota de Rodríguez Zapatero es grave, porque sin duda lo es que, con crisis o sin ella, un Gobierno en ejercicio, con el apoyo mayoritario, además, de los medios de comunicación, pierda unas elecciones por casi 4 puntos de diferencia. De modo que el Presidente está obligado a cambiar radicalmente de estrategia si quiere llegar vivo a marzo de 2012, una fecha que ahora se antoja en extremo lejana y dificultosa para el de León, con una crisis económica por delante cuya duración no puede sino exacerbar el descontento ciudadano, cuando no el puro conflicto social.

Pensar en un adelanto de las próximas generales parece hoy un ejercicio especulativo de obligado cumplimiento. Ningún líder político puede vivir mucho tiempo de los réditos de sus genialidades, improvisaciones y caprichos. Ningún líder puede gobernar durante cinco años “contra” un partido de la oposición que, grosso modo, representa la mitad del electorado. Ningún Presidente de Gobierno de una nación merece ser tildado de tal sin aspirar al menos a serlo de todos los españoles, y no solo de la parte más radical y excluyente de su electorado. La política de enfrentamiento, el permanente intento de arrinconar a la derecha en un país urgido por la necesidad de grandes consensos, se ha demostrado un fracaso para Zapatero cuya dimensión se irá agrandando con el paso del tiempo.

Cabreo con Zapatero

En realidad, los resultados de ayer expresan por encima de todo el profundo descontento, el enorme cabreo, por decirlo en lenguaje llano, hoy existente entre grandes capas de población española con Rodríguez Zapatero, cabreo que es perceptible también en no pocas instancias del electorado socialista. Como esto no va a la feria. Solo los errores del Partido Popular, errores que -como la obscena demostración de apoyo a Camps en la plaza de toros de Valencia-  siguen impidiendo a muchos votantes de la España urbana, culta y liberal optar por el voto popular, ha evitado que la victoria de la derecha haya alcanzado las proporciones apocalípticas a que algunos –caso de Esperanza Aguirre- aspiraban.

La victoria de Mariano Rajoy y el PP es, con todo, incuestionable, evidente si no rotunda, importante en cualquier caso. Porque consolida su liderazgo y obliga a refugiarse de nuevo en la hura a las ratas que en el barco popular siguen empeñadas en segarle la hierba bajo los pies, moverle la silla para sentarse ellos. Ratos, gallardones y otras aves de rapiña, generalmente carroñeras, deberán seguir esperando una nueva oportunidad, aunque pocos dudan que a partir de mañana mismo empezaran con su diario trajín, que no es otro que el de desacreditar al gallego.

Por eso, ¿aprovechará Rajoy estos resultados para dar el definitivo golpe de mano capaz de poner a los conspiradores en su sitio, o solo servirán para aparcar por unos meses los interrogantes que rodean su liderazgo? Poner a los intrigantes en fuga, y a los corruptos en la puta calle o, mejor, en la cárcel. Más que nunca es hoy realidad esa idea, muy extendida, por cierto, que sostiene que el principal enemigo de Mariano Rajoy es Mariano Rajoy. En su mano está convertir esta victoria en un inequívoco signo de esperanza para millones de españoles.

Hemos asistido a una campaña electoral “europea” centrada en exclusiva en España, en los problemas españoles, y por tanto debemos enjuiciar los resultados de ayer en clave exclusivamente española. De entrada, el nivel de participación parece tan pobre, tan escaso, que cualquier conclusión que se extraiga de lo ocurrido habrá que tomarla con las precauciones lógicas de una abstención que ha superado el 54% del censo. Serán, pues, conclusiones meramente indiciarias, sobre las que difícilmente se podrán construir discursos de futuro asentados sobre bases sólidas.

Mariano Rajoy