Con V de voto
Por
Alberto Garzón y otros 'estorbos' para el poder de Yolanda Díaz
La vicepresidenta tiene una comprensión más pragmática de la política, capaz de orillar toda polémica que suene a izquierda ‘pija’–gruñona, o que empañe su lucha por las cuestiones laborales
Si Pablo Iglesias siguiera en el Gobierno, habría salido probablemente ya copando el foco mediático en defensa del ministro Alberto Garzón por el 'affaire' cárnico. Pero Yolanda Díaz tiene una comprensión más pragmática de la política, capaz de orillar toda polémica que suene a izquierda ‘pija’–gruñona, o que empañe su lucha por las cuestiones laborales. Sin embargo, ese vacío de apoyo de Díaz sobre Garzón denota dos elementos clave sobre la vicepresidenta. Primero, que esta no está ejerciendo por el momento el liderazgo 'de facto' de UP. Segundo, que ello pone de relieve ciertas flaquezas de esta para lanzarse a recuperar electoralmente el partido cuando haya comicios.
Y es que se hace evidente que Podemos en 2015 tenía demasiadas almas o nichos de voto, e Iglesias gobernaba sobre todas ellas con 'manu militari', pero intentando cubrir hasta el último rincón. Iglesias tan pronto se lanzaba a las calles abanderando la lucha obrera junto a ‘anticapis’, compartía tesis sobre el conflicto soberanista en Cataluña con sus confluencias plurinacionales, se erigía como defensor de los derechos LGBTI y las teorías 'queer', o se enfrentaba a la monarquía abriendo el debate sobre la república. El líder saliente conjugaba la izquierda posmaterial de parte de Podemos (derechos y libertades), con la izquierda comunista clásica de IU (las cosas del comer).
Pero que Díaz no haya salido en férrea defensa de Garzón es anécdota y es categoría. De un lado, porque deja un vacío de contrapoder dentro del Ejecutivo, desde el flanco del socio minoritario. Quién aboga ahora por los intereses del alma morada o hace de nexo entre facciones, más allá de figuras de menor peso en el Ejecutivo como Ione Belarra. Quién se anota ahora los tantos de UP como hacía Iglesias, con una Díaz tan centrada en su ministerio laboral. Del otro, porque los silencios en política también establecen prioridades.
Pasa que el estilo de Díaz no es airear los problemas de la coalición con la misma necesidad de relato mediático que el exvicepresidente. La vicepresidenta tercera busca centralizar el conflicto dentro del Gobierno para que el ruido no le impida llegar a acuerdos. Entiende mejor que Iglesias, además, que una coalición está formada por dos formaciones, pero que quien manda es Pedro Sánchez, el presidente.
Asimismo, el frente abierto por Garzón no podría ser menos del estilo político de Díaz, en medio de un contexto de recuperación pospandemia. Los intentos de visibilización del ministro llegan cuando suenan ecos de remodelación en el Gobierno. Pero cualquier sindicalista entiende que no está el clima socioeconómico para más tensión. De hecho, no sería la primera vez que Díaz pasa por encima de un tema que choca con su marco material. La última vez: mientras Iglesias abanderaba la república solidaria y plurinacional, la ministra adoptaba perfil bajo para sellar acuerdos con la patronal sobre los ERTE, en pleno covid-19.
Pese a ello, ese vacío de poder de Díaz deja algunas lagunas sobre su legitimación más allá de ser un poderoso activo electoral. Eso la postularía como candidata cuando fueran los comicios. Pero ese esquema de incentivos está basado de fondo en la buena voluntad, en un acto de fe de Iglesias ungiéndola a su marcha. La realidad es que los liderazgos también necesitan legitimación dentro de las propias facciones orgánicas, como la que tenía el anterior dirigente; algo que, entre otras cosas, se logra vía defensa de los potenciales subordinados.
Pasa que, en cualquier momento, de abrirse alguna rencilla sobre Podemos e IU, Díaz no tiene elementos reales de control sobre su candidatura. La izquierda a la izquierda del PSOE se ha venido caracterizando por la facilidad de dividirse. Las ambiciones personales también hacen la política, y los partidos no funcionan solo según premisas racionales o de beneficio colectivo. Por ejemplo, la bicefalia puede provocar desajustes en el relato, como que el partido quiera imponerle una línea a la candidata, o unas listas concretas —pese a la experiencia política de esta—.
El perfil de Díaz es muy distinto al del Podemos último, con un aire mucho más parecido al de Errejón
De hecho, el segundo elemento a tener en cuenta es el discursivo. El perfil de Díaz es muy distinto al del Podemos último, con un aire mucho más parecido al de Errejón. Por eso, no sería de esperar verla sobre campañas ideológicas como la de ‘fascismo o democracia’ del partido morado el pasado 4-M, o sobre la continua queja en relación con las ‘cloacas’ y los ‘poderes’. Al contrario, su perfil sería más parecido al de la desigualdad que abanderó la candidata de Más Madrid, Mónica García.
Falta saber si el nuevo partido dirigido por Ione Belarra y Lilith Verstrynge —con Irene Montero en un segundo plano— es capaz de adecuarse al perfil pragmático de Díaz, en esa tensión entre la izquierda más posmaterial y la material. Es decir, que las guerras culturales no sepulten las acciones relativas a la necesidad económica de las clases medias precarizadas en España. Eso es así, pese a la voluntad de la dirección surgida tras la IV asamblea general de feminizar el partido, y hacerlo mucho más transversal, coral, feminizado…
No se conoce tanto qué opina Díaz sobre las demandas ‘plurinacionales’. Los silencios nunca son casuales en política
Esa desconexión de Díaz y el partido presenta, además, escollos y oportunidades en el corto plazo, ahora que Podemos se encuentra en su momento más ventajoso dentro de la coalición, paradójicamente. Como expliqué, el votante de izquierdas se encuentra desmovilizado en las encuestas y Sánchez tiene que dar ahora vía libre a la mayoría de leyes progresistas enquistadas por las rencillas PSOE-UP. Ese factor es elemental, porque permite a Podemos lucir cumplimientos en los acuerdos del Ejecutivo. Ahora bien, no hay una figura de peso que pueda imponerse a Sánchez si vienen mal dadas o hay que hacer cambios en el Gobierno.
La oportunidad, en cambio, es que Díaz lo tiene todo por hacer en adelante y su prudencia en el liderazgo podría responder a una prudencia táctica. El objetivo parece la construcción electoral de una plataforma del estilo del Podemos primigenio. Es decir, que se conjugue con el alma de la izquierda federalista que buscó Errejón en la entente con Compromís en 2019. Este, un Podemos que recupere a buena parte de las confluencias perdidas con el giro izquierdista que dio el partido tras la salida de Errejón en 2019. Yolanda Díaz muestra buena sintonía por el momento con En Comú. No sonaría tan alejado su entendimiento con personalidades como Teresa Rodríguez.
Pero aún hay un elemento, más allá de las luchas culturales, de clase o posmateriales, que se antoja difícil de gestionar para Díaz. Esa es la relación con el independentismo catalán, un socio necesario para la izquierda en la política de bloques por la que se rige España. Iglesias era su aliado principal. Pero si en alguien puede sublimar esa contradicción más que en el exdirigente, esa es la vicepresidenta tercera del Gobierno, muy centrada esencialmente en el conflicto capital-trabajo, y de la que no se conoce tanto qué opina sobre las demandas ‘plurinacionales’. Los silencios nunca son casuales en política.
Si Pablo Iglesias siguiera en el Gobierno, habría salido probablemente ya copando el foco mediático en defensa del ministro Alberto Garzón por el 'affaire' cárnico. Pero Yolanda Díaz tiene una comprensión más pragmática de la política, capaz de orillar toda polémica que suene a izquierda ‘pija’–gruñona, o que empañe su lucha por las cuestiones laborales. Sin embargo, ese vacío de apoyo de Díaz sobre Garzón denota dos elementos clave sobre la vicepresidenta. Primero, que esta no está ejerciendo por el momento el liderazgo 'de facto' de UP. Segundo, que ello pone de relieve ciertas flaquezas de esta para lanzarse a recuperar electoralmente el partido cuando haya comicios.