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Pablo Iglesias quema las naves el 4-M para atar a Sánchez
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Estefania Molina

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Pablo Iglesias quema las naves el 4-M para atar a Sánchez

El objetivo último de Iglesias quizás sea que Pedro Sánchez no eche a Podemos por la borda en unas eventuales elecciones generales

Foto: El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias. (EFE)
El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias. (EFE)

Que Pablo Iglesias salte del Gobierno de España para lanzarse a la carrera madrileña es la viva metáfora de los vicios que lleva conjugando nuestra clase política durante más de cuatro años y que también deja tras de sí el hasta ahora vicepresidente con su salida. Es decir, las elecciones autonómicas entendidas como meras plataformas para consolidar poder en la Moncloa (4-M); el cesarismo con que se toman las decisiones y que ha ido destruyendo ya a no pocos partidos; o el arma de la polarización como única ingeniería para ganar votos. Y todo ello porque el objetivo último de Iglesias quizás sea que Pedro Sánchez no eche a Podemos por la borda en unas eventuales elecciones generales.

Eso es así pues lo que realmente está en juego en Madrid no es la confrontación de proyectos políticos, toda vez que tan siquiera las elecciones se convocaron por esos motivos. De lo que se trata a todas luces, y cada vez se irá viendo más claramente, es de un festival de acaparamiento de poder a izquierda y derecha –esta, explicada aquí para los próximos años. Una guerra de posiciones hasta llegar a la Moncloa. La prueba evidente es que, en lo que va de tiempo, solo se ha hablado de estrategia, márquetin o sondeocracia. Es decir, aparcando los fines de la política (gestionar en tiempos estables) y priorizando los procedimientos para ganar elecciones y acumular poder.

De ese modo, el salto de Iglesias a Madrid dejando al Gobierno en plena pandemia y sin la remontada aún económica, hace sublimar ya la peculiar forma que tiene la coalición de Gobierno de entender las autonomías. Es decir, una izquierda centralista que ve en el mapa autonómico un medio. Se vio en Sánchez y sus juegos de manos murcianos: hundir al PP por los territorios para apuntalarse 'sine die' en la Moncloa. Se aprecia con el desarme de piezas gubernamentales, como Salvador Illa a Cataluña o las secretarias de Estado Irene Lozano y Hana Jalloul a Madrid. Y por eso existió el rumor de que Margarita Robles podría ir a Madrid, y ahora de María Jesús Montero a Andalucía.

Pero Podemos no puede hacer lo mismo, toda vez que su mal es el contrario. Iglesias se ve empujado a saltar y reconstruir el partido desde fuera –se especula que con una fórmula bicéfala entre candidato y dirigente, al estilo PNV. En parte porque UP tiene más que nunca formas centralistas y la plurinacionalidad aparece como mero márquetin –véase su poca utilidad con los presos independentistas o cómo hace tiempo dejaron de hablar del referéndum catalán. UP ha ido perdiendo así confluencias valiosas como Adelante Andalucía, Compromís y una parte de la antigua En Marea.

De hecho, no es casual que Íñigo Errejón esté en mayor situación que Podemos para enfrentarse a los comicios de Madrid, debido a que quien construyó la organización morada en sus inicios fue el mismo Errejón. Iglesias estaba en el Parlamento Europeo allá por 2014. Y sobre esa red de influencia madrileña se cementó Más Madrid, que es un sostén que no cubre a los podemistas, en cambio.

Sin embargo, Iglesias no tiene solo necesidad de saltar para salvar a su partido, como se viene diciendo estos días. También para atar de nuevo el futuro de Sánchez a Podemos –ante unas generales anticipadas– dado que la política en España beneficia a morados y Vox si es en bloque y frentista. Es decir, que si Sánchez no reeditaba con Podemos e independentistas, Podemos asumiría el desgaste de la oposición, tras haber hecho de su entrada en el Gobierno el único valor refugio de continuidad. Fuera del sillón ministerial no existiría partido, ergo sería la estocada definitiva.

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Ocurre que Iglesias se podía imaginar que Sánchez llegaría a prescindir de dejar entrar a su partido en un futuro si los morados se desplomaban en unas eventuales elecciones generales a 15-20 diputados. De hecho, las ententes territoriales del PSOE con Ciudadanos estaban por convertirse en una nueva forma de erosión de los morados. Eso ahora podrá ser un ariete de Iglesias si España va a elecciones generales en 2022 o por esas fechas. Es decir, un juego de suma-cero –lo que pierdes tú, lo gano yo– de UP a los socialistas, con el fin de que Sánchez volviera a necesitarlos.

Sin embargo, Iglesias y Ciudadanos llegan demasiado tarde a darse cuenta de cómo el germen del cesarismo destruye las nuevas formaciones por dentro, si los líderes carismáticos conciben el partido como algo suyo. Es decir, no como una organización estable que requiere de contrapesos y voces críticas para su buena salud. Albert Rivera invitó a sus críticos a marcharse. En Podemos, la purga comenzó con la marcha de Íñigo Errejón, hasta hacer de UP una institución gobernada desde Galapagar mediante la ruptura progresiva con las confluencias y el desmembramiento de los círculos ciudadanos.

Con todo, el cesarismo es tan caprichoso que, así como Rivera dimitió por sus decisiones e Iglesias se entronizó formando Gobierno en 2020, ahora le toca al líder morado sacrificarse como activo político.

Quizás, para Iglesias, antes es mejor irse a la oposición con el PSOE que apoyar al PSOE en solitario desde fuera

Así las cosas, la guinda del cóctel de Iglesias es la polarización con Isabel Díaz Ayuso y viceversa. No es de extrañar que ambos usen el miedo al ‘otro’, el identitarismo, para movilizar votos, porque en ambos casos logra el efecto de simplificar la realidad y aglutinar voto útil. Si se pide a la gente que vote por identidad, no se habla de otras cuestiones como la gestión económica o la pandemia. Si se habla “de quién es usted o quiénes son sus enemigos” y no de hechos pasados o planes futuros, la democracia deja de tener una función fiscalizadora en los comicios.

A la postre, la salida de Iglesias como vicepresidente no se entiende como una gran pérdida en el terreno de la gestión, toda vez que asumió ocupar un ministerio menguado de competencias en el que Sánchez le estaba abrasando. Eso era así, visto que los socialistas detentarían siempre el poder real de la coalicióncomo expliqué– aunque Iglesias se hiciese con el del 'relato', criticando al PSOE por los medios.

Aunque aún cabe otra lectura de la quema de naves de Iglesias el 4-M: si Podemos se estrella estrepitosamente, es probable que Sánchez tampoco lograra gobernar a futuro y volver a la Moncloa. Quizás, para Iglesias, antes es mejor irse a la oposición con el PSOE que apoyar al PSOE en solitario desde fuera.

Que Pablo Iglesias salte del Gobierno de España para lanzarse a la carrera madrileña es la viva metáfora de los vicios que lleva conjugando nuestra clase política durante más de cuatro años y que también deja tras de sí el hasta ahora vicepresidente con su salida. Es decir, las elecciones autonómicas entendidas como meras plataformas para consolidar poder en la Moncloa (4-M); el cesarismo con que se toman las decisiones y que ha ido destruyendo ya a no pocos partidos; o el arma de la polarización como única ingeniería para ganar votos. Y todo ello porque el objetivo último de Iglesias quizás sea que Pedro Sánchez no eche a Podemos por la borda en unas eventuales elecciones generales.

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