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Estefania Molina

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Pablo Casado, el PP cabizbajo de Colón

Se hace evidente que hay dos Partido Popular: al que no le conviene la cercanía con Santiago Abascal, y al que sí

Foto: El presidente del PP, Pablo Casado. (EFE)
El presidente del PP, Pablo Casado. (EFE)
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El Partido Popular jamás ha hecho oficial ninguna suerte de autocrítica por su fracaso de gestión del 'procés' independentista, mucho menos alguna responsabilidad asumida, pero allí estará este domingo Pablo Casado desfilando por la plaza de Colón como si el entuerto territorial no tuviera nada que ver con el principal partido a la derecha. Aunque ya se lo recordó Vox esta semana, sugiriendo que la protesta por los indultos fuera también contra la gestión de Mariano Rajoy. Por no haber frenado el 1-O, por la huida de Carles Puigdemont y demás en 2017; en definitiva, por dejar tras de sí el paquetito de Cataluña.

Es el drama al que asiste Casado, y del que podría haberse dado cuenta desde el minuto uno con ese aire cabizbajo que ha acompañado un acto conjunto, que ahora se viste de triunfal y patriótico. A saber, que la protesta más que agradar, pareciera que incomoda. Está convocada por una asociación civil formada por Rosa Díez, el líder del PP arrastró los pies hasta que anunció su asistencia y, a la postre, hace semanas que se viene diciendo que algunos populares intentarían evitar otra foto de "Colón 2.0". Es decir, la tesitura que le viene bien a Pedro Sánchez: el PP con Vox, nuevo marco de polarización —como expliqué en este artículo—.

Aunque la realidad tiene varias caras, y la primera es que los actos ilegales fueron perpetrados por los líderes del 'procés' y por ello fueron juzgados. La culpa es de quien se salta las leyes en cualquier democracia y eso exclusivamente atañe al antiguo Govern, condenado a penas elevadas por los delitos de sedición y malversación.

Foto: Manifestación en Colón reivindicando la unidad de España. (EFE)

Sin embargo, del fallo de la política —desde el punto de vista del Gobierno— deberían responder sus integrantes, que ni tan siquiera lo hicieron con la moción de censura de 2018 a Rajoy. Aunque esta fue posible en esencia porque concitó el enfado de los partidos independentistas: la venganza del 1-O también aupó a Pedro Sánchez.

Con todo, las responsabilidades del PP fueron varias. De un lado, porque el lío no constituyó un elemento pasajero más de los años de crisis, sino que fue en crecimiento desde 2012 a 2017: el deterioro progresivo del diálogo, de la convivencia y, a la postre, con la forja de una generación de jóvenes catalanes que ya se ha socializado bajo el marco de la ruptura. Del otro lado, dado que la 'Operación Diálogo' de la exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría fracasó también, de ello no solo se debiera culpar a la ambivalencia de Oriol Junqueras. Lo que reveló este hecho fue el desconocimiento de la derecha española de las lógicas que movían el 'procés', a sus partidos, y sus adeptos.

Sin embargo, la constatación de estos años es que la única crítica al PP no ha venido tanto del seno de su formación, sino de fuera. Ciudadanos y Vox aparecieron a lomos de un proceso revisionista. Albert Rivera ponía el foco en los pactos con el nacionalismo, cuando antes de 2015 no existía ningún partido bisagra. PP y PSOE jamás pactaron entre ellos para formar gobiernos, ya que el sistema era netamente de turno. Del lado de Vox, la propuesta —chirriante para cualquier democracia pluralista— fue proponer la ilegalización de partidos independentistas. Todo, al grito de "derechita cobarde" al PP por el 155, que igual supo a poco, pero se llevó a un Ejecutivo por delante por primera vez en la historia.

La principal ventaja de la izquierda es que Casado necesita ir agarrado de la mano de Vox

Con todo, la senda de Casado, o de algunas voces de su partido primigenio —como Cayetana Álvarez de Toledo— fue comprar esa línea de la 'mano dura' sin reparar en ninguna otra idea. Esto es, que nada debía arrepentirse el PP, solamente de no haber sido más contundente —en muchos casos, obviando que la gobernabilidad siempre se cimentó sobre el nacionalismo—. Y, a lomos de ello, Casado fue dando tumbos y legitimando a Vox hasta que se plantó —al menos de palabra— en la moción de censura de Santiago Abascal contra el Gobierno de coalición en 2020 haciendo una apelación al pluralismo político.

Pues no se podrá negar que la intransigencia territorial creciente de las derechas —con Cs y Vox a la cabeza— no ha provocado estragos en el PP, siéndole contraproducente electoralmente. Primero, porque hoy Casado necesita 176 escaños justos para llegar a la Moncloa, y no puede de ninguna manera contar con Junts, ERC, PDeCAT, o el PNV, porque necesita ir agarrado de la mano de Vox. Esa sigue siendo la principal ventaja sobre la que reposa la hegemonía de la izquierda, PSOE y Unidas Podemos.

Foto: Sesión de control al Gobierno.

Segundo, porque se pone de manifiesto que más allá del mantra de 'la mano dura' Casado guarda un desconocimiento de la sociedad catalana —y ninguna propuesta realista para sanar el conflicto— cada vez que se le pregunta. No solo por sus pírricos 3 escaños en las elecciones del 14-F en Cataluña. También, por los tumbos que ha ido dando, a lomos del albur electoralista. En 2021, cuando aseguró en esa campaña que se tendría que haber "evitado" las cargas policiales del 1-O y propuso una nueva financiación. Aunque en 2017 tildó de "orgullo" la acción de la Guardia Civil y Policía.

Pero la realidad es que el PP más cercano a José María Aznar siempre ha obviado cualquier autocrítica por que el conflicto en Cataluña haya sido un nicho de voto en el resto de España. Por ejemplo, la propia exvicepresidenta Santamaría tuvo una suerte de enfrentamiento con FAES en 2016, cuando esta aseguró que había sido un error no pactar una postura común con el PSOE sobre el Estatut, en vez de lanzarse a la recogida de firmas para el recurso ante el Tribunal Constitucional. La Fundación próxima a Aznar se revolvió apelando a las firmas del Pacto del Tinell.

No deja de ser curioso que este domingo sea un solo PP, el madrileño, el que marca la línea de Génova 13

Si bien, el último motivo porque Colón no puede ser un motivo de orgullo para el líder popular es la ausencia de notables barones por motivos de "agenda" —Alberto Núñez Feijóo, Alfonso Fernández Mañueco y Juan Manuel Moreno—. Se hace evidente que hay dos PP: al que no le conviene la cercanía con Abascal, y al que sí. Quizás por eso el PP ha montado este domingo una diáspora de protestas locales por toda España.

A fin de cuentas, la única popular que irá con la cabeza más alta es Isabel Díaz Ayuso, porque a ella ni le molesta Vox, ni al frente de Madrid tiene que lidiar con el reto de gobernar España con el paquetito de Cataluña al frente. Aunque no deja de ser curioso que este domingo sea un solo PP, el madrileño, el que marca la línea de Génova 13.

El Partido Popular jamás ha hecho oficial ninguna suerte de autocrítica por su fracaso de gestión del 'procés' independentista, mucho menos alguna responsabilidad asumida, pero allí estará este domingo Pablo Casado desfilando por la plaza de Colón como si el entuerto territorial no tuviera nada que ver con el principal partido a la derecha. Aunque ya se lo recordó Vox esta semana, sugiriendo que la protesta por los indultos fuera también contra la gestión de Mariano Rajoy. Por no haber frenado el 1-O, por la huida de Carles Puigdemont y demás en 2017; en definitiva, por dejar tras de sí el paquetito de Cataluña.

Es el drama al que asiste Casado, y del que podría haberse dado cuenta desde el minuto uno con ese aire cabizbajo que ha acompañado un acto conjunto, que ahora se viste de triunfal y patriótico. A saber, que la protesta más que agradar, pareciera que incomoda. Está convocada por una asociación civil formada por Rosa Díez, el líder del PP arrastró los pies hasta que anunció su asistencia y, a la postre, hace semanas que se viene diciendo que algunos populares intentarían evitar otra foto de "Colón 2.0". Es decir, la tesitura que le viene bien a Pedro Sánchez: el PP con Vox, nuevo marco de polarización —como expliqué en este artículo—.

Aunque la realidad tiene varias caras, y la primera es que los actos ilegales fueron perpetrados por los líderes del 'procés' y por ello fueron juzgados. La culpa es de quien se salta las leyes en cualquier democracia y eso exclusivamente atañe al antiguo Govern, condenado a penas elevadas por los delitos de sedición y malversación.

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