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Estefania Molina

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Pablo Casado, reventar el pasado del PP

Casado ha tenido que apartar en pocas semanas la sombra de Aznar echando a Álvarez de Toledo y luego desvincularse del gobierno de Rajoy para lograr la propia emancipación

Foto: Pablo Casado y Mariano Rajoy charlan en un acto. (EFE)
Pablo Casado y Mariano Rajoy charlan en un acto. (EFE)
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Pablo Casado ha tenido que apartar en pocas semanas la sombra de José María Aznar echando a Cayetana Álvarez de Toledo de la portavocía primero, y desvinculándose del gobierno de Mariano Rajoy después. Es aquella teoría freudiana de que el niño "mata al padre" —políticamente, se entiende— para lograr la propia emancipación. Si bien, Casado hereda un Partido Popular demasiado lastrado por los fantasmas del pasado, que desde este viernes sufre también una nueva ampliación de la investigación judicial por la caja B. En el Congreso, sus adversarios afilan mientras cuchillos por la operación Kitchen, aunque los populares únicamente podrían encontrar ya algo de alivio soltando todo el lastre anterior.

En primer lugar, porque el liderazgo de Casado es lo primero que corre riesgo en la ecuación. No han tardado en proliferar las teorías que intentan vincularle con la trama Kitchen, pese a no existir a día de hoy ninguna prueba contra él, ni constar este en el sumario del juez instructor. Sus detractores se aferran a su cargo de vicesecretario de comunicación en 2015, y afirman, además, que este fue aupado a la dirección por María Dolores de Cospedal —señalada por la Fiscalía—. Tendrá Casado que elaborar pues un argumento menos simple que el de que era "un diputado por Ávila", si quiere salir ileso, cuando sea llamado a la comisión de investigación del Congreso. Aunque la improvisación argumental es algo habitual en el 'nuevo PP'.

Pasa que en política no se puede poner la mano en el fuego por nadie. Sin embargo, elevar el cargo de vicesecretario de Casado a la categoría de "poder", cuando no estaba ni en el Gobierno de Rajoy, es obviar una parte determinante de la realidad. Primero, porque los jóvenes vicesecretarios del PP —Casado; Andrea Levy, ahora concejal del Ayuntamiento de Madrid; Javier Maroto, senador del partido— dieron más la sensación de ser una operación estética de renovación en las filas populares en 2015, meses antes las elecciones del 20 de diciembre de aquel año, que de ocupar cargos orgánicos de relevancia. La anécdota más llamativa es que en una entrevista Rajoy llamó en una ocasión a Andrea Levy "Eva Levy", y no Andrea.

De hecho, a los jóvenes vicesecretarios les pesaban los casos de corrupción del PP como a los que más, toda vez que en privado alguno no escatimaba en mostrar su malestar sobre tener que salir a defender a su partido. Eran aquellos tiempos en que Casado paseaba por los medios de comunicación, mientras aguantaba las noches electorales de desplome, ante la pujanza de un Ciudadanos regenerador, que muchos querían para sí. Por otra parte, es probable que Casado siempre supiera que en el PP de Rajoy ser el "chico de Aznar" no era un plus, sino un menoscabo, y que sus formas más ideologizadas chirriaban a muchos. Por eso, en el 'marianismo' nunca estuvo del todo ubicado.

Ahora bien, la dirección actual de Génova 13 no puede menospreciar el desgaste que suponen las tramas judiciales que vuelven a la palestra, pese a la renovación de su cúpula dirigente en 2018. De qué sirve una nueva dirección de cargos nuevos y limpios, si estos tienen que batallar a diario con la mochila del partido. Por eso, el consejo que lanzaba el portavoz José Luis Martínez-Almeida sobre no dejar de asumir la situación apareció este viernes como una guía en el camino de Casado, a falta de concreción. Ello debería obligar a encontrar las formas de escenificar una ruptura firme y profunda con lo anterior, yendo más allá de reivindicar su inocencia como diputado. Una nueva sede, por citar algún ejemplo, porque solo sobre la base de las evidencias se encauza otra realidad.

placeholder Pablo Casado habla con Teodoro García Egea en el Congreso. (EFE)
Pablo Casado habla con Teodoro García Egea en el Congreso. (EFE)

Eso es así, además, porque en los partidos españoles a veces venía imperando la regla del cierre de filas ante los escándalos judiciales. Sin ir más lejos, ciertas informaciones cuentan ya que algunos esperarían de Casado que no dejara tirado a los cargos del PP anterior. La cultura de partido invita a la protección, aunque los ciudadanos no entiendan eso —lo que es normal—. Ahora bien, el nuevo líder tuvo que dar la cara en sus tiempos de vicesecretario ante la Gürtel y por eso sabe, que cada vez que un partido no es categórico cava el hoyo más profundo.

Si bien, la comisión de investigación por la Kitchen que se alumbrará es en parte el resultado de la ley embudo que aplica en el Congreso, y en la política española en general. La prueba es que hace unos días PSOE y Podemos tumbaron la creación de una comisión de investigación por el caso Neurona, sobre la financiación del partido de Pablo Iglesias. No se trata de comparar situaciones, ni tampoco de negar la gravedad y el escándalo democrático mayúsculo que suponen los hechos de presunto espionaje desde la administración Rajoy al extesorero Luis Bárcenas.

Foto: El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida. (EFE)

Ahora bien, la realidad es que las comisiones de investigación se han convertido en un 'show' desde la irrupción del multipartidismo, que sirve para que los partidos alimenten el relato político. Primero, el mosaico de la realidad que se acaba componiendo no es tan completo como la verdad judicial. La Justicia tiene muchos más medios para la investigación y, por tanto, sus procesos son determinantes y con consecuencias legales tangibles. Segundo, eso lleva a que algunos diputados, con independencia de lo que allí se cuente, parecen tener asumidas de entrada las conclusiones acusatorias. Tercero, si se cita a personas que están en procesos de investigación, estos pueden acogerse a su derecho a no contestar. Cuarto, porque hay comparecientes que pueden ser vetados por los grupos —casos ha habido—. Quinto, cuestan un dineral a los ciudadanos.

Si bien el PP se torna ahora el centro de la polémica, recibirá el envite de varios partidos que ven en su debilitamiento una oportunidad electoral. A Ciudadanos le permite retomar aquella tesis de Albert Rivera sobre que los escándalos en el PP permitirían a los naranjas desangrarles. Al Gobierno de Pedro Sánchez e Iglesias, le vendrá bien que la Kitchen compita en las portadas junto a los primeros signos de la crisis económica, como es el caso de la congelación posible del sueldo de los funcionarios. Vox es su rival directo y le hace la cuadratura del círculo con la moción de censura. A los independentistas, sobre todo a ERC, el asunto les nutre la coartada de seguir apoyando a las izquierdas, pese a que de la mesa de diálogo con el Govern no saliera nada sustancioso.

A fin de cuentas, el pasado se acaba cobrando la venganza, llamando una y otra vez a la puerta, si uno no sabe desprenderse de él, asumiendo las riendas de la adultez, por mucho que ello agite las aguas internas del PP.

Pablo Casado ha tenido que apartar en pocas semanas la sombra de José María Aznar echando a Cayetana Álvarez de Toledo de la portavocía primero, y desvinculándose del gobierno de Mariano Rajoy después. Es aquella teoría freudiana de que el niño "mata al padre" —políticamente, se entiende— para lograr la propia emancipación. Si bien, Casado hereda un Partido Popular demasiado lastrado por los fantasmas del pasado, que desde este viernes sufre también una nueva ampliación de la investigación judicial por la caja B. En el Congreso, sus adversarios afilan mientras cuchillos por la operación Kitchen, aunque los populares únicamente podrían encontrar ya algo de alivio soltando todo el lastre anterior.

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