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Casado y Abascal, la derecha quiere su 15-M
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Estefania Molina

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Casado y Abascal, la derecha quiere su 15-M

Una parte de la derecha quiere su 15-M particular, o un clima social de protesta que vaya desgastando de forma agónica la legislatura de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias

Foto: Pablo Casado y Santiago Abascal charlan en el Congreso. (EFE)
Pablo Casado y Santiago Abascal charlan en el Congreso. (EFE)
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Una parte de la derecha quiere su 15-M particular, o un clima social de protesta que vaya desgastando de forma agónica la legislatura de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, mientras las cifras de paro y PIB arrojen un escenario de marasmo económico en España. Como en 2011, la batalla se jugaría entonces en la gestión de los climas de opinión y los partidos que mejor rentabilicen el malestar ciudadano verán su traducción electoral en unos años. Es la revancha autoimpuesta en la derecha, a modo de lección ante su incapacidad atávica de dominar la movilización callejera y el marco.

La primera medición de ese pulso, a modo de experimento en plena fase 0 y fase 1 de desescalada, es este sábado con la caravana de vehículos impulsada por Vox a lo largo de la geografía española, con aval expreso de la Justicia en algunos casos. El partido de Santiago Abascal pretende hacer una exhibición de poderío y lanzar así un guiño a las protestas ciudadanas del barrio de Salamanca, Usera, Sevilla... —pese a que en algunas no se respetaba la distancia de seguridad—. El objetivo consiste en apadrinar oficialmente la pulsión del descontento y catalizarla contra Moncloa.

La principal batalla de Vox ahí es dominar el marco, en esa hambre de hegemonía cultural, opuesto a la hegemonía gramsciana bien engrasada de la izquierda. Es decir, apartar la idea extendida de que las protestas son de 'cayetanos' —familias pudientes , o incluso de extrema derecha, para relanzar su estrategia sobre las clases precarizadas y las medias con miedo a la precarización ante la crisis que acecha tras la pandemia. Vox lleva ensayando ese giro desde las pasadas elecciones del 10-N, emulando así el viaje que el Frente Nacional francés dio con el liderazgo de Marine Le Pen.

De prosperar el cometido, los voxistas podrían actuar de espoleta para volverse a enraizar entorno a las calles. Desde la época de José Luis Rodríguez Zapatero, la derecha no logra avivar la queja social de forma continuada —entre 2004 y 2010, el PP salió hasta en 13 ocasiones con la pancarta—. La manifestación de Colón, en cambio, pasó como un experimento, del que el que los populares y Ciudadanos saltaron, cuando Abascal volvió a llamar a la protesta el pasado 12 de enero. El centroderecha se apartó del intento de deslegitimar la investidura de Sánchez, pero es clave saber qué hará el PP en adelante.

Si Pablo Casado vuelve a desmarcarse de la calle, la protesta quizás solo quede capturada en torno a Vox —y cabría esperar a valorar en qué queda a largo plazo—. Si el PP se suma, tal vez añada su base social a esas protestas. Al margen de lo que haga cada partido, existen graves consecuencias de tener una calle polarizada, como son los enfrentamientos entre grupos ideológicos opuestos, suceso que ya ha ocurrido en Moratalaz y que se saldó con un herido, o incluso, la tensión sufrida en Alcorcón. Ese riesgo empieza a aparecer ya como una preocupación latente en la política española.

Algunos líderes de la derecha, sin embargo, auguran que se ha abierto la caja de Pandora y habrá más manifestaciones contra el Gobierno. "Esperen a que la gente salga a la calle, porque lo de Núñez de Balboa les va a parecer broma", dijo Isabel Díaz Ayuso, el ala más combativa de los populares a día de hoy. No parece ya que el enfado sea solo del deleite de Vox. Aunque el PP es variopinto, tanto como que algo tendrán que decir al respecto barones tan moderados como Alberto Núñez Feijóo o Juanma Moreno, frente a la posición que tome Génova 13.

Foto: Ilustración: El Herrero. Opinión

Casado se adentra así en una tesitura complicada también en el Congreso, frente a un renovado Ciudadanos pactista, y un Vox rupturista. La comisión de reconstrucción ha saltado por los aires con la salida de los de Abascal tras el pacto del Gobierno con Bildu. Los populares ya venían arrastrando los pies para cualquier acuerdo económico amplio del estilo de los Pactos de la Moncloa. Pero todo se complica ahora, mientras algunas encuestas muestran un tímido giro de España hacia la derecha, que puede poner los colmillos largos a sus líderes y orientar la confrontación con el Gobierno.

Aunque lo reseñable ahí es que los populares recogerán los frutos del descontento que abandere Vox, quizás sin ni siquiera tenerse que sumar a ninguna protesta. Frente a una crisis global, la tecnocracia volverá a ganar enteros y en la marca PP el ciudadano aprecia más tablas de gestión que en la de Abascal. A fin de cuentas, el control de los tiempos y la pasividad también es una habilidad política que cotiza al alza en la derecha. Casado, hasta el momento, la viene practicando.

Una parte de la derecha quiere su 15-M particular, o un clima social de protesta que vaya desgastando de forma agónica la legislatura de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, mientras las cifras de paro y PIB arrojen un escenario de marasmo económico en España. Como en 2011, la batalla se jugaría entonces en la gestión de los climas de opinión y los partidos que mejor rentabilicen el malestar ciudadano verán su traducción electoral en unos años. Es la revancha autoimpuesta en la derecha, a modo de lección ante su incapacidad atávica de dominar la movilización callejera y el marco.

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