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El anochecer del hombre que veía amanecer
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Jesús Cacho

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El anochecer del hombre que veía amanecer

Dentro del triste panorama que hoy ofrece una España cuarteada por la mayor crisis, política y económica, que ha conocido nuestra democracia desde la muerte de

Dentro del triste panorama que hoy ofrece una España cuarteada por la mayor crisis, política y económica, que ha conocido nuestra democracia desde la muerte de Franco, la de ayer fue una jornada de celebración para aquellos ciudadanos que, a pesar de los pesares, a pesar de la insoportable politización que padece, aún creen en la posibilidad de una Justicia independiente digna de tal nombre. El Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) se atrevió por fin a extirpar el nódulo cancerígeno que, instalado en pleno pulmón del Juzgado nº 5 de la Audiencia Nacional, ha extendido su raíz podrida por todos los ámbitos de la administración de justicia.  

Ayer había mucha gente feliz. También ofendida, indignada asistiendo al espectáculo de una TVE dispuesta a convertir al villano en un héroe de nuestro tiempo. Desde la marcha de Luis Fernandez de la dirección del ente público, Televisión España se ha convertido en un manual de manipulación y sectarismo informativo que deja en pañales los méritos que a diario despliega la CNN+ del grupo Prisa, por ejemplo. Gente feliz como Maciá Alavedra. Sean cuales sean sus cuentas pendientes con la Justicia, el ex conseller de la Generalitat aún relata hoy asustado a quien quiere escucharle detalles de la declaración que prestó ante el Campeador el pasado 30 de octubre.

A sus 70 años, cansado y muy desmejorado después de pasar tres días en los calabozos, Alavedra prestó declaración durante casi ocho horas. Bueno, exactamente fueron hora y cuarto, porque el resto lo pasó el magnífico juez tomando testimonio al resto de los implicados en la operación (entre ellos Lluis Prenafeta) y yéndose tranquilamente a almorzar mientras los detenidos quedaban a pie firme esperando su regreso en el limbo de los marginados del Derecho. Volvió a su juzgado dos horas después, bien comido y bien bebido, porque mientras interrogaba al ex conceller de Economía de Pujol Don Baltasar dio varias peligrosas cabezadas que, entre majestuosos bostezos, a punto estuvieron de hacerle caer redondo sobre su mesa de trabajo.

Nuestro bello Narciso ha hecho fama entre la progresía internacional

Era, es, la forma de entender la Justicia de este pollo pera. Él ya se había encargado de hacer desfilar a los acusados con las esposas puestas ante las cámaras de la televisión, y lo demás le traía al fresco. El “narcisista egomaníaco”, como lo definió  Stanley Payne, ya había añadido una nueva muesca a la culata nacarada de su universal fama, y a los detenidos que les fueran dando. Lo conocí hace muchos años, cuando era íntimo del juez Gómez de Liaño, en cenas y saraos varios en compañía de otros colegas periodistas de mi generación. En su empeño en destacar, su afán en llamar la atención, su obsesión por contar el último chiste y el más gracioso, pronto supe que estaba, estábamos, ante una especie de Bertran Duglesquin bien dispuesto a servir a su señor (fuera éste PP o PSOE, que tanto monta) pro domo sua, siempre en beneficio propio.

La estrategia le ha funcionado a las mil maravillas. Sobrado de cuajo, perfecto conocedor de la cobardía moral que hoy distingue a una sociedad anestesiada y ayuna de valores como la española, este consumado caradura ha hecho suya aquella sentencia que asegura que en España aquel que es capaz de echar el pie palante, citar al toro con la muleta y aguantar la embestida, sale invariablemente por la puerta grande con orejas y rabo. Sin nadie con autoridad y valor bastante para llamarle al orden. Con tan sencillo sistema, nuestro bello Narciso ha hecho fama entre la progresía internacional y ha acumulado también una fortunita, cosa harto difícil de lograr con el modesto estipendio de un  juez. Un triunfador. Un amo del universo.

El paisaje contaminado que deja el juez

De “jurista de los derechos humanos con vocación universal", lo calificó Rodríguez Zapatero, ese dechado de virtudes intelectuales y humanas que nos preside, el 28 de mayo de 2008, con motivo de la presentación de un libro del saltimbanqui intitulado La línea del horizonte. Lo grandielocuente, lo astronómico y lo estratosférico, lo hiperbólico, ha sido siempre consustancial al Campeador. También lo cursi. Pilar Urbano lo definió como “El hombre que veía amanecer”, mientras describía a pie de alcoba cómo el magnífico Balti se ponía un calcetín en el pie derecho y luego el otro en el izquierdo, mientras la luz diurna se iba filtrando tenue para alumbrar las ambiciones disparatadas del hombre que había decidido ponerse España por montera, sin que nada dijera la Urbano de los quehaceres y los días de la esposa (porque detrás de todo gran hombre siempre hay una mujer sorprendida) en aquel instante mágico.

A la presentación de La línea del horizonte asistieron, entre otros, el ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, ¡que boda sin la tía Juana!; el presidente del Congreso, ese acreditado criador de caballos que responde al nombre de José Bono; el presidente del Banco Santander, Querido Emilio Botín; el juez de la Audiencia Nacional Gómez Bermúdez, y el presidente del Real Madrid, Ramón Calderón, que por aquel entonces usurpaba el puesto que por derecho natural, diríase que incluso divino, corresponde a Florentino Pérez. Y es que las metástasis que el cáncer Garzón ha producido en la sociedad española, la España económica y la política, son muy perceptibles, muy alarmantes, muy claras. Todo lo ha contaminado este horror con toga.

Ayer, cuando aún quedan muchas jornadas para el 11 de noviembre, a Don Balti, como le llaman en su Jaén natal, le llegó su hora. El CGPJ le suspendió por unanimidad. Ni siquiera sus amigos en el Consejo salieron a defenderle, arrostrando incluso el riesgo de severas reprimendas desde las páginas de El País. Toda una señal de decadencia: Juan Luis querido, ya no metes miedo ni al oso Yogui. El país al que tan magnánimamente otorgaste la democracia -porque fuiste tú, bien lo sabemos- ya no te respeta. Celebremos por eso la defunción, siquiera cautelar, de nuestro Campeador y, en compañía del ministro Rubalcaba, también contento, descorchemos una botella de buen champán francés y brindemos. Y corramos a protegernos en cuanto hayamos apurado la última gota: la vicepresidenta primera del Gobierno, María Antonieta Fernández de la Vega, acaba de anunciarnos que el Gobierno Zapatero  “no va a dejar el trabajo a medias...".

Dentro del triste panorama que hoy ofrece una España cuarteada por la mayor crisis, política y económica, que ha conocido nuestra democracia desde la muerte de Franco, la de ayer fue una jornada de celebración para aquellos ciudadanos que, a pesar de los pesares, a pesar de la insoportable politización que padece, aún creen en la posibilidad de una Justicia independiente digna de tal nombre. El Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) se atrevió por fin a extirpar el nódulo cancerígeno que, instalado en pleno pulmón del Juzgado nº 5 de la Audiencia Nacional, ha extendido su raíz podrida por todos los ámbitos de la administración de justicia.  

Baltasar Garzón CGPJ