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Estefania Molina

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Iglesias aún tiene un as en la manga

Los ministros de Podemos han decidido mantener su escaño, al contrario que los del PSOE, y eso podría convertirse en una importante baza para su líder en una legislatura que se prevé incierta

Foto: El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, en la sesión de investidura. (EFE)
El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, en la sesión de investidura. (EFE)

Contaba Iván Gil en este diario que los diputados-ministros de Podemos se blindarían manteniendo el acta de diputado, hasta confirmar la correcta coordinación de la coalición con el PSOE; a diferencia de los socialistas, que dejarán el escaño. Y de hecho, esa carta podría convertirse en un poderoso as en la manga para Pablo Iglesias a largo plazo, ante una legislatura que se prevé incierta sobre si enterrarán el hacha de guerra ambas formaciones. Es decir: ante la posibilidad de que a Podemos le pudiese convenir —en unos años— salir del gobierno, y forzar elecciones para preservar su marca.

Pasa que la formación morada ha apostado fuerte con la institucionalización del 15-M, pisando a partir del domingo la moqueta del Consejo de Ministros. Por ese motivo, Iglesias apeló a la presión de los movimientos sociales durante la moción de censura, conscientes en el partido de las contradicciones que entraña gobernar. Portar la pancarta y dirigir ministerios es una pirueta que al populismo —o la izquierda alternativa— no siempre le ha salido bien. Por poner un ejemplo, en el recuerdo queda la gestión de Alexis Tsipras frente a la UE.

Foto: El líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, es aplaudido tras su intervención durante la sesión de investidura, este 7 de enero. (EFE)

Precisamente, entre las primeras contradicciones a cabalgar, estará la previsión por parte de la Unión Europea de que España realice ajustes de unos 8.000 millones de euros, como también, los augurios de la eclosión de una crisis económica en 3-4 años. Por eso mismo, y llegado ese escenario, a Podemos hasta le podría interesar estratégicamente abandonar el Gobierno y dejar al PSOE haciendo los recortes, en una 'performance' sin precedentes en España, pero que ya se ha visto en otras democracias de nuestro entorno. Es decir: pasarse a la oposición.

El hecho es que esa sería la única forma de que Iglesias minimizase su daño. Pasa que la formación morada es hoy sistema, y muestra de ello es que su líder ya no habla del "régimen del 78", o evita decir lo de "presos políticos" —pero no "exiliados"—. Pues si Podemos es sistema, el partido que aglutinará la desafección de los ciudadanos con la política, en adelante, será Vox —como aquí se explicó—. Santiago Abascal, de hecho, hace meses brujulea, precisamente, buscando ese espacio de clase trabajadora y media precarizada, desencantada con la políticatambién comentado—.

Al margen de ello, la realidad sabida es que el primer gobierno de coalición de la democracia española supone un arma de doble filo para dos partidos que llevan rivalizando de forma atávica desde que se conocieron en 2015. Es el dilema del erizo, esbozado por Arthur Schopenhauer, y reproducido por el periodista Fernando Garea hace unos años. Podemos y PSOE se necesitan para sobrevivir, como los erizos, que se mantienen cerca para procurarse el calor necesario para la vida. Pero si los erizos se aproximan demasiado, incluso los de la misma ideología, se pinchan y hieren.

Tanto es así, que la lealtad plena exhibida por Iglesias durante la sesión de control —y que buscará mantener para lograr su aval de gestión— se topó esta semana con la aparición de ciertas suspicacias por la decisión de Sánchez de retrasar el nombramiento del Gobierno. Incertidumbre en las filas moradas. Asimismo, al Gobierno en funciones pareció no encajarle el 'tour' de entrevistas del líder de Podemos. El remate vino dado, a la postre, por la estrategia monclovita: tres mujeres vicepresidentas frente al vicepresidente (hombre) de Podemos.

Sánchez, que tendrá la sartén por el mango, demostró así en qué puede consistir su marcaje: en actuar a su favor en todo lo que no esté expresamente previsto en el acuerdo. De hecho, la lucha principal a lo largo de esta senda de coalición pivotará sobre qué le conviene más, a PSOE y Podemos, exhibir ante su electorado: el PSOE no puede ceder ni un milímetro en capacidad de gestión (izquierda institucional), pero tampoco obviar su perfil social. Podemos necesita ganar credibilidad gestora, pero sin renunciar a sus ademanes de izquierda alternativa y lucha social.

placeholder Pablo Iglesias y Pedro Sánchez se saludan tras la firma del acuerdo. (Reuters)
Pablo Iglesias y Pedro Sánchez se saludan tras la firma del acuerdo. (Reuters)

Eso explica también el reparto ministerial. Podemos tocará carteras que dan muchos titulares sociales, aunque no controle la maquinaria de Estado o el grueso del presupuesto. Lo rematará con perfiles mediáticos de calado (Irene Montero, Alberto Garzón, Yolanda Díaz, Manuel Castells, y el propio Iglesias). El PSOE, por su parte, se quedará el control del engranaje estatal, colando al frente de estos muchos más ministerios técnicos que sociales. Es decir, una declaración de intenciones sobre quién es el partido de Estado y la "izquierda responsable".

Porque la lucha soterrada existirá por momentos y la muestra más evidente vino dada por los protagonistas del gobierno de coalición: un documento considerado un "protocolo de coordinación y funcionamiento parlamentario para la legislatura". Pues la política excede a las costuras del papel. Lo saben bien los socios de esta coalición.

Contaba Iván Gil en este diario que los diputados-ministros de Podemos se blindarían manteniendo el acta de diputado, hasta confirmar la correcta coordinación de la coalición con el PSOE; a diferencia de los socialistas, que dejarán el escaño. Y de hecho, esa carta podría convertirse en un poderoso as en la manga para Pablo Iglesias a largo plazo, ante una legislatura que se prevé incierta sobre si enterrarán el hacha de guerra ambas formaciones. Es decir: ante la posibilidad de que a Podemos le pudiese convenir —en unos años— salir del gobierno, y forzar elecciones para preservar su marca.

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