Confidencias Catalanas
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¿Puede Rajoy volver a ganar?
¿Cuál es el balance del Gobierno Rajoy? La legislatura lleva sólo dos años y habrá que esperar al final pero, hoy por hoy, la opinión pública
¿Cuál es el balance del Gobierno Rajoy? La legislatura lleva sólo dos años y habrá que esperar al final pero, hoy por hoy, la opinión pública le suspende. Los datos del CIS son inapelables. El 69% cree que la gestión del Gobierno es mala o muy mala, el 87% tiene poca o ninguna confianza en el presidente y sólo un ministro, Arias Cañete, supera el 3 de valoración. Y el Índice de Confianza Económica, que elabora el CIS y que oscila en una escala de cero a cien, está en un mísero 28,6, algo mejor que hace un año (21,7) pero peor que cuando Zapatero tuvo que convocar elecciones anticipadas (30,1). Y no es sólo la economía, el Índice de Confianza Política (26,9), está peor que el económico y ocho puntos por debajo del Zapatero terminal.
¿Por qué un balance tan negativo? Por descontado que por incumplir el programa electoral. El paro sigue creciendo y la destrucción de empleo se aceleró en el 2012. Pero también porque no ha respetado promesas que dependen más de la voluntad como –tras negarse a suscribir el pacto de pensiones de Zapatero con los sindicatos y la patronal– liquidar ahora la revalorización automática de las pensiones con el IPC. O por algo a lo que sus electores son muy sensibles, como haber subido todos los impuestos –sin contemplaciones el IRPF y el IVA– después de haber prometido que los bajaría.
Cierto que muchos de estos incumplimientos han sido forzados porque la política económica –mientras España esté en el euro y si sale es peor– no puede eludir la austeridad presupuestaria y la devaluación interna que nos impone no sólo Bruselas, sino –más relevante– los mercados financieros a los que tenemos que pedir dinero cada mes para que el Estado (escuelas, hospitales, policía) siga funcionando. Pero lo más grave es que esta política de ajustes presupuestarios y salariales –facilitada por una reforma laboral muy criticada pero quizás inevitable– se ha practicado no sólo sin explicar a fondo su necesidad sino, en muchas ocasiones, tras negarla radicalmente con poca anterioridad. Recuerden cuando Montoro afirmaba que la forma más segura de agravar la recesión era subir el IVA y tres semanas después lo hizo de forma abrupta.
El suspenso se debe también a que la grave crisis económica e institucional –básicamente el encaje de Cataluña– exigía buscar el máximo consenso posible y se ha hecho lo contrario. Se ha ninguneado no sólo al primer partido de la oposición y a Izquierda Unida, sino también a la más cercana UPyD. Y respecto a Cataluña, el grave desencuentro con CiU –que apoyó la investidura de Aznar en el 96 y la política del PP durante casi dos legislaturas– no puede deberse sólo a que a Cataluña (y a Artur Mas) se le haya subido la calentura nacionalista por el proceso del Estatut. En vez de ver en la mayoría absoluta una oportunidad para poder pactar cosas sustanciales a cambio de diálogo y de renunciar al ordeno y mando, se ha creído que esta potestad daba patente de corso, lo que –en medio de la peor crisis económica desde 1929– parece irresponsable.
Es más, se ha recurrido a aspectos no centrales del programa que ni el Aznar de la mayoría absoluta osó tocar –involución en la ley del aborto, uso del catalán en la enseñanza– para ‘compensar’ a las fracciones más radicales del electorado. Ya que perdemos voto moderado por la necesidad de incumplir el programa económico, demos satisfacción a la derecha más ideológica, parece haber sido el razonamiento.
Hoy la opinión pública le suspende, pero algunos analistas ‘fríos’ de la derecha creen que ha hecho lo que debía y que la recuperación económica le volverá a dar la victoria
Y el caso Bárcenas, que levanta sospechas de graves irregularidades en el funcionamiento del PP (como el poder omnímodo de tesoreros con abultadas fortunas en Suiza) y de financiación ilegal durante años, no contribuye a la buena imagen. Si a lo anterior se le suma el verbo agresivo de Dolores de Cospedal, José Ignacio Wert y otros tenores no es extraño que el PP haya perdido –en las encuestas del CIS– nada menos que diez puntos de estimación de voto. Cierto que sigue siendo el primer partido, pero en intención directa de voto el PSOE ya acostumbra a situarse por delante y la hipótesis, no ya de un gobierno sin mayoría absoluta –que tendría sus ventajas– sino de un Ejecutivo que necesite el apoyo mínimo de tres partidos para alcanzar la mayoría parlamentaria, no puede descartarse.
Frente a este dictamen, algunos analistas conservadores articulan una defensa moderada –que se pretende ‘fría’– de la política gubernamental. Primero, la política económica. Es la prescrita por todos los organismos internacionales solventes. Es impopular a corto y tiene costes políticos, pero está empezando a dar resultados como el descenso de la prima de riesgo (cierto que con la ayuda del Banco Central Europeo), lo que será positivo para la financiación del Estado y de las empresas. Y España parece haber salido de la recesión porque en el tercer trimestre se ha crecido algo (un 0,1%), por primera vez en nueve trimestres. Y en el 2014 todo el mundo coincide en que la economía crecerá algo más.
El paro debería estabilizarse en los próximos trimestres y puede que en el 2015 –año electoral– la economía crezca más, se empiece a crear empleo e incluso se puedan bajar los impuestos (cosa tampoco fácil porque la UE ya ha advertido de que no cree que España vaya a cumplir los objetivos de déficit pactados en el 2014 y 2015). Si algo de esto pasa –dicen los defensores de Rajoy–, si la economía empieza a tirar y la población comprueba que la medicina está dando frutos, las cosas cambiarán.
Además –añaden– el consenso con la izquierda y los sindicatos habría sido imposible por mucha buena voluntad que se hubiera puesto porque ni el PSOE soportó el inicio del ajuste de Zapatero. ¿Cómo iban un derrotado Rubalcaba, o cualquier líder socialista cuyo objetivo es volver al poder, o unos sindicatos que acaban entendiendo bastante pero siempre tarde y mal, o los movimientos de protesta más radicales ayudar a un Gobierno contrario que aplica una política necesaria pero impopular? No, había que utilizar la mayoría absoluta para aplicar el bisturí, luego –cuando se salga de la UCI y en la etapa de convalecencia– ya se podrán hacer algunos pactos.
Respecto a Cataluña, la argumentación es que habido errores, pero que básicamente vienen de antes, de cuando para debilitar a Zapatero se utilizó un Estatut mal hecho y con dosis de inconstitucionalidad como arma arrojadiza, pero que ahora Artur Mas no dejaba opción. Ningún presidente podía aprobar una consulta que podría acabar en la separación de Cataluña y Euskadi. Lo peor para un presidente español sería –siempre para estos analistas– que en su mandato se visualizara un principio de ‘desintegración nacional’, porque entonces la sanción electoral sería fortísima.
Finalmente –admiten– es indudable que el caso Bárcenas –y los SMS de Rajoy– no benefician ni al presidente ni al PP, pero casos de financiación ilegal se han dado en todos los países (también en la CDU alemana o en el PS francés) y finalmente la mayoría del electorado no vota en función de la corrupción (ni el PSOE en Andalucía, ni CiU en Cataluña ni el PNV en Euskadi están limpios), sino de otras variables. Y lo que más preocupa ahora a los españoles es el paro y la economía. Además, fracciones sustanciales del electorado de centro-derecha pueden estar asqueadas por el caso Bárcenas y por la subida de impuestos, pero saben perfectamente que, en cuanto a presión impositiva, los socialistas (la única opción alternativa) serían todavía peores. Las primarias serán un concurso público que verá a todos los candidatos competir para gravar más “a los ricos”, lo que indefectiblemente volverá a acercar las clases medias al PP.
Según este análisis, la recuperación económica (aunque sea incipiente), el no haber cedido ante el desafío independentista (que tiene más ventajas que inconvenientes), el papel subsidiario de la financiación de los partidos a la hora de decidir el voto y la dispersión incoherente de las oposiciones (donde la radicalidad amenaza con arrebatar al PSOE el papel central) hará que en el momento electoral la opinión pública sea menos severa y que el PP vuelva a ganar las elecciones (aunque la mayoría absoluta es siempre difícil) y tenga por delante otros cuatro años de gobierno. Añaden que Rubalcaba es un mal candidato pero un político rodado y, si el PSOE le sustituye por alguien más improvisado y más gritón, el remedio puede ser peor que la enfermedad.
¿Es creíble este análisis ‘conservador frío’? Claro, nadie sabe el resultado electoral antes de que se produzca y si la economía mejora sensiblemente todo puede variar. Pero cuesta creer que la mejora pueda ser sustancial porque los problemas son de fondo y se basan en errores tanto de los Gobiernos de Aznar como de Zapatero (básicamente pensar sólo en el corto plazo). Además, aunque la economía mejore, es difícil que un Gobierno en el que todos los ministros (salvo uno) tienen una nota inferior a tres pueda revalidar la confianza electoral. La mala imagen de Wert (nota de 1,46) o de Ana Mato (1,99) o incluso de Gallardón (2,53) tienen muy poca relación con la economía y mucho que ver con un exceso de sectarismo y un mal estilo al hacer política. ¿Tiene Rajoy las agallas para inflexionar y jubilar reaccionarios bien vistos por quien le designó sucesor?
¿Cuál es el balance del Gobierno Rajoy? La legislatura lleva sólo dos años y habrá que esperar al final pero, hoy por hoy, la opinión pública le suspende. Los datos del CIS son inapelables. El 69% cree que la gestión del Gobierno es mala o muy mala, el 87% tiene poca o ninguna confianza en el presidente y sólo un ministro, Arias Cañete, supera el 3 de valoración. Y el Índice de Confianza Económica, que elabora el CIS y que oscila en una escala de cero a cien, está en un mísero 28,6, algo mejor que hace un año (21,7) pero peor que cuando Zapatero tuvo que convocar elecciones anticipadas (30,1). Y no es sólo la economía, el Índice de Confianza Política (26,9), está peor que el económico y ocho puntos por debajo del Zapatero terminal.