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Isabel Díaz Ayuso, o el giro thatcheriano en España
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Estefania Molina

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Isabel Díaz Ayuso, o el giro thatcheriano en España

Esto es: la creencia ciega en el discurso del 'mérito', esa idea de que la clase social o la situación económica solo depende del esfuerzo

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. (EFE)
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. (EFE)
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Isabel Díaz Ayuso no se puede comparar con Margaret Thatcher, por lo obvio del perfil, contexto y períodos históricos distintos de ambas, pero el discurso que el Partido Popular de Madrid lleva meses tejiendo para intentar arrasar el próximo 4 de mayo sí guarda reminiscencias de aquel perfil ultraliberal de la política británica, o al menos, del espíritu thatcheriano. Esto es: la creencia ciega en el discurso del 'mérito', esa idea de que la clase social o la situación económica depende solo del esfuerzo, o lo que es muy parecido –y todavía más preocupante–: inducir a la conclusión de que, en el fondo, quien es pobre quizás no haya hecho nada para no serlo, o para no merecer lo contrario.

No hay más que observar la campaña de Ayuso para entender que su éxito responde a una segunda coordenada, menos jugosa en titulares que los choques con Moncloa, pero más potente por sus implicaciones ideológicas a largo plazo España. A saber, ese ideario que se cuece en las aguas del centroderecha es el de un PP que intenta desligarse del estigma del partido de los ricos, de una derecha de gente privilegiada o pudiente. Esto es, un PP del pueblo para el pueblo, un PP que le habla al autónomo, a la pyme. Pero un PP que –he aquí lo importante– que tilda un día de “mantenidos subvencionados” a los de las colas del hambre –aunque luego Ayuso arguya que se refería al resultado de las políticas de la izquierda y que se “retuercen” sus palabras.

Pues la coletilla no parece tan casual, si se lee entre líneas que el discurso del 'penúltimo contra el último' que envuelve al ayusismo este 4-M. El que tiene algo, aunque sea un negocio modesto, frente a Pedro Sánchez, que –dice Ayuso– quiere cerrárselo. Si cala, es porque en cualquier sociedad existen dos premisas esenciales: la primera, el miedo a perder el trabajo, y la segunda, que todo ciudadano, aun si está mal, sabe que siempre habrá alguien mucho peor. Y es ahí donde Ayuso, convertida en escudera de la restauración, bares y restaurantes, un sector muy duro y de salarios no siempre altos, se abre paso con el mantra thatcheriano: la España que trabaja, frente a la España que quiere ser rentista o subvencionada –se dice– por Sánchez.

Lo habrán visto los seguidores de The Crown, serie dirigida por Peter Morgan. Esa escena en que Thatcher charla con la reina Isabel II sobre el sufrimiento social que están causando sus políticas económicas. La primera ministra se revuelve apelando a su condición de hija de tendero, a quien nadie regaló nada. Afirma que no soportaría que nadie la compadeciera o asistiera, y el espectador entiende entonces que, pobre o rico, todo ciudadano quiere sentirse dueño de su vida. Es decir, igualando a través de la dignidad personal a las clases sociales. Dame la sensación de que puedo lograrlo, y siempre me sentiré mejor que el que sé que no tiene nada. El camarero se siente así al mismo nivel que el amo del hotel, porque ambos trabajan por salir adelante. Pero el salario, claro está, no es el mismo, ni quizás las oportunidades que han tenido.

Sin embargo, ese discurso con que el PP pretende ensancharse por los barrios madrileños incluso de familias jóvenes (Las Tablas, Sanchinarro…) reventando la brecha generacional que separaba al PP (envejecido) de Vox y Ciudadanos (votante más joven) entraña una cortina de humo, de fondo, en la España del siglo XXI. Esto es, que con 1 de cada 5 personas en exclusión social en nuestro país, un 13-16% de trabajadores pobres, y hornadas enteras de estudiantes precarios –universitarios, con máster y todo lo que el sistema pedía de ellos–, los ejes de la economía española cada vez tienen menos que ver con el mérito y más con la precariedad estructural de la mal llamada clase media, tan utópica como idealizada.

Eso es así porque si un trabajador está en una cola del hambre ­–existían antes del covid–, no llegando a unos mínimos aceptables, incluso teniendo un trabajo, algo debería chirriarle a cualquier liberal en su mente. Ahora bien, el discurso cala por un motivo humano: nadie cree que su vida no tenga un cierto mérito. Son los demás lo que igual “no se han esforzado”. Ayuso le roba así a la izquierda la bandera del 'pueblo', la 'gente' y la 'calle'. Frases como “la gente quiere que la dejen trabajar”, los ciudadanos “tienen su dignidad”, o “los madrileños quieren ser libres”, se contraponen a la idea del asistencialismo o la “caridad” de la que no se deshacen Pablo Iglesias o Sánchez desde que empezó la pandemia.

Foto: Edmundo Bal, esta mañana. (EFE)

Y la realidad es que si la izquierda pierda la bandera de la justicia social es porque no hace ni pedagogía por mantenerla. El principal error de Más Madrid, PSOE o Unidas Podemos, ha sido entrar al terreno discursivo de Ayuso sin ninguna resistencia. Cómo va Gabilondo a competir con las bajadas de impuestos del PP, o Iglesias con la gestión económica de Ayuso, con la competitividad empresarial que ofrece la presidenta. La izquierda ha renunciado a su tablero de juego, que es explicar las políticas que combaten la desigualdad, o las del Estado del Bienestar. De decirle al penúltimo que su problema no es el último de la fila, que ambos están en el mismo barco.

Tanto es así, que por primera vez en años, se podría decir que la derecha le está ganando la batalla del relato a la izquierda. Ayuso se adueña de la sanidad, mientras acusa a Sánchez de no hacer suficiente para lograr vacunas –aunque sea la Unión Europea quien está al cargo. Ayuso se adueña de la economía mientras acusa a Sánchez querer arruinar al prójimo para darle una ayuda luego y que le vote. Y todo ello, poniendo el foco sobre una Comunidad que, sin entrar al debate del 'dumping', se beneficia de forma evidente de ser la sede de las principales instituciones políticas y financieras del Estado.

Ayuso se adueña de la sanidad, mientras acusa a Sánchez de no hacer lo suficiente para lograr vacunas

Aunque a Ayuso se le podrán señalar muchas cosas, entre ellas, ocurrencias como lo de que el covid se llama así por la 'D de diciembre de 2019'. Si bien, las salidas de tono han construido a un personaje llano, alejado de la aureola más elitista de otros políticos esencialmente de perfil ilustrado como Cayetana Álvarez de Toledo. Pues de su origen de muchacha de Malasaña cuentan las crónicas, y en ella no hay chalés, no hay estirpe. Lo que hay es una política que ha sido una buscavidas desde bien jovencita, y entre esos trabajos estuvo el de 'community manager' de Esperanza Aguirre.

Pero atención con esa España que viene, donde el precario gira la cara ante el que no tiene nada, por si a Pablo Casado se le antoja copiar algo para las generales. Todo ello, asumido que es ese discurso el que está frenando a Vox en Madrid, junto al antisanchismo, una vez la reunificación del centroderecha se antoja ya esperable. Ese discurso corre el riesgo de ser seductor para una generación de jóvenes –como expliqué aquí– que en poco se siente vinculado a lo común, porque ni el Estado ni el sindicato les ofrece alternativa a su drama personal, dejándoles como una generación perdida. Una España del sálvese quien pueda, de la selva, de una sociedad atomizada. Aunque gobernando hoy PSOE y Podemos con los fondos europeos en mano –contado aquí–, si poco hacen para revertir esa tendencia, no se podrá culpar al PP o solo a Ayuso de haber derivado en ese escenario.

Isabel Díaz Ayuso no se puede comparar con Margaret Thatcher, por lo obvio del perfil, contexto y períodos históricos distintos de ambas, pero el discurso que el Partido Popular de Madrid lleva meses tejiendo para intentar arrasar el próximo 4 de mayo sí guarda reminiscencias de aquel perfil ultraliberal de la política británica, o al menos, del espíritu thatcheriano. Esto es: la creencia ciega en el discurso del 'mérito', esa idea de que la clase social o la situación económica depende solo del esfuerzo, o lo que es muy parecido –y todavía más preocupante–: inducir a la conclusión de que, en el fondo, quien es pobre quizás no haya hecho nada para no serlo, o para no merecer lo contrario.

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