Confidencias Catalanas
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Pedir la cabeza de Santi Vila
La CUP, al querer 'barrer' a Artur Mas y Santi Vila, pone de relieve la desunión independentista
Hace 15 días acababa mi crónica diciendo que la primera quincena de agosto seria solo de mucho ruido y balas de fogueo, pero que a partir de hoy, miércoles 16 de agosto, España se enfrentaría a su crisis constitucional más grave desde el golpe de Tejero en 1981. En realidad, puede ser peor porque ni sus propios autores creían seriamente en aquella asonada que se resolvió en pocas horas, mientras que la crisis catalana lleva ya años incubándose y nadie cree que se vaya a terminar tras el inminente choque de trenes.
El inicio del choque puede retrasarse sin embargo unos días, pues, contra lo esperado, la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, no ha puesto la ley del referéndum —que ya entró en la Cámara— en el orden del día de la mesa que se reúne hoy. Todavía la puede hacer hoy mismo, pero también puede retrasarla. La razón es que Rajoy, que estos días ha mantenido al PP en orden y lejos de la algarabía, anunció que tan pronto como se iniciara la tramitación de la ley la impugnaría ante el Tribunal Constitucional, que la dejaría sin efecto. Ello quizás ha llevado al separatismo a una mayor cautela, de despiste o de retraso, para no enseñar las cartas antes de tiempo. Pero el 1 de octubre está cada día mas cerca y los plazos corren con rapidez. El independentismo tendrá que presentar su ley o desistir del choque, cosa que a estas alturas parece muy poco probable.
Rafael Hernando, al declarar que era una aberración la España plurinacional, se ha distanciado de la línea de Rajoy, que solo exige respeto a la ley
En la primera quincena, los dos trenes se han dedicado a lanzar octavillas de reafirmación y propaganda de sus tesis. El Gobierno de Madrid se ha limitado a exigir el cumplimiento de la ley y Rajoy, aparte de negarse a cualquier gesto negociador antes del 1 de octubre (como la comisión parlamentaria sobre la reforma constitucional que reclama el PSOE), ha impuesto disciplina a su partido. Nada de declaraciones exaltadas que faciliten la movilización del más militante independentismo.
La única excepción notable ha sido la del portavoz parlamentario, el muy teatral Rafael Hernando, que —más contra el PSOE que contra el independentismo— se quedó tan ancho afirmando hace ocho días que “la España plurinacional de Sánchez es una aberración jurídica, política y constitucional además de una falsedad histórica”.
Bueno, con un artículo dos de la Constitución que habla de “nacionalidades y regiones” y con el 47,8% de los catalanes votando candidaturas independentistas en las últimas elecciones, es arriesgado excluir la hipótesis de un Estado plurinacional (al igual que hacen los separatistas). Pero pretender el apoyo del PSOE en la crisis catalana, no ya discrepando de sus propuestas sino diciendo que son “una aberración”, suena a irracional. Pero seamos optimistas, quizás el papel de Hernando sea solo el de satisfacer al electorado más cerrado del PP, mientras que Rajoy y Soraya (muy silenciosa esta quincena) están más abiertos a la negociación y al consenso cuando pase el 1 de octubre.
Josep Rull ha contestado a Rajoy: la Generalitat ignorará al Tribunal Constitucional si prohíbe el referéndum del 1-O
El tren independentista también ha lanzado sus octavillas. El líder de ERC, Oriol Junqueras, dice pocas cosas nuevas y está casi tan silencioso como Soraya. Puigdemont ha repetido sus afirmaciones y la ANC calienta la jornada del próximo 11-S. Ha sido el 'conseller' de Territorio, Josep Rull, independentista 'enrage', pero muy discreto desde que está en el Govern, el que ha contestado a Rajoy: la Generalitat está dispuesta a ignorar y desobedecer al Tribunal Constitucional si prohíbe el referéndum. El separatismo no teme el choque de trenes.
Pero el problema del independentismo está siendo su cacofonía. Así como Rajoy ha logrado mantener un discurso bastante coherente (respetar la ley), el independentismo ha mostrado la grave división que lo debilita, tras su aparente unidad al negarse a respetar la legalidad española y quererla sustituir por una nueva legalidad catalana.
Junqueras, a cuyo partido, ERC, dan todas las encuestas la mayoría minoritaria tras unas nuevas elecciones catalanas, guarda el silencio del que se cree ganador y no quiere cometer ningún error. En boca cerrada, no entran moscas. Por el contrario, la CUP juega a subir la tensión y quiere dejar claro que no lucha por una independencia burguesa sino por algo similar a una revolución anticapitalista. Así empezó justificando y apoyando la acción violenta contra un bus turístico y otras destinadas a cuestionar el modelo turístico de su organización juvenil.
Siguieron la semana pasada con la presentación de su campaña para el referéndum con el eslogan “Desobediencia, autodeterminación, Països Catalans”, que además de Cataluña incluyen a Valencia, Mallorca y el Rosellón francés, y propugnando barrer de Cataluña a una serie de personas que van desde Felipe VI y la infanta Cristina, a Aznar y Rajoy, Ana Patricia Botín, Florentino Pérez y el cardenal Rouco Varela, y acaban con Jordi Pujol, el fundador y líder de CDC durante muchos años, y el propio Artur Mas. El maximalismo de la campaña es evidente, así como el parecido con un cartel de la Revolución Rusa de 1917 (en octubre será su centenario) en el que se ve a Lenin barriendo las instituciones del zarismo.
La CUP sube la tensión y dice que no quiere una independencia burguesa sino una revolución anticapitalista
Pero la CUP busca alzar el tono continuamente y marcar la campaña del referéndum. Así, el domingo, Anna Gabriel, la líder real de un grupo que no acepta liderazgos, no dudó en pedir a Puigdemont la cabeza de Santi Vila, el nuevo 'conseller' de Empresa (antes de Cultura) al que tachan de “neoliberal” y al que reprochan haberse personado en los tribunales contra Arran por el asalto al bus turístico. El ataque a Vila (“No queremos un 'conseller' como él, muy bueno para un país de ricos pero que no lo es para un país de gente pobre”) es relevante porque, aunque piensa de una forma similar a los 'consellers' moderados dimitidos en julio, no ha querido abandonar el Govern para no ser acusado de traidor y poder brindarse al PDeCAT como el hombre que, sin renunciar al independentismo, puede graduar y moderar el programa en función de lo que suceda el 1 de octubre. En realidad, Vila, político pragmático, es seguramente la única carta que el PDeCAT tendría de presentar un candidato a la Generalitat que aspirara a recoger el voto no maximalista y plantar cara a ERC en unas elecciones catalanas anticipadas. Vila es quizás el seguro de vida de la antigua CDC, y pedir su cabeza es disparar contra su línea de flotación.
Por eso, los ataques de la CUP a Jordi Pujol (al que los convergentes no quieren defender por la corrupción), a Artur Mas y a Santi Vila incomodan en grado sumo al PDeCAT.
Es comprensible que Junqueras guarde un silencio cómplice ya que no es atacado. Pero es incomprensible la actitud de no darse por enterado del presidente Puigdemont. La razón de fondo es que toda la estrategia separatista de Junts pel Sí se hubiera disuelto como un azucarillo si Artur Mas, Junqueras y Puigdemont no hubieran decidido que lo que les separaba de la CUP era mucho menos relevante que lo que les unía (la independencia). En efecto JxS, la coalición de CDC y ERC que concurrió a las elecciones del 27-S de 2015, obtuvo solo el 39,4% de los votos y 62 diputados. Solo llegaron a la mayoría absoluta (68 escaños) sumando los 10 diputados de la CUP. Y obtuvieron así el impresionante pero insuficiente voto del 47,8%.
Ahora, la ruptura con la CUP implicaría el inmediato fracaso de la ley del referéndum. Por eso, Junqueras y Puigdemont —prisioneros de la CUP— no tienen otro remedio que callar y tragar cuando los anticapitalistas atacan un autobús turístico, cuando dicen que hay que barrer de Cataluña a Artur Mas, o cuando piden la cabeza de Santi Vila. Pese a que esta dependencia va en detrimento del prestigio del independentismo entre muchos de los electores que lo votaron en 2015.
David Bonvehí, el segundo del nuevo PDeCAT, dijo que la CUP daba pena al equiparar a Rajoy, el autoritario, con Mas, el libertador. Y Marta Pascal, la coordinadora del partido, ha reaccionado contra la petición de la cabeza de Vila diciendo que “el PDeCAT tiene un proyecto que no tiene nada que ver con vuestro dogmatismo y superioridad moral”. Está bien, pero las reacciones de Bonvehí y Pascal solo subrayan más el silencio de Puigdemont. ¿Cómo se puede explicar que el independentismo moderado, al mismo tiempo que la critica, mantenga un pacto de hierro con la CUP a la que acusa de dar pena y de tener un programa dogmático y absolutamente diferente?
Solo hay una explicación. Artur Mas y JxS no quisieron reconocer que con un 39,4% de los votos perdieron las elecciones de 2015 y desde entonces —empezando por la retirada forzosa del propio Artur Mas— son rehenes de los anticapitalistas. Y con creciente amargura ven cómo esta dependencia les quita cada día prestigio y argumentos.
Quizá por eso el independentismo baja en las encuestas del propio CIS de la Generalitat y sectores amplios del catalanismo toman distancias crecientes. Y Rajoy pide moderación. Sabe que los que piden la cabeza de Santi Vila restan legitimidad al separatismo. Debe pensar que el enemigo de mi enemigo puede actuar no como un amigo, pero sí como le conviene.
Pedir la cabeza de Santi Vila no es un ataque al independentismo burgués. Es quitar autoridad moral a Puigdemont y hacer que Junqueras se columpie sobre una cuerda estrecha y floja… En suma, demostrar que el indepenentismo no es ni un frente unido ni una opción razonable. Así es pese a que la CUP en su delirio se imagine que representa, 100 años después, el retorno del bolchevismo y del alma de Lenin.
Hace 15 días acababa mi crónica diciendo que la primera quincena de agosto seria solo de mucho ruido y balas de fogueo, pero que a partir de hoy, miércoles 16 de agosto, España se enfrentaría a su crisis constitucional más grave desde el golpe de Tejero en 1981. En realidad, puede ser peor porque ni sus propios autores creían seriamente en aquella asonada que se resolvió en pocas horas, mientras que la crisis catalana lleva ya años incubándose y nadie cree que se vaya a terminar tras el inminente choque de trenes.