Confidencias Catalanas
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CiU es ya cadáver
El desencuentro entre CDC y Unió viene de lejos, pero el primer enfrentamiento fue el pacto de CiU con ERC, cuando tras las elecciones del 2012 Mas se quedó a 18 diputados de la mayoría absoluta
El pasado miércoles escribí que “la exitosa (durante muchos años) CiU puede morir el domingo”. Aún no ha fallecido, pero el ataúd ya está comprometido.
Un dicho castellano –que la larga vida de CiU avala– dice que lo bueno es tener “una mala salud de hierro”. Ese es el caso del largo matrimonio de CiU que empezó en 1980 –cuando Jordi Pujol ganó las primeras elecciones catalanas– y en el que ha habido diversos juegos extraconyugales (Pujol y Duran llegaron a aliarse contra el peso “excesivo” de Miquel Roca) pero en el que nunca se ha abandonado el domicilio conyugal.
Pero salvo milagro –que estando la democracia cristiana por medio tampoco se debe excluir– la ruptura es inevitable. Duran Lleida ya se alarmaba hace más de un año de que la radicalización del “procés” podía llevar a que Catalunya no fuera independiente pero que sí se rompieran los partidos catalanistas clásicos: el PSC, ICV, CiU, Unió y al final una CDC disminuida. Es más o menos lo que está pasando junto a la irrupción en la política catalana de Podemos y el notable ascenso de Ciutadans.
El desencuentro entre CDC y Unió viene de lejos, pero el primer enfrentamiento radical fue el pacto de CiU con ERC, cuando tras las elecciones adelantadas del 2012 Artur Mas, que pedía “una mayoría excepcional”, perdió 12 diputados, se quedó a 18 de la ansiada mayoría absoluta y firmó con ERC el compromiso de un referéndum sobre la independencia en el 2014 (el año del tricentenario). Entonces Unió, que había ido a las elecciones asumiendo la bandera del derecho a decidir, ya torció el gesto pero…
El punto de no retorno llegó cuando CDC (sin previo pacto con Unió) firmó el pasado marzo con ERC, la ANC y Òmnium una hoja de ruta hacia la independencia que comportaba elecciones anticipadas el 27-S, la redacción inmediata de la Constitución de la nueva República catalana y la independencia (incluso con una declaración unilateral) en un plazo máximo de 18 meses. Se trataba de insuflar ánimos al movimiento independentista, bastante alicaído desde el choque Mas-Junqueras tras el 9-N, pero cuando Artur Mas autorizó aquel salto hacia delante de sus segundos –Francesc Homs en el Palau y Josep Rull en el partido– sabía que estaba ultrapasando la línea roja de Unió: todo por el derecho a decidir (aunque no entusiasmó el ritmo y la música del 9-N) pero no a fijar como “sine qua non” la independencia que en el contexto europeo actual (Grecia, Ucrania, dificultades de gobernación de una UE de 28 Estados) se cree imposible o de muy altos costes.
A Artur Mas no le interesó la ruptura porque debía esperar que Duran Lleida (con fuertes presiones familiares para abandonar la política) no se opondría frontalmente y que Unió acabaría pasando por el aro. Es el Palau de la Generalitat el que tiene el presupuesto, TV3, las relaciones con la prensa privada y es el president el que firma los nombramientos. Ya dijo Alfonso Guerra (siempre admirado en CDC por su concepción “disciplinada” del partido): “Quien se mueve no sale en la foto”. Y muchos políticos catalanes han interiorizado el mensaje guerrista.
Pero la dirección de Unió decidió que –pasadas las municipales– debía hacer un último intento para convencer a Artur Mas de que las elecciones el 27-S con un programa independentista subido no eran la mejor opción (esperar que de las españolas saliera un gobierno sin mayoría absoluta era más prudente) y podían ser incluso un suicidio político ya que las encuestas dan a la federación CiU sólo 30 o 35 diputados (ahora tienen 50), no garantizan que CiU y ERC repitan la ajustada mayoría absoluta actual y dejarían la estabilidad gubernamental en manos de las CUP (que consideran reformista a Ada Colau, a la que soló le han prestado uno de sus tres concejales para ser elegida).
Unió presentará lista propia el 27-S. Duran Lleida puede ir de tres tras Espadaler y Joana Ortega
El instrumento elegido fue el referéndum del pasado domingo, cuyo mensaje era que Unió se comprometía a seguir el “procés” hacia la soberanía plena pero con algunas condiciones: “diálogo perseverante” con Madrid (sabiendo que había que “perseverar” mucho), respeto al Estado de derecho, nada de declaración unilateral de independencia y (consecuencia de lo anterior) abstención de toda iniciativa que pudiera dejar a Catalunya fuera de la Unión Europea.
Y la dirección de Unió logró ganar el referéndum con muy poco más del 50% y con 3 o 4 puntos de ventaja sobre el sector independentista. Es una victoria muy ajustada, pero el 50% es más que el 47% y además lo ha logrado pese al “agit-prop” independentista dirigido desde la Generalitat y con gran influencia en la prensa, la radio y la televisión pública catalana. Fue ese agit-prop el que destrozó a Pere Navarro, que saltó de la alcaldía de Terrassa a la primera secretaria del PSC sin “oficio” parlamentario, pero que ahora no ha podido ni con Duran Lleida, un democristiano con horas de vuelo y conexiones en el centro-derecha europeo, ni con los tres consellers de Unió en el gobierno Mas: la vicepresidenta Joana Ortega, querellada junto a Artur Mas por su papel el 9-N; Ramón Espadaler, responsable de Interior que se ha enfrentado a Jorge Fernández Díaz por las competencias de los “Mossos” y que es también el secretario general del partido, y Josep Maria Pelegrí, el político de Lleida responsable de Agricultura en el Ejecutivo catalán. Y lo que se ha visto desde que Espadaler relevó a Duran en la secretaría general de la federación CiU es que el delfín de Unió es un político serio, conciliador pero firme que ha sido al mismo tiempo un eficaz conseller y el maquinista de un partido aliado pero no sumiso.
El cisma fue ya inevitable cuando el lunes el aparato de CDC (el coordinador Josep Rull) contestó referéndum del domingo con total prepotencia: Unió tenía tres días para decidir si se sumaba a una candidatura que no iba a discutir ni un segundo la hoja de ruta independentista pactada con ERC y la ANC. Unió tenía que seguir supeditada a la política decidida por Artur Mas y Francesc Homs (que está generando ya una protesta sorda en la propia CDC).
En esta tesitura a Unió sólo le queda (lo dirá hoy su comité de gobierno pero ya lo vino a anunciar ayer Jordi Font, su normalmente silencioso vicesecretario general) reafirmar que no se va a mover de las condiciones aprobadas en el referéndum y prepararse a toda velocidad (en pocas horas) para dos decisiones que alterarán la política catalana. La primera, la salida de los tres consellers de Unió del gobierno Mas. La segunda, el lanzamiento de una lista propia para las elecciones del 27-S con ambición de recoger el máximo de los votos centristas y de la CiU tradicional que siempre ha exigido más autogobierno para Cataluña, pero que sienten vértigo ante un conflicto prolongado con el Estado porque temen consecuencias negativas para la economía catalana.
Romper con el socio de 35 años no es un camino de rosas. Claro que Unió con 16 diputados en el parlamento catalán (diez en la línea de la dirección) tampoco debe ser minusvalorada porque dispone de políticos rodados, infraestructura, relaciones y tendrá derecho a una parte proporcional de los espacios gratuitos de radio y televisión de CiU en la campaña electoral.
Será la primera vez desde 1980 que democristianos y convergentes compitan por el electorado centrista y catalanista
El futuro no está escrito. Pero Unió y CDC se van a disputar por primera vez el espacio electoral del catalanismo conservador y centrista. Unió parte con desventaja respecto a CDC porque hace muchos años que no navega por cuenta propia. Y debe decidir el cabeza de lista. Duran Lleida querría pasar a la reserva y dejar que Ramon Espadaler i Joana Ortega encabecen la candidatura. Pero el asunto no está decidido porque la presión a Duran para que no pase a segundo plano en un momento trascendental del partido democristiano –cuando ha decidido emanciparse de CDC y plantar cara al independentismo– será muy fuerte.
Ayer noche en esferas cercanas se barajaba una lista encabezada por Espadaler, con Joana Ortega de número dos y Duran Lleida de tres. Apoyando a fondo pero sin poder ser acusado de personalismo.
Frente a Unió, CDC hará una llista del president, una mezcla de políticos convergentes y personalidades independentistas que opten por Artur Mas frente a Oriol Junqueras. En el aparato de CDC creen que esta lista “de país” –en la que podrían figurar personas ligadas a la ANC y a Òmnium Cultural– generará ilusión y será la ganadora. Pero la batalla será encarnizada. El político que cuando el tripartito formó gobierno en el 2004 lanzó la idea de la “Casa Gran del Catalanisme” (la casa grande del catalanismo) será el que acabe rompiendo la alianza de 35 años con Unió. Y el que pidió en el 2012 una mayoría excepcional para llevar a Cataluña a su “plenitud nacional” se conforma ahora –lo dijo el lunes en una conversación pública con Iñaki Gabilondo– con encabezar la lista más votada.
Cataluña está políticamente mucho más fragmentada que cuando Artur Mas llegó a la presidencia en diciembre del 2010. ¿Ha sido buena su gestión para CDC y está Cataluña más cerca de la plenitud nacional que entonces? Lo veremos el 27-S, pero el divorcio con Unió recuerda otro dicho castellano: quien mucho abarca, poco aprieta.
El pasado miércoles escribí que “la exitosa (durante muchos años) CiU puede morir el domingo”. Aún no ha fallecido, pero el ataúd ya está comprometido.