Es noticia
El giro reaccionario español
  1. España
  2. Con V de voto
Estefania Molina

Con V de voto

Por

El giro reaccionario español

La política española inaugurará así en adelante, con el auge de la ultraderecha y su capacidad de maniobra parlamentaria, un nuevo ciclo político de tintes reaccionarios

Foto: El presidente de Vox, Santiago Abascal (i), pasa junto a Albert Rivera en el Congreso. (EFE)
El presidente de Vox, Santiago Abascal (i), pasa junto a Albert Rivera en el Congreso. (EFE)

España se levantó la fría mañana del 11-N con Vox como tercera fuerza política, cobrándose la dimisión de un Albert Rivera irrelevante en el Congreso, debido al fracaso del regeneracionismo que debió encarnar el pacto entre PSOE y Ciudadanos. La política española inaugurará así en adelante, con el auge de la ultraderecha y su capacidad de maniobra parlamentaria, un nuevo ciclo político de tintes reaccionarios, que será antagónico a la pulsión revolucionaria que aupó a un Podemos hoy menguado.

Foto: Albert Rivera con José Manuel Villegas. (EFE)

Y es que la pujanza de Vox guarda un nexo sutil con la eclosión en su momento del partido morado, aunque sus votantes sean diferentes. Se impone la ley del péndulo en España. Es decir, que la ciudadanía reventó el bipartidismo a lomos de la crisis económica en 2015, buscando solución al malestar político y social mediante el caos y lo desconocido. Pero Podemos erró luego no sabiendo ofrecer orden, estabilidad ante el desasosiego, y emulando los tics de la vetusta izquierda, que de tan purista, bloqueó al PSOE varias veces.

La consecuencia es que la sociedad española se mueve ya hacia el repliegue, bajo el estandarte del ‘Gran Padre Vox’ en país ingobernable y con la crisis en Cataluña cronificada en las calles. El ciclo revolucionario evoca así al capítulo de 'El Gran Inquisidor' de los hermanos Karamazov. En él, Dostoievski reflexiona sobre el miedo del hombre al libre albedrío, al caos: “¿Ante quién inclinarnos? Para el hombre no hay preocupación más constante y atormentadora que la de buscar cuanto antes, siendo libre, ante quién inclinarse”.

Foto: Pedro Sánchez, tras conocer los resultados electorales. (Reuters)

Ese fue, de hecho, el principal error de Pedro Sánchez. Moncloa detectó antes del 10-N un hastío hacia la vieja ‘nueva política’ y Sánchez apostó a que eso auparía a un gobierno fuerte, con un bipartidismo imperfecto. No calibró que el giro patriótico, con las barricadas en Cataluña, no llevaría a los votantes a buscar el refugio en un gobierno de centro-izquierda. Es más, los 120 escaños de Sánchez serían más si de verdad los ciudadanos creyesen que el PSOE es la única forma de garantizar la convivencia en Cataluña.

Porque de eso va el ciclo reaccionario. Este 10-N el discurso iliberal –detener a Torra, disolver el Estado autonómico– recibió aval de las urnas, hasta el tercer puesto. Es la respuesta al fracaso del pacto de izquierdas que atajase la precariedad social y portase la bandera de la 'pax' territorial dialogante –ante una eventual victoria de ERC en Cataluña– hundiendo al independentismo del ‘cuanto peor, mejor’. También es el fracaso del intento de reenganchar al soberanismo, reformando el país, a través del ‘gran centro’ (PSOE-Cs).

Foto: Celebración de los resultados electorales de Teruel Existe. (EFE)

Por su parte, el PP también podría verse enredado en esa espiral. Un Pablo Casado que se las prometía felices en 100 escaños, pero que el subidón de la ultraderecha ha dejado en 88. Un PP que quería ser moderado y de Estado con Ana Pastor, pero se verá eclipsado, o yéndose a la derecha de Cayetana Álvarez de Toledo en breve. Santiago Abascal promete ya que sus 52 escaños serán para presentar recursos ante el Tribunal Constitucional a leyes –quizás la de violencia de género– poniendo la estrategia de Casado en apuros.

Asimismo, el nuevo Congreso puede vivir una paradoja que dé mayor fuelle a Vox. Que las izquierdas sigan a la greña, con un Sánchez muy frágil, y un Más País que con tres escaños poco puede hacer para frenar las aspiraciones de coalición de Iglesias. Y mientras, que el PP y Vox van visibilizando el tándem algún día gobernante, que podría hacer vicepresidente a Abascal. Se palpó en los debates electorales: Casado y Abascal se enzarzaron en una ocasión. La metáfora del hundimiento del centro fue que, Rivera y Casado, en varias.

Y ese desplome de la esperanza centrista es lo que desemboca en la dimisión de Rivera. El político catalán se va, tras haber fracasado en su apuesta personal de liderar la derecha. Tras haber convertido a Cs en su plataforma electoral. Tras haber invitado a salir a la disidencia del partido. Tras haber convertido a sus banderas políticas en meros leitmotiv de campaña: frenar al independentismo (caso Valls), regeneración (darle al PP todo el poder territorial), progresismo (más cerca de recibir los votos de Vox que de acercarse al PSOE).

Rivera dimite como presidente, como diputado y como político

Pues el malestar de los ciudadanos no cesa por las ambiciones personales de sus líderes políticos. Y frente a una España ingobernable, frente a la irrupción de una gran variedad de partidos regionales, nacionalistas e independentistas en el Congreso, frente a un cansancio con la clase política, Vox promete cierre de filas, promete nacionalismo español, con una nueva estrategia de corte populista, ante una eventual crisis económica. De eso va el giro reaccionario: el péndulo entre revolución y reacción que aqueja a todas las sociedades.

España se levantó la fría mañana del 11-N con Vox como tercera fuerza política, cobrándose la dimisión de un Albert Rivera irrelevante en el Congreso, debido al fracaso del regeneracionismo que debió encarnar el pacto entre PSOE y Ciudadanos. La política española inaugurará así en adelante, con el auge de la ultraderecha y su capacidad de maniobra parlamentaria, un nuevo ciclo político de tintes reaccionarios, que será antagónico a la pulsión revolucionaria que aupó a un Podemos hoy menguado.

Pedro Sánchez Pablo Casado Santiago Abascal