Con V de voto
Por
Sánchez y Casado, enfermos severos de bibloquismo
Cuatro años después del estallido del sistema político, ¿qué se hizo de aquel tsunami de indignación con la clase dirigente, tras el 15-M?
Viajando un día en taxi, el conductor —que en Madrid se enteran de todo— me contó una anécdota de 2015 con un representante político. "Había polémica con alguien del partido porque estaba preguntando por teléfono qué posición era la oficial. Temía quedar mal si primero le apoyaba y luego el otro caía en desgracia. Era eso o traición, si el partido después cerraba filas con esa persona. Al colgar, yo me permití un consejo: que nos hiciese un favor a los ciudadanos y que no le apoyase. ¡¡¡Cuánta hipocresía!!!".
Cuatro años después del estallido del sistema político, ¿qué se hizo de aquel tsunami de indignación con la clase dirigente, tras el 15-M? Sepultado entre tanto ruido, 'postureo' e ingobernabilidad. El multipartidismo ha mutado en una agotadora venganza al bipartidismo, llamada "bibloquismo". En estado febril, es el lío monumental intrabloques que sufren estos días sus principales líderes, Pedro Sánchez y Pablo Casado, torpedeados por los acólitos internos a derecha e izquierda.
Que estamos a tres semanas de investir al presidente del Gobierno es grave, doctor. El candidato laureado en las urnas presenta —sin apoyos— un cuadro hiperpresidencialista, como si tuviese mayoría absoluta. Gobierno en funciones hasta que vaya bien, amenazar al partido "aliado" con elecciones y exigir abstenciones aquí y allí. Es Sánchez, antes fue Mariano Rajoy. Y si se logra el objetivo por vía traumática, el milagro se obrará a golpe de BOE para arreglar el país. Minorías exiguas en el parlamento, decreto ley y más elecciones si no se garantiza la gobernabilidad.
Pues en el bibloquismo los incentivos para ir a las urnas crecen a medida que el 'otro' no hace lo que pido yo. "No queremos elecciones, pero es que las posiciones de este señor son demasiado extremas…", me dice un áulico de Moncloa sobre la obsesión de Pablo Iglesias con unos ministerios. La amenaza de elecciones el 10 de noviembre es cada vez más real. Porque en otros comicios —a la luz del CIS— el PSOE se merendaría a Iglesias. Y solo una repetición electoral serviría para presionar intensamente a Ciudadanos, como le sucedió al PSOE en 2016. Aunque el bloque de la derecha bien podría imponerse.
Pero ni Podemos —ni Ciudadanos— se rigen por las leyes del bipartidismo. En el bibloquismo no vale con decir: X cederá porque no le interesan elecciones. En la 'nueva política' el partido se revela como una plataforma para que el súper líder llegue al poder. Sin contrapesos ni baronías. ¿Que la formación morada se hundiría en unos comicios? Iglesias apuesta a salvar su liderazgo con unas carteras ministeriales. El vaciado de talento —harto de subordinación— es tal en los nuevos partidos, que al hablar de 'independientes' en Podemos, irónicamente queda la "errejonista" Manuela Carmena y pocos más.
"No queremos elecciones, pero es que las posiciones de este señor son demasiado extremas", me dice un áulico de Moncloa sobre Iglesias
Aunque el bibloquismo se agrava cuando tres son multitud, como en la derecha. Entonces se insuflan altísimas dosis de trilerismo para compensar el marrón. El Partido Popular hasta firma imposibles acuerdos secretos con Vox en Madrid y lo que pasó después no sorprenderá. Tumban a Fernando López Miras en Murcia e Isabel Díaz Ayuso tiembla en la Comunidad. Justo cuando Pablo Casado creía a Albert Rivera encarrilado: soñando en que algún día liderará la oposición, mientras da oxígeno al PP por todo el territorio, exigiendo cada día menos sobre regeneración —véase Castilla y León—.
Porque el bibloquismo desnuda el ego personal en el intento de rentabilizar el careo entre los socios. Rivera se alinea con la derecha y que Roldán, Pericay, Garicano, Igea… se funden un partido, si el giro no les va bien. Pero luego "asquitos" a Vox, esperando que el bloque se adapte a sus exigencias y le regale los votos para gobernar. Los 'voxitas' vuelan cuchillos e insultos… Que además de ideas, los cargos están igualmente bien.
Y es que el bibloquismo es taquicárdico. Los candidatos —en Madrid, ni siquiera lo hay— se presentan a la sesión investidura cual la ruleta rusa, porque no reúnen apoyos suficientes. Negociar es un infierno y es mejor arrojarse a una "sesión de embestidura", como dice un histórico miembro del PP. Total, se puede ir a elecciones más veces y ya.
Lo jocoso del bibloquismo es que el líder del otro grupo despierta más simpatía que el aliado del propio
Lo jocoso del bibloquismo es que el líder del otro grupo despierta más simpatía que el aliado del propio. ¿Acaso no se agradan más Casado y Sánchez, que Sánchez e Iglesias? Se regenera una empatía bipartidista que hace las delicias de PSOE y PP.
Será que al bibloquismo le sucede como en la profunda película 'Mary Shelley' (Frankenstein). Su autora y protagonista descubre que el monstruo era ella. La encarnación viviente de toda su complejidad no resuelta, el sufrimiento interno por un pasado convulso, y a la postre, quien perpetra su destino fatal. Tomen nota, partidos varios. El taxista va camino de volverse a indignar y el sistema no da para más con la creación de nuevas plataformas.
¿O es que acaso los ciudadanos votan mal, esto es un lío y hay que volver a votar hasta que voten bien? Que al bipartidismo, no le va tan mal.
Viajando un día en taxi, el conductor —que en Madrid se enteran de todo— me contó una anécdota de 2015 con un representante político. "Había polémica con alguien del partido porque estaba preguntando por teléfono qué posición era la oficial. Temía quedar mal si primero le apoyaba y luego el otro caía en desgracia. Era eso o traición, si el partido después cerraba filas con esa persona. Al colgar, yo me permití un consejo: que nos hiciese un favor a los ciudadanos y que no le apoyase. ¡¡¡Cuánta hipocresía!!!".