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Joan Tapia

Confidencias Catalanas

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Todo se sabrá por San Isidro

La gran pregunta es si España desea que una parte del 47% de independentistas regresen al catalanismo. Puede ser la única solución

Foto: Puigdemont en Alemania. (EFE)
Puigdemont en Alemania. (EFE)

¿Se tendrán que repetir en julio las elecciones catalanas porque el 22 de mayo —fecha límite tras el fracaso de la candidatura de Jordi Turull el pasado 22 de marzo— el parlamento catalán no habrá sido capaz de elegir un nuevo 'president'?

Es algo que parecía absurdo, casi imposible. ¿Cómo iba el independentismo a renunciar a la mayoría absolutaArtur Mas la definía como un tesoro— que logró en los comicios de diciembre? Ahora es muy probable, aunque no seguro. El diario 'El País' —que no simpatiza con el independentismo pero que no es el más radicalmente contrario de los de Madrid— titulaba así sus ediciones de ayer: "El plan de Puigdemont lleva a Cataluña a otras elecciones. El Gobierno empieza a trabajar en un escenario de prolongación del artículo 155".

Bueno, es imposible saber el plan de Puigdemont —alguien lo ha calificado de jugador de póker y creo que ni él sabe su decisión final—, pero 'El País' puede tener razón. Y los últimos gestos del independentismo —intento por segunda vez de elegir a Jordi Sànchez cuando el juez Llarena ya lo impidió la primera— y querella del parlamento catalán por este motivo contra el juez pese a la opinión contraria de los letrados indican que en el separatismo se imponen las tesis de los que creen que la prioridad es evitar o retrasar la vuelta a la normalidad para cuestionar al máximo al gobierno de Madrid y a la Constitución.

Repetir elecciones sería un fracaso de todos. Tanto de los partidos constitucionalistas como de los independentistas

Si así fuera —si hubiera nuevas elecciones— a corto y medio plazo (a largo como decía Keynes todos muertos) estaríamos ante un fracaso colectivo. De todos. De los independentistas porque no habrían aprovechado su mayoría para recuperar la Generalitat, gobernar e intentar negociar —con un gobierno legítimo detrás— una salida a la situación. Habrían apostado al cuanto peor mejor en base a la firme creencia de que España solo puede perder (como ya se vio el 27-0).

Fracaso también del gobierno de Madrid y de los partidarios del 'statu quo' porque unas elecciones (las del 21-D) que tenían que servir para normalizar Cataluña no solo no lograron su objetivo, sino que lo sucedido después no habría forzado al separatismo a moderarse ni le habría desconectado de la sociedad catalana. Hasta el punto de sentirse con fuerzas suficientes para plantar otra batalla electoral a cara de perro esperando mejorar resultados. Un fracaso, por último, de los muchos partidarios de la tercera vía porque no tiene poder político ni en Barcelona ni en Madrid y no logran ser escuchados.

La repetición de elecciones sería pues un fracaso de los tres partidos constitucionalistas, de Podemos que volvió a quedar en Cataluña por debajo del PSC y que no sube en España, y de los partidos secesionistas (el PDeCAT y ERC), y el triunfo de Puigdemont que encarna el independentismo intenso, desacomplejado y poco estructurado (pero más de grupitos que asambleario). Puigdemont juega al póker. El 27-0 le salió fatal y perdió hasta la camisa, pero como es jugador empedernido huyó. Y el 21-D tuvo suerte. Dos diputados menos que Arrimadas, pero dos más que Junqueras y se repitió la mayoría secesionista. Y sorprendentemente el domingo de Ramos, cuando a instancias del juez Llarena fue detenido en el área de servicio de una autopista alemana, se le apareció Dios. Los jueces alemanes, que no contabilizan igual que Llarena el grado de violencia necesario en el delito alemán de alta traición (en España, rebelión), denegaron la extradición y le dejaron en libertad provisional bajo fianza pero pendiente de la decisión final sobre la extradición por un delito mucho menor de malversación de recursos públicos.

La detención en Alemania —y suposterior libertad provisional— han reforzado el dominio de Puigdemont sobre el independentismo

Ya escribí el domingo y el miércoles pasado que esta decisión alemana ha sido una desgracia para la justicia española (que quizás por prepotencia creyó que los jueces tedescos tenían que pensar igual que el Supremo) y una lotería para Puigdemont. Su dominio (no total) sobre los 70 diputados independentistas —que ya existía porque tiene una quincena de incondicionales en la lista parlamentaria de JuntsxCAT que le dan poder de veto— se ha disparado, al igual que su popularidad entre el 47% que vota por la independencia. Ha llevado a cabo, aunque quizás solo sea por un día, la profecía de Artur Mas. Más con la suerte que con la astucia, el pequeño David ha derrotado a Goliat (España) y en tierra de Merkel, a la que Rajoy dirige siempre sus oraciones.

Pero más allá del Dios de la autopista alemana, ¿por qué el independentismo no ha rectificado tras el desastre del 27-0? ¿Por qué volvieron a ganar las elecciones y por qué no se han hundido luego cuando se ha visto que sus divisiones le hacen incapaz de formar gobierno?

placeholder Puigdemont a su salida de la cárcel alemana. (EFE)
Puigdemont a su salida de la cárcel alemana. (EFE)

Hay muchas explicaciones, pero el otro día, en una cena con un grupo de jóvenes profesionales en casa de una amiga madrileña, coincidí con Josep Ramón Bosch, el fundador de Sociedad Civil Catalana, la entidad que ha organizado las grandes manifestaciones contrarias al separatismo, y me sorprendió una de sus reflexiones: en Cataluña siempre ha habido independentistas, entre el 15 y el 20%, pero ahora son un 47%. La situación solo se reconducirá si ese 25 o 30% de aumento, que era catalanista pero no independentista, vuelve a confiar en que el catalanismo tiene futuro en España, no hay otra solución.

La gran pregunta es si España quiere realmente que la mitad del independentismo se convierta (mejor dicho, se reconvierta) al catalanismo. No se dan pasos. Porque no se quieren dar, o porque no se saben dar, o porque si se dan no tienen éxito. No volvamos al Estatut. En los últimos años hay discursos anticatalanes (confundiendo catalanidad con independentismo) que erigen barreras de suspicacias. Y, claro, la falta de diálogo. Rajoy ha sido prudente y solo aplicó el artículo 155 en el último momento. Felipe González —que no es la derecha nacionalista española— dijo en Salvados que se debía haber aplicado en el 2014, cuando Mas no hizo caso del Constitucional con el referéndum. Pero Rajoy no ha dialogado ni ha hecho gestos. ¿Era imposible con Mas porque solo quería el referéndum de independencia? Puede, pero con quien no quiere dialogar, lo inteligente es proponer comisiones para negociar, insistir, y que sea el otro el que se niegue. A no ser, lo piensan muchos catalanes, que no se quisiera negociar nada porque el PP tenía mayoría absoluta.

El principal problema político de España no puede depender solo del Supremo y de la interpretación del Código Penal

Y que ahora se esté confiando en solucionar un problema político mayúsculo solo con el código penal es un error. La ley no exige tener en prisión provisional sin fianza y antes de juicio a dirigentes de partidos que han tenido muchos votos. Quizás si el juicio, pero no la prisión provisional. Y el peligro de reiteración delictiva no es lo que dijo Gordon Brown cuando el referéndum escocés ni la mejor manera de convencer (y dudo también que de vencer). La realidad es que hoy habrá una gran manifestación en Barcelona por la libertad de los presos que tiene el apoyo de UGT y CCOO de Cataluña. Y 'El País', que tampoco es el españolismo rancio, censura la participación de la rama catalana de esos sindicatos. ¿Debe mandar Madrid en las centrales catalanas? ¿Habría que expulsarlas?

Conozco a Pepe Álvarez, gallego-catalán y secretario de UGT, y a Javier Pacheco, secretario general de CC.OO de Cataluña. No me dicen lo que piensan en la intimidad, pero estoy seguro qué la independencia no es su norte. Lo que pasa es que no quieren separarse de un fuerte sentimiento de protesta que va más allá del 47% independentista, y que cree —según la casa de encuestas del 'ABC' y de 'La Vanguardia'— que el trato dado a los políticos presos (hay algo de teología al diferenciarlos de los presos políticos porque la realidad física es la misma) no es correcto. Que los sindicatos vayan a una manifestación convocada por el independentismo es más para reflexionar que para criticar. ¿Qué se gana descalificando?

placeholder Manifestación en Barcelona. (EFE)
Manifestación en Barcelona. (EFE)

Por otra parte, ¿es lógico que el fiscal general insista en que levantar barreras de peaje en una autopista es terrorismo? Claro, que no sea terrorismo no quiere decir —ni mucho menos— ni que deba permitirse ni que no sea delito. Pero tampoco es necesario actuar como si el delito de desórdenes públicos fuera una antigualla.

¿Es lógico que el tratamiento del problema más grave de España —la incardinación de Cataluña— esté hoy de facto más en manos de un juez del Tribunal Supremo —que no tiene obligación de saber mucho de política— que del presidente del Gobierno elegido por los españoles?

Concluyamos. Puigdemont será entrevistado hoy en TV3 por Vicens Sanchís, su director. Lo veré porque es hoy es el que tiene la última palabra en la política catalana (pese a Rajoy y al juez Llanera). Pero diga lo que diga (querrá ser a la vez Juana de Arco para el 47% y un pacífico cordero para los jueces alemanes), en los próximos días intentará ser elegido presidente de la Generalitat desde Berlín, al amparo de la nueva ley de presidencia que prepara el parlamento catalán. No funcionará porque el Constitucional lo impedirá, pero tendrá movilizado y excitado a su personal y la prensa (¿también mundial?) le seguirá. Llegaremos así a San Isidro. Y algo después Puigdemont estudiará las cartas. Si se siente fuerte (y los jueces alemanes siguen como hoy) puede estar tentado de jugarse el todo por el todo y forzar elecciones confiando en una gran victoria (sus chicos de JpC le incitarán).

Si no hay elecciones, el 'president' debe tener un requisito indispensable: no tener miedo al avión

Pero, hijo de pasteleros, puede ser prudente. Puede hacer presidente de la Generalitat a alguien respetado pero incondicional y sin demasiada personalidad política. Desde luego no a Ferran Mascarell, como informaba ayer Marcos Lamelas que quiere Mas. Mascarell viene del PSC y ha tenido, y tiene, un flirt con Mas. Pero lo más grave para los puigdemontistas es que sabe pensar por cuenta propia, que les huele a PSOE y que sabe pactar.

¿Entonces? Solo hay dos requisitos imprescindibles. Debe ser diputado (se puso en el Estatut y Puigdemont debe respetar algo) y no debe tener miedo al avión. Cada semana deberá volar a Berlín (a Waterloo si las cosas van mejor) para despachar. Y allí no se ocuparán en exceso de gobernar Cataluña sino de desafiar al Estado y mantener viva la movilización.

placeholder Ferran Mascarell. (EFE)
Ferran Mascarell. (EFE)

Y para sintonizar con el feminismo no tendremos presidente sino presidenta. Otra lección de modernidad a España. ¿Nombres? Marcos Lamelas hablaba de Laura Borràs, una excelente profesora de literatura, de JpC pero no del PDeCAT. Intuyo que una deferencia además hacia el Abad de Montserrat y el catalanismo católico. O, para que las cosas queden más en casa (Puigdemont ganó a Junqueras solo por los votos de la provincia de Girona), Marta Madrenas, a la que Puigdemont hizo alcaldesa de Girona poco después de que Mas le hiciera presidente de la Generalitat. Sería un gesto a los propietarios que en Cataluña hay muchos. Madrenas fue, antes de la política, presidenta del Colegio de Agentes de la Propiedad de Girona.

Es lo que hay. Nos lo hemos ganado. Todo se destapará tras las corridas de San Isidro, patrón de Madrid.

¿Se tendrán que repetir en julio las elecciones catalanas porque el 22 de mayo —fecha límite tras el fracaso de la candidatura de Jordi Turull el pasado 22 de marzo— el parlamento catalán no habrá sido capaz de elegir un nuevo 'president'?

Parlamento de Cataluña Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) Jordi Sànchez