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Estefania Molina

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Qué será Ciudadanos post-Rivera

La formación naranja no será la misma tras su conversión en los últimos tiempos en una plataforma electoral para que su líder terminase alcanzando el Palacio de la Moncloa

Foto: Operarios retiran los carteles electorales de la sede de Ciudadanos en Madrid. (EFE)
Operarios retiran los carteles electorales de la sede de Ciudadanos en Madrid. (EFE)

Ciudadanos post-Rivera será otro partido, pero nunca el mismo, tras su conversión en los últimos tiempos en la plataforma electoral para que su líder llegase a Moncloa. Por eso, no es de extrañar que sus allegados salten del barco –José Manuel Villegas, Juan Carlos Girauta– al son del desastre electoral del 10-N. Y es que el vaciado ideológico de una formación supeditada a los intereses tácticos de su expresidente ha supuesto una política de tierra quemada sobre un Cs que vaga ahora buscando un nuevo rumbo –de haberlo.

Sucede que ni el espacio político que Cs simbolizaba, ni coyuntura política que se avecina, no favorecen en absoluto al partido naranja, frente a una legislatura se prevé frentista, guerracivilista, a derecha y a izquierda. Es decir, frente a unas fuerzas políticas estirando de forma centrífuga las costuras del sistema.

Foto: Albert Rivera y José Manuel Villegas, el 10 de noviembre. (EFE)

En primer lugar, el gobierno de coalición de PSOE y Podemos, tras el previsible apoyo de ERC, dependerá como siempre de la lucha fratricida en el seno del espacio independentista. Los republicanos no verán otra salida que atenazar a Moncloa, toda vez que Puigdemont repunte en las encuestas, con el horizonte de unas elecciones autonómicas en Cataluña. Eso hará de la inestabilidad una constante, si la estrategia bilateral no logra imponerse, o si Podemos no lograr contener los giros de guión del ‘procés’.

Esa dependencia del independentismo, asimismo, sucederá por el rechazo atávico de Cs a verse votando a favor de la investidura de Pedro Sánchez, junto a Podemos y el PNV. Nuevamente, los 10 escaños de Cs tampoco evitarán la mesa de partidos que ERC exige para el “diálogo”. Lejos quedan las condiciones que pudo lograr Cs con su papel protagonista tras el 28-A –relegado ya a una fuerza con una dirección interina a la espera de una asamblea que será tarde, hacia marzo.

Frente a ese escenario, Santiago Abascal está dispuesto a erigirse como la oposición férrea al ejecutivo de coalición que denomina del “Frente Popular”, en un intento de deslegitimación institucional. Impugnación de leyes ante el Tribunal Constitucional –con 52 diputados ya pueden– lucha por liderar el bloque… Eso será frente a un Partido Popular reforzado con la estrategia de la moderación, pero que podría caer en la necesidad de taponar a Vox, a medida que avanza la legislatura.

placeholder Reunión de la Ejecutiva de Ciudadanos antes de la dimisión de Rivera. (EFE)
Reunión de la Ejecutiva de Ciudadanos antes de la dimisión de Rivera. (EFE)

La consecuencia es que el llamado centro liberal que Cs decía representar empezará a achicar su espacio, frente a los partidos en liza. La lucha intrínseca de nacionalismos que se prevé en la cámara baja, entre el nacionalismo español que encarna Vox y los nacionalismos periféricos (ERC, PNV…) o regionalismos (BNG, Teruel Existe…) sobrepasa ahora al conflicto soberanista, para convertirse en un “todos contra todos”, en que Cs parece desdibujado.

Precisamente, el principal bastión de Cs también se tambalea. La pujanza de Vox y el PP el pasado 10-N en Cataluña auguran tormenta para el partido naranja. Otras fuerzas también recelan también su espacio, como es el caso del PSC, que prevé una modificación del consenso sobre la inmersión lingüística. Los socialistas catalanes están dispuesto a capitalizar las dificultades de la nueva líder catalana, Lorena Roldán, por lograr un fuelle similar al de Inés Arrimadas.

Asimismo, Cs dejará en delante de ostentar la misma visibilidad que antaño en el Congreso, con un grupo de 10 diputados, sexto en los debates plenarios. Supone un golpe para un partido que se movían bien en los medios de comunicación. Ahora bien. Ni siquiera eso les sirvió de la quema el 10-N, tras perder la credibilidad en muchas banderas como la regeneración (tras sostener al PP territorialmente). Pese a la sentencia de los ERE, Cs no ha logrado resaltar frente al bipartidismo.

Foto: A la izquierda, José Manuel Villegas. En el centro, Albert Rivera. A la derecha, Inés Arrimadas. (EFE)

La pregunta entonces es qué puede ser Cs post Rivera. En el recuerdo quedará estos días aquella idea de España Suma, que le habría granjeado una cuota de poder que amortiguase la debacle electoral. El principal escollo para organizar ese espacio era la ambición de su líder, se decía. Y los populares no pondrían ahora objeción a recuperar la idea, bajo la creencia en un gran centro liberal, que pudiese hacer de dique de contención a Vox y comenzar así la “refundación” del centroderecha, según Casado.

Sucede que pese al carisma de Arrimadas, el intento de recuperar sus señas de identidad puede llegar tarde. El precedente de UPyD en el imaginario colectivo no augura buenas perspectivas para una marca quemada a ojos de la opinión pública y muy vinculada al líder fundador. La única esperanza de Cs, pareciera, es que se consumase la –muy improbable– gran coalición junto a PP, PSOE y Cs.

Porque en el resto de España, Cs tampoco podrá presumir en delante de presidir ninguna autonomía –máxime vicepresidencia, menos visible– que le permita refugiarse política y económicamente cuando arrecia, como tradicionalmente han sido Madrid y Andalucía para PP y PSOE, respectivamente. Y es que por algo el arraigo territorial sigue siendo la gran clave de la política española.

Ciudadanos post-Rivera será otro partido, pero nunca el mismo, tras su conversión en los últimos tiempos en la plataforma electoral para que su líder llegase a Moncloa. Por eso, no es de extrañar que sus allegados salten del barco –José Manuel Villegas, Juan Carlos Girauta– al son del desastre electoral del 10-N. Y es que el vaciado ideológico de una formación supeditada a los intereses tácticos de su expresidente ha supuesto una política de tierra quemada sobre un Cs que vaga ahora buscando un nuevo rumbo –de haberlo.

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