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Podemos (ya sin Pablo Iglesias) naufraga en el precio de la luz
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Estefania Molina

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Podemos (ya sin Pablo Iglesias) naufraga en el precio de la luz

La debilidad de UP en el Gobierno se ve agravada tras la marcha de Pablo Iglesias. No tienen el mismo predicamento para capitalizar la precariedad poscrisis del covid-19

Foto: Las ministras de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz (c); Igualdad, Irene Montero (i); y de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra. (EFE)
Las ministras de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz (c); Igualdad, Irene Montero (i); y de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra. (EFE)
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La debilidad de Unidas Podemos en el Gobierno se ve agravada tras la marcha de Pablo Iglesias, que otrora habría intentado abanderar el malestar social que lleva semanas gestándose en España por el encarecimiento del nivel de vida de las familias (electricidad…) a golpe de potenciar su liderazgo, o invitando a las masas a protestar. Si bien, parte del declive político de Podemos desde 2015 se constata ya en que no tienen el mismo predicamento para capitalizar la precariedad post crisis del covid-19, desde su desembarco en Moncloa, como tampoco para presionar al PSOE. Todo ello, ni aplicando viejos populismos en un intento de paliar su desgaste político a ojos de la calle.

No hay más que ver las declaraciones de esta semana del secretario general de Podemos en el Congreso, Txema Guijarro —llamando a la ciudadanía a movilizarse— para entender que Podemos busca ahora recuperar aquel pulso perdido de hace unos años, cuando eran partido de oposición y no asumían ningún rol gubernamental. Esto es, la fuerza de choque contra el sistema, desplegando un discurso populista basado en el clásico: "Sí se puede, claro que se puede". En definitiva, culpando al bipartidismo y a los presuntos "poderosos" de una serie de problemas, a los que ahora se enfrenta el partido como socio minoritario de la coalición.

Foto: El portavoz de Unidas Podemos en el Congreso, Pablo Echenique. (EFE)

Pues la crisis de la luz supone en la actualidad la primera prueba de fuego para Unidas Podemos, que hizo de la bandera de la "pobreza energética" su gran buque insignia en 2015. Primero, porque la subida de la electricidad deja al descubierto que dentro, o fuera, su capacidad de marcarle la agenda al PSOE sigue siendo muy limitada en casos extremos. Por ejemplo, ante la oposición de la ministra Teresa Ribera a tomar medidas que pudieran ir en contra de aquello que establece la Unión Europea para frenar la factura de la luz.

Segundo, porque la marcha de Iglesias hace evidente la debilidad estructural del nuevo partido 'coral' que Podemos aspira a ser. Esto es, muchas voces opinando sobre la luz —Pablo Echenique, Ione Belarra, Txema Guijarro…— pero ninguna del calado que solía tener el propio Iglesias, y con la que buscaba poner firme al PSOE. Eso es así, porque el exdirigente morado tenía el peso político para intentar presionar a través del "poder del relato" a sus socios, algo que le servía para suplir su minoría en el poder.

Pero Iglesias ya no está. Si bien, el anuncio de que en adelante será analista en varios medios de comunicación apunta a que, en adelante, la izquierda a la izquierda del PSOE buscará granjearse mayor peso a través de otras vías discursivas, como forma de paliar su debilidad orgánica. En el fondo, es a lo que siempre aspiró Unidas Podemos: extender la llamada hegemonía cultural gramsciana. O lo que es lo mismo: establecer un marco de poder e influencia que fuera más allá del control del aparato del Estado.

UP necesita un nuevo relato con que sacudirse de toda responsabilidad por una cartera que ellos no controlan

La cuestión es que Yolanda Díaz no ejerce hoy ese rol de liderazgo dentro de la coalición, como expliqué hace unas semanas, ni siquiera con la crisis de la luz. De un lado, porque la vicepresidenta segunda está centrada en los quehaceres de la cartera de Trabajo, y su estilo no es tan voraz como el del líder saliente. Segundo, porque se supone que deberá ser la candidata electoral de dos partidos —Podemos e Izquierda Unida— sin controlar ninguno de ellos políticamente. Por tanto, Díaz camina sobre aguas movedizas sin pretender enseñar sus cartas o incomodar una situación de interinato en el cetro de mando.

En consecuencia, Podemos necesita ahora un nuevo relato con que sacudirse de toda responsabilidad por una cartera, la de Transición Ecológica, que ellos no controlan, pero que pone al descubierto su ingravidez dentro de la coalición, si su propuesta de la empresa pública energética naufraga. "No se puede, el PSOE no nos deja, el PSOE favorece a las eléctricas" es el nuevo mantra que se puede leer entre líneas a los portavoces podemitas. Es decir, sembrando la discrepancia con su socio de gobierno en el corto plazo, así como la duda de qué ocurrirá a futuro en el seno del Ejecutivo, si vinieran mal dadas. Esto es: si los morados saltarían del Gobierno.

Esa incapacidad de la formación morada encuentra asimismo la elusión de toda responsabilidad en la ruptura del esquema de rendición de cuentas democrático, a través de llamar a las masas a la calle —en esencia, contra el PSOE—. Primero, porque si los ciudadanos han votado a los partidos de gobierno es porque esperan soluciones por parte de estos. Es el esquema clásico de democracia representativa. De ese modo, si es el propio Ejecutivo quien llama a protestar se genera un vacío de poder: nadie es responsable, mientras los ciudadanos se siguen quejando de los dramas sociales.

Foto: La ministra de Trabajo Yolanda Díaz. (EFE)

Así las cosas, el partido morado lleva meses pergeñando la idea de un partido-movimiento, que esté enraizado en la sociedad, como forma para recuperar parte de su influencia. Es decir, un esquema de democracia mucho más participativa. Ahora bien, exigir a los ciudadanos que además de haberles votado salgan a quejarse no deja de ser una forma de devolver la pelota a la calle. Eso, aun asumiendo que no todos los votantes están igual de movilizados para responder a ese envite, e incluso, obviando la pérdida de credibilidad de los podemitas.

Pese a ello, ese estilo no es nuevo. El propio Iglesias inauguró ese perfil político-activista cuando asumió en enero de 2020 la cartera de vicepresidente. "El próximo Gobierno necesitará de la crítica y la presión de los movimientos sociales para hacer las cosas bien […]. Vais a ser la referencia de esta Vicepresidencia [de Derechos Sociales y Agenda 2030]", fueron algunas de sus frases al llegar al Ejecutivo. La formación morada encontró así la forma de mitigar el desgaste político que suponía que "la gente" se amotinara contra ellos, eventualmente. Pues si los ciudadanos seguían sin sentirse representados, existía un alto riesgo de decepción de sus afines.

A la sazón, lo más curioso de la estrategia de Podemos es que llega en un momento en el que es el propio Partido Popular quien maniobra para absorber el malestar ciudadano, apostando por la economía como buque insignia. La misma táctica que utilizó Isabel Díaz Ayuso para robarle la bandera del pueblo a la izquierda el pasado 4-M. Pero ahora, versión elecciones generales. O lo que es lo mismo: versión sálvese quien pueda a la izquierda, entre PSOE y Unidas Podemos.

La debilidad de Unidas Podemos en el Gobierno se ve agravada tras la marcha de Pablo Iglesias, que otrora habría intentado abanderar el malestar social que lleva semanas gestándose en España por el encarecimiento del nivel de vida de las familias (electricidad…) a golpe de potenciar su liderazgo, o invitando a las masas a protestar. Si bien, parte del declive político de Podemos desde 2015 se constata ya en que no tienen el mismo predicamento para capitalizar la precariedad post crisis del covid-19, desde su desembarco en Moncloa, como tampoco para presionar al PSOE. Todo ello, ni aplicando viejos populismos en un intento de paliar su desgaste político a ojos de la calle.

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