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El independentismo se apoya en un nuevo 'enemigo' común
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Estefania Molina

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El independentismo se apoya en un nuevo 'enemigo' común

Es curioso que Illa haya pasado una campaña entera diciendo que no formará gobierno con independentistas, para luego poner el grito en el cielo porque se nieguen a pactar con él

Foto: El candidato de ERC, Pere Aragonès, y el presidente del partido, Oriol Junqueras. (EFE)
El candidato de ERC, Pere Aragonès, y el presidente del partido, Oriol Junqueras. (EFE)
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Parecía que el independentismo languidecía porque la última vez que estalló en las calles fue en octubre de 2019 en la Plaza Urquinaona, tras la sentencia del 1-O con los adoquines volando por los aires, tras años de intensas movilizaciones desde 2012. Luego llegó la inhabilitación de Quim Torra, con algún altercado menor en medio del letargo social inducido por la pandemia y el caos sanitario. Y más de un año después, a las puertas del 14-F, "la independencia estuvo ausente" en los debates televisivos, como señalaron algunas voces de Moncloa esta semana. Pero la realidad es que el germen combativo del 'procés' aún está vivo, y el síntoma es que solo necesitó un enemigo contra el que confrontar para hacerse notar.

Primero fue en las calles de Vic, con la ira de aquellos jóvenes atacando a la derecha de signo más duro, que para ellos simboliza Vox. Más tarde se apreció contra el constitucionalismo amable del PSC, negro sobre blanco en el documento que firmaron los líderes de Junts, ERC, PDeCAT y CUP sobre que no pactarían con Salvador Illa. En la calle, y en los despachos, ambos hechos parecían aislados, pero tenían una vinculación de fondo. De un lado, el malestar nihilista del electorado tras el fracaso de 2017. Del otro, el miedo de muchos independentistas a que ERC acabe de matar el espíritu del 'procés' atrapado en los cubiletes postelectorales de Pedro Sánchez.

Porque nada une más que un enemigo común, en este tablero ultrafragmentado y ultraenfrentado. Fuera de cámaras, las bases y cuadros de Esquerra y de Junts se han pasado la campaña lanzándose puñales y zascas en redes sociales y conversaciones privadas. La tensión ha podido palparse con una evidencia a la que nunca se había asistido desde que estalló el 'procés'. Pero los líderes, callados, guardaban las formas bajo los focos de los platós, conscientes de que la desunión penaliza entre sus filas, como expliqué aquí.

Foto: Ana Pastor dirige el debate con los candidatos a las elecciones catalanas del 14 de Febrero.

La imagen era de grieta, pues, hasta que llegó el debate de La Sexta. Laura Borràs salió en defensa de ERC y de su candidato, Pere Aragonés, en el enfrentamiento dialéctico de este contra Vox. Una expresión compartida de indignación, por parte de los dos líderes del movimiento, reconstruyendo su alianza casi en directo a costa de la molestia que genera a sus seguidores que el partido de Santiago Abascal quiera entrar en el Parlament. Y ese instante, que no se dio en TV3, fue el primer momento de distensión que le vimos a las fuerzas del Govern en muchas semanas, incluso meses. No solo es a Sánchez a quien le sirven los voxitas para mantener a los socios juntos.

Tanto fue así que solo a partir del lunes se podrá medir si el pico de crispación y vandalismo en Vic introdujo al 14-F alguna suerte de tensión movilizadora de un independentismo que hasta hace dos días seguía frustrado y pasivo. De hecho, la diferencia entre 2017 y 2021 es que estas elecciones estaban llamadas a ser hasta diciembre un mero trámite, el de la medición de fuerzas entre ERC y Junts, donde el hartazgo favorecía la pasividad frente a los resultados de las urnas. Eso es así porque las bases hace tiempo asumieron que sus líderes no llevarían a cabo más actos de ruptura, por el temor a más penas de prisión. Así pues, una vez rota la correa de transmisión que existió hasta el 1-O con sus representantes, los alicientes para el ciudadano proruptura de movilizarse venían siendo los menos.

Pero nada une más que un enemigo común en este tablero de potenciales pactos cruzados. El desembarco de Illa en campaña es el segundo efecto repliegue y dinamizador al que ha asistido el independentismo en estas semanas. Quizás Moncloa no anticipó que resultaría contraproducente darle ese empuje al PSC, si el objetivo era romper con el bucle del 'procés' con posible entente entre ERC y Comunes. La realidad es que ello le tejió el discurso a Carles Puigdemont y Borràs –como expliqué aquí– blandiendo el fantasma del 'tripartit'. Esquerra se ha tenido que parapetar, aunque de la credibilidad de su dique de contención se podrá hablar a partir del lunes, con resultados en mano.

A ratos pareció que el independentismo saldría de allí cosiendo España junto al PP, por la inquina de ambos hacia PSC y Vox


Por la otra parte, la cuestión es si el "todos contra Illa" funcionará de la misma forma que en su día el Gobierno consideró que funcionaría el "todos contra Sánchez". No deja de ser curioso que el exministro haya pasado una campaña entera diciendo que no formará gobierno con independentistas, para luego poner el grito en el cielo porque estos se nieguen a pactar con él. Si Sánchez logra sus fines de romper el equilibrio de fuerzas del 'procés', solo el tiempo lo dirá. Pero existen suficientes indicios para pensar que el movimiento independentista sigue palpitando con brotes perentorios de malestar crónico. Es decir, que harían falta muchos años para que, generacionalmente, los jóvenes que solo han crecido viviendo el 'procés' sean sustituidos por otras generaciones que hayan vivido un marco autonómico normalizado.

A la postre, tras ver el debate de La Sexta uno bien podría ironizar que el PP nunca estuvo más cerca de ser la cara amable del constitucionalismo en Cataluña. No solo porque hasta Laia Estrada de la CUP acabó echándole un capote a Alejandro Fernández, el candidato 'popular', cuando este se enzarzaba con Ignacio Garriga. También porque a Pablo Casado se le ocurrió enmendar la plana a Mariano Rajoy por el 1-O en esta nueva estrategia de intentar distanciarse al máximo de Abascal y apostar por una suerte de PP algo más comprensivo con la pluralidad territorial. Nada une más que un enemigo común. A ratos pareció que el independentismo saldría de allí cosiendo España junto al PP, por la inquina de la derecha estatal y los herederos de Puigdemont hacia PSC y Vox.

Quién sabe si el 'tripartit' de izquierdas hipotético no contribuiría a gestar su correlación de fuerzas alternativa en el futuro, por aquello de los enemigos, que unen mucho.

Parecía que el independentismo languidecía porque la última vez que estalló en las calles fue en octubre de 2019 en la Plaza Urquinaona, tras la sentencia del 1-O con los adoquines volando por los aires, tras años de intensas movilizaciones desde 2012. Luego llegó la inhabilitación de Quim Torra, con algún altercado menor en medio del letargo social inducido por la pandemia y el caos sanitario. Y más de un año después, a las puertas del 14-F, "la independencia estuvo ausente" en los debates televisivos, como señalaron algunas voces de Moncloa esta semana. Pero la realidad es que el germen combativo del 'procés' aún está vivo, y el síntoma es que solo necesitó un enemigo contra el que confrontar para hacerse notar.

Esquerra Republicana de Catalunya (ERC)