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Estefania Molina

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Pedro Sánchez pierde el relato ante Iglesias

Parecía que a Sánchez le convenía dejar maniobrar a Iglesias porque le garantizaba las filas prietas en el bloque plurinacional, haciendo difícil que la derecha volviera al poder a corto plazo

Foto: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en el Congreso. (EFE)
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en el Congreso. (EFE)

Parecía que a Pedro Sánchez le convenía dejar maniobrar a Pablo Iglesias porque este le garantizaba las filas prietas en el bloque plurinacional, haciendo muy difícil que la derecha volviera así al poder a corto plazo —como expliqué la semana pasada—. Sin embargo, Sánchez empieza a parecer desdibujado ante el insistente protagonismo de Iglesias, aunque el presidente está a punto de lograr unos presupuestos que le permitirán blindar buena parte de la legislatura. Ese es el riesgo de ceder el relato a su vicepresidente: que Sánchez pase de parecer que tiene la sartén por el mango, a dar la impresión contraria, la de convidado de piedra con los perjuicios que eso pueda conllevarle.

En primer lugar, Podemos es consciente de que no tiene el poder real de la coalición, porque ese le pertenece al PSOE. Se vio con la fusión bancaria, o con la salida del Emérito de España. Las operaciones delicadas se dilucidan en el ámbito estricto de los socialistas y los morados se resarcían hasta ahora dando luego el berrinche mediático. La coalición sobrevivía y sobrevivirá porque amenazar con irse del gobierno no es una opción para Podemos, ya que este no cuenta con una estructura sólida fuera del Ejecutivo, ni siquiera, sustentado por las antiguas confluencias. El ejemplo más reciente es la trifulca con Teresa Rodríguez de Adelante Andalucía.

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Sin embargo, el vicepresidente tiene algo muy valioso con que confrontar con el líder socialista y eso pasa por el relato, el golpe de efecto mediático. Primero fue el acercamiento a Bildu para noquear a Ciudadanos. Después, la enmienda antidesahucios que presentó Podemos en contra de los presupuestos del propio gobierno. Este viernes, la secretaria de Estado de la Agenda 2030, Ione Belarra, arremetía contra la ministra Margarita Robles por pararle los pies a Iglesias. "Cuando eres la ministra favorita de los poderes que quieren que gobierne el PP con Vox, quizá estés haciendo daño a tu gobierno", deslizó en un tuit.

De un lado, esa estrategia garantiza a los morados aparecer como la fuerza de gobierno y de oposición al mismo tiempo, reduciendo el desgaste de estar en el poder y no poder aplicar todo su programa. Ejemplo de ello es la crisis migratoria en Canarias, que si daña al PSOE, más lo hace Podemos. Del otro lado, Unidas Podemos se sigue presentando como esa izquierda subversiva y revolucionaria, el aval de las esencias puras, pese a su fondo desleal. El desgaste a la izquierda, pues, lo asume Sánchez con sus ministros tecnócratas, porque el poderío de Iglesias igual hasta le impide retener votos centrados.

Pasa que ello no dejaría de provocar costes de imagen hasta dentro del PSOE. Esta semana, el líder socialista se vio obligado a enviar una carta a la militancia, tras el revuelo causado por los barones críticos con el acercamiento a Bildu. En Ferraz hay dos poderes, las bases y las baronías. Sánchez reformó el reglamento del partido con su victoria en primarias en 2018, tal que el comité federal —cargos intermedios, líderes regionales— perdió fuerza en detrimento de las bases. Estas son siempre más puristas que la cúpula, pero la agitación de las baronías críticas hacía obligado rendir cuentas a la militancia, que son las que tienen el poder real del PSOE.

Pero hay más. Consecuencia de la jugarreta con Bildu de Iglesias es que el propio PNV ha alzado la voz, para pedirle a Sánchez que dé "el puñetazo en la mesa". Los peneuvistas empiezan a ver que su hegemonía pactista se tambalea con la irrupción de la izquierda abertzale en el tablero político. Si bien, esa fuga se ha intentado paliar con un nuevo desdén a Ciudadanos desde Moncloa. El PNV se ha colgado la medalla de retirar el impuesto al diésel que anteriormente había reclamado Inés Arrimadas. Los naranjas se dan como socio seguro por su gran necesidad de ser útiles en el tablero político, pero la acción de su líder erosiona al PSOE en el caladero de voto más centrado.

El único aliado que parece contento por el momento es Esquerra Republicana, que podrá vender ante sus bases el presunto blindaje de la inmersión lingüística en Cataluña, a las puertas de unas inciertas elecciones autonómicas. Sin embargo, ello parece más una forma de relato electoral, que un logro. Pese al cambio en la redacción del texto sobre la "lengua vehicular" en la escuela, el Tribunal Supremo ya había garantizado antes de la propia Ley Wert el derecho de los padres a que el castellano fuese también lengua vehicular. Otra cosa es la forma cómo se han aplicado las sentencias, o si el gobierno de turno ha litigado contra las autonomías.

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A la postre, el ideal de la "geometría variable" de Sánchez, donde este podía simultanear con unos y otros, empieza volvérsele en contra. En primer lugar, por la evidente incompatibilidad de los socios, algo que ya era sabido. En segundo lugar, porque los aliados transversales para los presupuestos no tapan la realidad de lo que se aventura que podría ser el bloque de gobierno. La Ley Celáa, por ejemplo, se ha saldado con el apoyo del pack plurinacional. Ciudadanos ha protestado contra ella junto al Partido Popular. Es decir, sellando la amalgama que tanto gusta a Iglesias —aún sin Bildu—. Por último, si los socios empiezan a molestarse con Moncloa, quizás se quiebre esa 'pax' donde al final el líder socialista siempre conseguía salirse con la suya en el Congreso porque todos tenían demasiado interés en pactar con él.

Si bien, el drama para Sánchez es que tiene el poder real, pero queda sepultado ante el griterío de sus aliados, donde todos sacan algo de tajada para su relato y la presidencia aparece extrañamente como desdibujada. Su principal recompensa es mantener la estabilidad y la legislatura dentro del caos, a la espera de la vacuna y la recuperación económica. Pero ahora toca gobernar prácticamente de forma inédita, después del largo año y medio electoral de 2018-2019, y del virus que se lo llevó todo por delante. Y de momento, Iglesias ya ha asumido que una cosa es el poder real, y otra el relato, tal que en ausencia de lo primero y si vienen mal dadas, la supervivencia en política a veces consiste solo en asumir el menor desgaste, ante la imposibilidad de saltar del barco.

Parecía que a Pedro Sánchez le convenía dejar maniobrar a Pablo Iglesias porque este le garantizaba las filas prietas en el bloque plurinacional, haciendo muy difícil que la derecha volviera así al poder a corto plazo —como expliqué la semana pasada—. Sin embargo, Sánchez empieza a parecer desdibujado ante el insistente protagonismo de Iglesias, aunque el presidente está a punto de lograr unos presupuestos que le permitirán blindar buena parte de la legislatura. Ese es el riesgo de ceder el relato a su vicepresidente: que Sánchez pase de parecer que tiene la sartén por el mango, a dar la impresión contraria, la de convidado de piedra con los perjuicios que eso pueda conllevarle.

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