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Joan Tapia

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¿Qué esperar del encuentro Rajoy-Mas?

El pasado miércoles, en la sesión de control al Gobierno, Duran i Lleida preguntó a Mariano Rajoy si era verdad que, el día de la proclamación

Foto: Mariano Rajoy y Artur Mas a su llegada al último Foro Económico del Mediterráneo. (Reuters)
Mariano Rajoy y Artur Mas a su llegada al último Foro Económico del Mediterráneo. (Reuters)

El pasado miércoles, en la sesión de control al Gobierno, Duran i Lleida preguntó a Mariano Rajoy si era verdad que, el día de la proclamación del Rey, Artur Mas le pidió una reunión. La reconstrucción de los hechos es aproximadamente la siguiente. En la recepción posterior a la sesión de las Cortes, el presidente de la Generalitat se acercó a saludar al presidente del Gobierno.

Mas: Presidente, quizás sería conveniente que nos viéramos…

Rajoy: ¡Que nos viéramos! ¿Para qué?

Mas: Para hablar del momento… de Cataluña. Si quieres vengo a Madrid en coche un fin de semana y hablamos con discreción, sin que la prensa se entrometa.

Rajoy: … Bueno, no sé… ya lo pensaré.

Rajoy está muy molesto, incluso irritado, con Artur Mas desde que se enteró por los periódicos de que Mas había acordado con otros partidos celebrar una consulta el 9 de noviembre en la que se preguntaría sobre la independencia de Cataluña. Parece que Rajoy –según ha comentado a sus colaboradores– cree que Mas rompió el pacto no escrito al que se había llegado en la entrevista secreta del pasado septiembre (conocida después), en la que ambos habrían acordado no dar ningún paso “irreversible”. Y menos sin previo aviso.

Pero la mañana de hace ocho días, Duran –rebotado porque sus relaciones con la vicepresidenta se habían agriado por la abstención de CiU en la ley de sucesión– le interpelaba directamente y le obligaba a ‘mojarse’. Y Rajoy contestó con sinceridad (la suya). Para él, escamado, que Mas sugiera una reunión en una recepción no es solicitar un encuentro para negociar con seriedad. Pero Rajoy también era consciente de que muy cualificados empresarios y banqueros catalanes –y no sólo catalanes– le estaban pidiendo un gesto (el partido de la distensión) para evitar que el conflicto se encrespara y se enredara todavía más.

Rápido, contestó: “Si Mas me llama mañana, mañana viene”. Devolvía la pelota. Mas tenía que mojarse en público y oficializar su petición. Nada de una frase en un acto público pidiendo una cita discreta. ¡Como si no se hubiese abusado ya de su confianza!

Y el día siguiente, jueves, fue el vodevil. El País abría su edición diciendo que “Rajoy y Mas se niegan a tomar la iniciativa para abrir un diálogo. Tanto el presidente del Gobierno como el de la Generalitat dicen estar dispuestos a hablar, pero exigen que el otro dé el primer paso” y luego publicaba un editorial taxativo: “¡Hablen de una vez!”. Y El Periódico y La Vanguardia coincidían: “El president asegura que ya solicitó una reunión al líder del PP y los populares lo niegan”. El propio Mas aseguró: “La cita ya está pedida, pero tengo la impresión de que hay resistencia a fijarla”.

Pero Mas también tenía encima la presión –corregida y aumentada– del mundo económico. De Gay de Montellà, de Rosell, de Fainé, de Oliu… No podía encasquetarse y menos después que el futuro presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker (que ayer fue elegido en una cómoda votación con el estúpido voto en contra del PSOE pero con el apoyo de la mayoría de socialistas europeos), hubiera vuelto a desechar la entrada de Cataluña en la UE. Además, colea un crédito de 1.000 millones de un pool bancario a la Generalitat que se debe renovar y conviene una actitud positiva de Guindos (que tampoco desea que una comunidad autónoma tenga incidentes en los mercados).

Así que el viernes por la mañana Mas envió una carta en formato PDF a Mariano Rajoy, que le contestó de inmediato con una llamada telefónica que –según informó la vicepresidenta con aire satisfecho en la rueda de prensa del Consejo de Ministros– había sido amistosa y habían acordado una próxima reunión. Y así la prensa del sábado podía titular gozosa “Ya se hablan” (El Periódico) o “Mas y Rajoy se emplazan para recuperar el diálogo” (La Vanguardia).

Pero el sábado Rajoy aclaró que el diálogo no cambiaría su posición sobre la consulta (El País), rebajó las expectativas (El Periódico) o asumió la necesidad de afrontar el problema catalán (la algo más optimista Vanguardia). Y en los primeros días de la semana se ha sabido que la entrevista no será reservada como quería la Generalitat –dicen que para poder explorar escenarios sin tener que hacerlos públicos–. Pero Rajoy recuerda lo de septiembre pasado. Mas tiene que retratarse y explicarse.

La tentación fácil es pensar que tanto Rajoy como Mas quieren ser receptivos a las peticiones del mundo económico (un sector importante del partido de la distensión) y también desean quedar bien ante la opinión pública –que castiga la ausencia de diálogo– pero que no contemplan –seguramente tampoco tienen mucho margen– inflexionar mucho sus posiciones. Mas siente en la nuca la presión de ERC, de la ANC y de una parte importante de su propio partido, que creen que la independencia está al alcance de la mano; y ayer mismo Rajoy se encontró con un documento de intelectuales (al parecer inspirado en los pasillos de FAES) y encabezado nada menos que por Mario Vargas Llosa en el que se le exige que no haga ninguna cesión al nacionalismo.

Pero no estamos sólo ante un vodevil en el que los dos líderes quieren hacer ver que son dialogantes para ganar puntos ante la opinión pública –o ante sus opiniones públicas respectivas– para salir vencedores. Personas que han hablado recientemente con Artur Mas le han visto preocupado. Quizás nunca creyó que su apuesta por defender el autogobierno catalán amenazando con la independencia (¿para encontrar un punto de encuentro?) le llevara tan lejos, después de perder doce diputados en las anticipadas del 2012 y depender de ERC. A algo que puede ser un callejón sin salida. Que puede acabar mal.

Y Rajoy tampoco está tranquilo. La Constitución es la Constitución, pero el sufragio universal es el sufragio universal y el PP no se ha sabido explicar en Cataluña (tampoco hace nada para corregirlo). Y los conflictos agudos entre el Estado y una nacionalidad no favorecen la estabilidad.

Pero ¿cómo salir del atolladero? El ideal de los políticos de CDC que no quieren el conflicto sería que el Gobierno de Madrid y el PP cedieran y dijeran que la consulta planteada no tiene ningún valor jurídico y desaconsejaran ir a votar, para que la alta abstención le quitara valor político pero que no la impidiera. Unos podrían decir que había ganado el sí a la independencia y otros que no había mayoría independentista. El conflicto quedaría retrasado hasta después de las elecciones españolas del 2015 y catalanas del 2016 (cuando es posible que Rajoy no tenga mayoría absoluta). La otra opción que contempla Mas sería que el fallo del Constitucional –siguiendo la línea ya esbozada al anular la declaración de soberanía del Parlamento catalán– suspendiera la consulta pero dijera que se podría hacer en determinadas condiciones. Y que esas condiciones pudieran ser aceptadas por CiU. Difícil, muy difícil.

Por el contrario, el esquema de Rajoy es que Mas acabe retirando la consulta –o aceptando su prohibición– y que luego se pueda abrir una negociación. O que Artur Mas se estrelle víctima de sus contradicciones. Pero tampoco se ve qué podría ganar el PP si –como pronostican muchas encuestas– CiU pierde a favor de ERC la condición de fuerza mayoritaria en Cataluña.

Hay fórmulas intermedias. El ministro Guindos lanzó un discreto globo sonda indicando que Madrid podría aceptar –quitándole toda trascendencia jurídica y recomendando activamente la abstención– que en base a una ley de consultas catalana constitucional se preguntara si se aceptaba el inicio de conversaciones entre los dos Gobiernos para que Cataluña fuera un Estado. Sólo un Estado. El ‘sí’ podría interpretarse como la apuesta por un modelo federal (Baviera y California se consideran estados) o como un ‘sí’ a un Estado independiente (Lituania o el referéndum escocés). El conflicto no se habría solucionado, pero se habría evitado el choque de trenes el 9-N. En Cataluña hay escepticismo sobre que Rajoy aceptara este planteamiento, que además también es rechazado por CDC (Unió sería otra cosa) porque muchos dirigentes aseguran que, si se transige con una pregunta que no contempla la independencia, el propio partido de Artur Mas se rompería.

Y luego está la fórmula Iceta que expliqué la semana pasada, consistente en preguntar si se aprueba el inicio de una negociación para que Cataluña sea reconocida como una nación, se llegue a un pacto fiscal solidario y se blinden las competencias de la Generalitat en materia de lengua y cultura. Parece difícil que el líder del PPC y el de CiU se pongan de acuerdo en una fórmula del PSC (enemigo común) que no acepta ni el propio PSOE. Aunque sea una variación (en constructivo) del globo sonda de Guindos, evitaría el choque de trenes y podría abrir una negociación menos crispada, aunque fuera lenta.

Quizás por ahí podría venir la luz. En no buscar una solución racional que satisfaga suficientemente a las dos partes sino en –como decía Machado– hacer camino al andar. Un inteligente conseller de la Generalitat dice que hay que seguir negociando aunque te digan que no porque “el roce hace el cariño” y el conflicto con alguien que ves regularmente siempre es menor. Es también lo que recomendaba ayer Miquel Roca (padre de la Constitución y añorado número dos de CDC) en un artículo en La Vanguardia titulado “Sin prisas”:

“Lo importante es empezar a hablar. Este EMPEZAR es fundamental. No se trata de acotar todas las posibilidades en función de una sola reunión. Pueden ser dos o más, no todo se termina en un solo día… el problema que determina la reunión no es menor. Y, en esos casos, el tiempo es un factor determinante. Sin prisas. Y si hay que seguir hablando, hágase. Y si hay que volver a empezar, pues se empieza de nuevo… El problema no es menor y nadie podría entender que esto se despachase en un plis-plas. Para decir que no hay nada que hacer, no vale la pena reunirse”.

Inteligentes reflexiones de un gran abogado acostumbrado a toda clase de negociaciones (no sólo constitucionales). Pero un buen letrado como Roca no puede olvidarse del 9-N. Quizás cree que Mas lo puede ir retirando poco a poco si una negociación seria avanza paso a paso… y caen algunos frutos.

Dicen que Rajoy está perplejo. Que nunca había pensado que el contencioso catalán pudiera llegar tan lejos. Quizás en el periodo 2004-2010 debía haber pensado más a largo (no sólo en golpear a Zapatero en el culo del Estatut). Quizás el Estado español todavía pueda seguir las huellas del rey Juan Carlos y recurrir a la experiencia política y jurídica de Miquel Roca.

El pasado miércoles, en la sesión de control al Gobierno, Duran i Lleida preguntó a Mariano Rajoy si era verdad que, el día de la proclamación del Rey, Artur Mas le pidió una reunión. La reconstrucción de los hechos es aproximadamente la siguiente. En la recepción posterior a la sesión de las Cortes, el presidente de la Generalitat se acercó a saludar al presidente del Gobierno.

Artur Mas Mariano Rajoy