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Estefania Molina

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Pablo Casado, sin liderazgo ante el Gobierno Sánchez-Iglesias

El líder del Partido Popular ha perdido una oportunidad crucial estos días, ante las negociaciones entre PSOE y Podemos, de exhibirse como el presidente que dice querer ser

Foto: El líder del PP, Pablo Casado, en una rueda de prensa. (EFE)
El líder del PP, Pablo Casado, en una rueda de prensa. (EFE)

Pablo Casado ha perdido una oportunidad crucial estos días de exhibirse como el presidente del Gobierno que dice querer ser, ante las negociaciones de Pedro Sánchez para la investidura con Podemos y los independentistas. Quieto varios días, hasta que de golpe habló en Zagreb, el presidente del PP parece haber renunciado a ser la voz y cobijo de una masa de votantes —no solo del empresariado— que siente desasosiego ante la entrada de Pablo Iglesias al Gobierno, al partido de Junqueras y al fantasma del "caos".

Porque a lo que ha renunciado Casado, en el fondo, no es a la gran coalición. El PSOE habría rehuido a esa entente con la derecha, que en Europa ha machacado a no pocos partidos socialdemócratas. A lo que ha renunciado Casado, en verdad, es al liderazgo. A guiñarle el ojo a sus votantes, y al millón de Ciudadanos que se fue a la abstención el 10-N. Qué distinto, si Casado hubiese salido al balcón de Génova a proclamar que apoyarían al PSOE si no estaba en el gobierno Sánchez —por mucho que nadie le cogiera el teléfono—.

Tendría ahora el PP el relato en su terreno, y el debate abierto sobre los 800.000 votos que el PSOE perdió el 10-N, igual que la mayoría absoluta del Senado. Tendría la iniciativa, que en política lo es todo, pues cuando no se tiene se paga caro. Por eso, Albert Rivera dribló al PP de Mariano Rajoy, el partido absolutismo de los 182 escaños, durante más de tres años de legislatura, con una plataforma electoral (Cs) cuya representación real hoy en el Congreso es de 10 diputados, y al borde de la desaparición.

Por la misma regla de tres por la que Sánchez no habría aceptado una coalición con el PP, Vox tampoco habría sido el líder de la oposición. Aunque llegados al caso extremo, que en Moncloa abrazasen la propuesta de los populares, en Génova habrían estado a tiempo de empujar a Cs contra el PSOE y apoyar desde fuera a ese gobierno. Eso tampoco habría pasado. Pero si sí, el PP habría podido atenazar a naranjas y socialistas, liderando la derecha frente a Vox, e imponiendo sus términos en el debate político.

Aunque la cúpula dirigente de los populares no lo ve así. Solo Núñez Feijóo brujulea sobre la gran coalición, cual especie mitológica que centre al PP. Luego están Álvarez de Toledo, y el exministro García-Margallo, tan opuestos, pero que abogan por la entente PP-PSOE-Cs. Al contrario, el núcleo de Casado cree que Sánchez se abrasará con Iglesias y ERC. Esperaban lo mismo tras el 28-A. Lo mismo creía Rivera, y su votante sancionó la posición de Cs: si no vale para evitar la influencia de Podemos y el independentismo, ¿de qué servía Cs?

Foto: El presidente del Partido Popular de Galicia, Alberto Núñez Feijóo. (EFE)

Aunque el centroderecha sigue sin ver la lección. Inés Arrimadas aún dispone de 10 asientos para driblar a ERC, que si no usa, menos utilidad dará a Cs. Y Casado, si no gesticula, por meramente estético que sea el intento, también será culpable a ojos del votante: del debate sobre la escuela concertada, del título VIII de la Constitución, del modelo fiscal… Y si la situación se pone negra, allí estará Vox, frente a un votante de derechas que volverá a protestar, tras romper a Cs y doblar el brazo al PP, si ve vulnerados sus principios ideológicos.

Y es que el paradigma de la alternancia ha cambiado. "Que caiga España, que ya la levantaremos nosotros", decía el exministro Montoro mientras el gobierno de Zapatero se cocía con la crisis económica. El mismo modelo de alternancia instaurado por Aznar, cuando explica en sus memorias que el PP se construyó en oposición al socialismo agonizante tras los tres gobiernos de González. Casado aún piensa en esos términos del bipartidismo, sin anticipar las coordenadas diversas que anidan en la mente del votante, en el nuevo esquema del bibloquismo.

Porque en el pecado está la penitencia, y al PP no tiene por qué salirle la jugada bien. Menos, cuando al cerrarle la puerta al PSOE, le condena al poderío de un Rufián que ya habla de "sentar" al jefe del Gobierno. Menos, cuando el PP no tiene ni tan siquiera estrategia para frenar al Vox de los 52 escaños: los días pares Martínez Almeida planta a Ortega Smith, y los impares, rechaza su reprobación. Menos, cuando en ningún sitio está escrito que el gobierno Sánchez-Podemos vaya a durar dos telediarios, y no una legislatura de cuatro años.

Pues nadie duda que si el acuerdo con Podemos y ERC saliese mal, el PP tendría que abrirse a apoyar al PSOE como partido de Estado que es. Muestra es la votación esta semana del '155 digital' para cerrar webs por motivos de orden público, con apoyo del PP —e intento de leal abstención de Podemos—. He ahí la diferencia entre marcar terreno, y aparecer derrotado a ojos de la opinión pública.

Pablo Casado ha perdido una oportunidad crucial estos días de exhibirse como el presidente del Gobierno que dice querer ser, ante las negociaciones de Pedro Sánchez para la investidura con Podemos y los independentistas. Quieto varios días, hasta que de golpe habló en Zagreb, el presidente del PP parece haber renunciado a ser la voz y cobijo de una masa de votantes —no solo del empresariado— que siente desasosiego ante la entrada de Pablo Iglesias al Gobierno, al partido de Junqueras y al fantasma del "caos".

Pedro Sánchez Pablo Casado Esquerra Republicana de Catalunya (ERC)
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