Es noticia
Zapatero y Méndez empatan sin goles
  1. España
  2. Con Lupa
Jesús Cacho

Con Lupa

Por

Zapatero y Méndez empatan sin goles

Curiosa huelga esta que el amigo Cándido le ha montado a su amigo José Luis. Huelga apodada “general”, además, para que a nadie quepa duda de

Curiosa huelga esta que el amigo Cándido le ha montado a su amigo José Luis. Huelga apodada “general”, además, para que a nadie quepa duda de la seriedad del contratiempo que ahora enfrenta a dos hombres amigos de francachelas, de cenas en familia los sábados noche, de apacibles paseos entre los pinos de Moncloa. No fue la derecha la que dijo que el líder de la UGT se desempeñaba de facto en el Gobierno Zapatero como un cuarto vicepresidente, sino la propia gente socialista enterada de lo que ocurría y un pelín ruborizada de que esa anomalía fuera posible en un país occidental desarrollado y en pleno siglo XXI. Méndez, en efecto, ha sido el ángel de la guarda que ha guiado los pasos de Zapatero por ese universo de “lo social” que tanto gusta al de León, el que le prometía pasar a la historia del progresismo y figurar en el panteón de los más ilustres prohombres del socialismo utópico si se mantenía fiel al juramento de ser el “presidente de los trabajadores”, lo que en Méndez equivale ser proclive a las políticas de gasto social, a las ayudas, subvenciones y prebendas de todo tipo.

Entre paseo y paseo, ninguno de ellos vio llegar la nube negra que se cernía sobre una economía más que recalentada como la española, que se había acostumbrado a vivir de la especulación inmobiliaria y del dinero abundante y barato. El de León, mucho más grave lo suyo, se empeñó en negar la evidencia y menospreciar a quienes advertían de la llegada de la crisis, mientras el de UGT le animaba a seguir por la senda de gasto, porque en las arcas públicas había dinero para dar y tomar y está escrito en los genes de un Gobierno progresista el gastar a manos llenas, incluso cuando las fuentes de ingresos del Tesoro han comenzado a secarse. Ante las narices de ambos empezó a desfilar la cola interminable de parados que iban a inscribir sus nombres a las oficinas del INEM o sencillamente se largaban a casa. Méndez es el representante de un sindicato decimonónico que vive instalado en la doctrina del “reparto”, no de la “creación”. Reparto de la riqueza existente, no creación de la misma vía nuevas empresas y puestos de trabajo.

Del sueño de una cena de verano, del idilio por ambos compartido desde abril de 2004 vino a sacarlos los grandes patronos de la Unión Europea, fundamentalmente Alemania y Francia, que con el  FMI de guardia de la porra impusieron al dúo un duro plan de ajuste bajo supervisión internacional, después de que un fin de semana de mayo España estuviera a punto de caramelo de la suspensión de pagos. Y Zapatero, asustadico que dirían en Zaragoza, dio la espalda a su amigo y se entregó en brazos de quienes le imponían sacrificios tan poco “socialistas”. Y de pronto, Cándido Méndez se encontró colgado de la brocha, abandonado por un Zapatero cuya auténtica especialidad como político –no sé si también como persona- consiste en abjurar de sus promesas y dejar colgados a quienes en algún momento confiaron en él, sea gente de la oposición –caso de Artur Mas y muchos más- o viejos amigos y camaradas del PSOE. Está en sus genes. Él es así: un tipo versátil, capaz de defender una cosa y su contraria con la misma gallardía y convencimiento y casi sin solución de continuidad, es decir, de un día para otro.

A Méndez pareció embargarle un sentimiento de vergüenza insuperable. Tras estar encamado durante años con un Gobierno cuyas políticas han vuelto a llevar la tasa de paro a cifras superiores al 20% de la población activa sin haber alzado una voz de protesta o convocado una huelga, porque esos 5 millones de parados sí que hubieran merecido una huelga general- de pronto se veía arrojado del tálamo conyugal, lanzado extramuros de ese poder donde tan a gustito se cena los sábados noche, convertido y de nuevo convencido en el recordatorio de lo que en realidad es: una antigualla empeñada en la defensa de los derechos de los trabajadores acomodados de un sector público –administración incluida- cada vez más menguante. Es en este contexto de ruptura emocional entre ambos personajes en el que cabe inscribir la “no huelga” de hoy, o la “huelguita” si quieren, o el “amago de huelga” si así les parece, al que hoy hemos asistido. Una huelga para que las cúpulas sindicales pudieran pasar de trance de ese cambio brusco de política económica y salvar la cara.

Poca gente ha caído en la trampa de la huelga

Curiosa huelga ésta, por eso, y “general”, además, que un amigo le hace a otro sin verdadera intención de hacerle daño, de causarle pupa, porque a la vuelta de la esquina esperan elecciones y, como en el socorrido chiste del dentista y su cliente, “no vamos a hacernos daño, ¿verdad doctor?”, que siempre nos irá mejor con el PSOE que con el PP. De modo que, para Zapatero, la huelga tenía que fracasar un poco, pero no mucho (tampoco le viene mal que los líderes europeos piquen el anzuelo y crean que está haciendo una machada de ajuste), mientras que para su amigo Méndez, tenía que ser un éxito pero no demasiado. Un empate sin goles. “La huelga del sin querer”, que el otro día decía Miguel Ángel Aguilar en El País. Huelga mediática, gloriosa pantomima, o engañabobos de doble sentido en el que, sin embargo, poca gente ha picado.

Con el PP de perfil, que al fin y al cabo este es un conflicto entre dos amigos de la misma ideología, casi una “huelga privada”, ha resultado interesante asistir al espectáculo protagonizado por los huelguistas en Madrid, balcón de todas las Españas. Mientras la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, se las tenía tiesas con los sindicatos y sus famosos liberados, el alcalde de la ciudad, Alberto Ruiz-Gallardón, lanzaba guiños de complicidad a Méndez y Toxo. El resultado es que el metro de Madrid, dependiente de la Comunidad, ha funcionado casi al 100%, mientras que los autobuses urbanos, a cargo de don Albertito, han dejado a los madrileños a pie de acera y con no sé cuantas lunas rotas. Es lo que tiene no saber para quién se vendimia. Cuenta Trapiello en su magnífico Las armas y las letras cómo José Antonio Primo de Rivera y su amigo Rafael Sánchez Mazas discutían en el piso que el primero tenía en el Paseo de Rosales sobre si Falange Española debía presentarse en listas conjuntas con la izquierda o con la derecha de cara a las elecciones de 1933. Al final “pudo el señorito que llevaban dentro y apoyaron a las derechas”. Muchos años después, Ruiz-Gallardón, falangista también, parece atascado en idéntica tesitura.    

Curiosa huelga esta que el amigo Cándido le ha montado a su amigo José Luis. Huelga apodada “general”, además, para que a nadie quepa duda de la seriedad del contratiempo que ahora enfrenta a dos hombres amigos de francachelas, de cenas en familia los sábados noche, de apacibles paseos entre los pinos de Moncloa. No fue la derecha la que dijo que el líder de la UGT se desempeñaba de facto en el Gobierno Zapatero como un cuarto vicepresidente, sino la propia gente socialista enterada de lo que ocurría y un pelín ruborizada de que esa anomalía fuera posible en un país occidental desarrollado y en pleno siglo XXI. Méndez, en efecto, ha sido el ángel de la guarda que ha guiado los pasos de Zapatero por ese universo de “lo social” que tanto gusta al de León, el que le prometía pasar a la historia del progresismo y figurar en el panteón de los más ilustres prohombres del socialismo utópico si se mantenía fiel al juramento de ser el “presidente de los trabajadores”, lo que en Méndez equivale ser proclive a las políticas de gasto social, a las ayudas, subvenciones y prebendas de todo tipo.

Jose Luis Méndez