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¿Por qué sobrevive Mariano Rajoy?
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Joan Tapia

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¿Por qué sobrevive Mariano Rajoy?

En España prima el afán de estabilidad por encima de otras consideraciones. Protesta mucho, pero a la hora de la verdad quiere cambios con garantías

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (Reuters)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (Reuters)

La presión sobre Carles Puigdemont para que permita la elección de un presidente efectivo aumenta. Tras la decisión del PNV de votar los presupuestos, las prisas de ERC y del PDeCAT se han exacerbado. Ahí está la carta de los 'consellers' de JxCAT presos —Jordi Sànchez, Jordi Turull, Joaquim Forn y Josep Rull— a Puigdemont. Y los propios puigdemontistas se están dividiendo entre irreductibles y componedores. La nueva ley de presidencia será la última pantomima permitida y —salvo imprevisto— la semana del 7 de mayo —algo antes de mi cálculo de San Isidro— la fuerza de la gravedad entrará en acción: o Puigdemont pacta una candidatura a 'president' efectiva y cede así algo de la "legitimidad" que dice detentar (y que el secesionismo no ha osado cuestionar), o será arrollado por las necesidades objetivas de la sociedad catalana. Aunque suene 'marxistoide', es así.

Por eso quiero enfocar una pregunta muy dominante en Cataluña y que estas últimas semanas —con el espectáculo Cifuentes— he visto que subía de intensidad en toda España. ¿Cómo puede aguantar Mariano Rajoy pese a las graves crisis no resueltas —la de Cataluña la primera— y el hundimiento moral de su partido? Un destacado y moderado jurista me dice: España pide a gritos un cambio, la prioridad es que se marche Rajoy, lo otro es secundario.

Lo que pasa es que una de las peores semanas de Mariano Rajoy —la última— ha sido también la que ha encarrilado la aprobación de los presupuestos del Estado tras la decisión de los vizcaínos del PNV de priorizar la continuidad del presidente, por temor al ascenso de Ciudadanos, a su oposición existencial al artículo 155. Así, Rajoy podrá sobrevivir hasta las generales del 2020 y decidir si quiere seguir —y arriesgarse a perder— o si opta por capitanear una sucesión "ordenada" en el PP.

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano rajoy, y la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría. (Reuters) Opinión
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¿Por qué sobrevive Rajoy? La sociedad española —y la catalana— desde ya antes de la muerte de Franco simpatiza con las protestas y quiere cambios. Pero siempre exige garantías. En algún momento puede parecer casi revolucionaria —por ejemplo el 15-M—, pero en el fondo late un ansia de estabilidad. Al 15-M le sucedió la mayoría absoluta del PP. Y después —en el momento más álgido de la peor crisis económica desde 1929 y de descrédito de los dos grandes partidos (PSOE postzapaterista y SMS de Rajoy a Bárcenas publicado por Pedro J.)— lo compensó con el sarampión de Podemos. Protesta si, pero ansia de estabilidad y reticencia a los cambios sin garantías.

Rajoy está ahora azotado por la larga crisis catalana (desde el 2006) que ha catapultado en las encuestas a Cs, que quiere robarle el espacio electoral del centroderecha, que tiene al frente un líder ambicioso que lidera las encuestas y que dicen —desde muchos sitios y desde el PP— cae bien al Ibex-35. El jefe del PP está cercado por el hundimiento de su partido. Desde la Gürtel al esperpento de la convención de Sevilla aplaudiendo a un cadáver político. Y encima no tiene mayoría parlamentaria, depende de Cs para casi todo y no podía aprobar los presupuestos del 2018 porque el PNV no quería votarlos por la agudización de la crisis catalana.

Rivera y el PNV, por motivos contrarios, han llegado a la conclusión de que tienen que apoyar los presupuestos de Mariano Rajoy

Está sitiado y sin agua. Pero también saliéndose. La economía va bien —por méritos suyos, por la recuperación mundial y por la política de Draghi en el BCE— y tiene detrás el primer grupo parlamentario y un partido obediente (aunque desacreditado). Y en España hay mucho ruido y muchas protestas (pensionistas, el 8-M de las mujeres…) pero también ansia de estabilidad. Y Rajoy ha sabido —o tenido la chiripa— de saber combinar dos aliados contrarios que, aunque se repelen el uno al otro, tienen un imperativo de estabilidad.

Por una parte, Cs desea castigarle y puede hacerlo con cuidado en muchos casos —por ejemplo, quitarle la Comunidad de Madrid si no apartaba a Cifuentes— pero no puede votar contra unos presupuestos que convienen a la marcha de la economía. Rivera —y Luis Garicano y Toni Roldán— saben que sería un error porque su electorado, y el que quieren arrebatar al PP, no lo entendería y porque los empresarios, que más allá del Ibex-35 son el motor económico del país, lo juzgarían una temeridad. Albert Rivera, que quiere sumar el electorado conservador, sabe que le toca aguantar y esperar.

placeholder El portavoz del PNV Aitor Esteban y el diputado Mikel Legarda. (EFE)
El portavoz del PNV Aitor Esteban y el diputado Mikel Legarda. (EFE)

El PNV necesita otra estabilidad. La económica también. Y la oportunidad de influir en los presupuestos. Pero además teme que la desestabilización de Rajoy conduzca a elecciones anticipadas y a un aumento del poder político de Rivera, al que creen enemigo del 'statu quo' vasco y partidario de endurecer el 155. Cuanto más tarde llegue Rivera —si es que tiene que llegar—, mejor. Y a ver si mientras tanto el catalanismo llega a la conclusión de que lo menos malo es usar —más con el cerebro que con las vísceras— el pacto autonómico constitucional para ganar autogobierno. Lo piensan por experiencia propia. Ibarretxe ya se hizo el listo e incluso supo aguantar la ofensiva Aznar-Mayor Oreja, pero al final Patxi López le echó de la lendakaritza (pese a que eran el primer partido) y tuvieron que jubilarle regalándole un reloj de oro. El deseo de heredar al electorado (Rivera) y el de frenar a Cs (Iñaki Urkullu y Andoni Ortuzar), deseos a primera vista poco conciliables, han llevado a Cs y PNV a coincidir —dándose la espalda— en que el mal menor es Mariano Rajoy.

¿Y el PSOE? La alternativa Pedro Sánchez no es operativa en este momento por varias causas. La primera es que no está en el parlamento y eso le eclipsa ante la opinión pública y la publicada. La segunda, más relevante, es que —al contrario que Rajoy y que Rivera— no parece tener detrás un partido unido o disciplinado. Pero la principal es que no puede liderar una mayoría que pueda ofrecer estabilidad con garantías.

Mientras para gobernar necesite el apoyo del Pablo Iglesias, el PSOE no tendrá las garantías que ofrecía el partido cuando gobernaba Felipe González

Ya se vio en el primer semestre del 2016. Sánchez necesitaba —para no ofertar un Frente Popular, que es contrario al ansia de estabilidad— un pacto con Cs de signo social-liberal, que supo tejer. Pero precisaba además que Podemos, pensando que así se libraban de Rajoy y que el tándem Sánchez-Rivera sería más débil, no lo escupiera. Pero Pablo Iglesias no solo lo boicoteó, sino que proclamó con trompetas que mientras comandara un grupo parlamentario relevante, el PSOE no podría gobernar sin su diaria aprobación y sin que se le dejara controlar el CNI y la política de comunicación. Era algo que podía entusiasmar a cierta izquierda (hoy ya mucho menos), pero que iba frontalmente en contra del ansia de estabilidad de la sociedad española. Felipe González y Rubalcaba lo vieron claro, pero Pedro Sánchez —que despertó entusiasmo en las primarias— les ganó. Quizás porque apostaron la carta equivocada o porque el PP llegó al poder martirizando a Felipe y a Zapatero.

El éxito de Felipe González en el 82 fue ofrecer cambio —y recambio a una UCD rota— con el eslogan de 'para que España funcione'. Y no era solo un eslogan. Antes había hecho abandonar el marxismo al partido (con sangre, sudor y lágrimas), y la socialdemocracia europea con Willy Brandt y Mitterrand al frente le apoyaba. Y cuando llegó a la Moncloa no entregó la economía a Alfonso Guerra (o a uno de sus protegidos) sino a Miguel Boyer. Y luego a Carlos Solchaga. Pero trece años de poder desgastan, la democracia es alternancia y en el 93 (ya antes del 96) tengo la impresión de que el más cansado del poder era el propio Felipe que se refugiaba en sus bonsáis. Pero gobernó once años (hasta el 93) satisfaciendo el ansia de estabilidad de la sociedad española.

placeholder José María Aznar, expresidente del Gobierno. (EFE)
José María Aznar, expresidente del Gobierno. (EFE)

Luego, vino la revancha de la derecha —en forma de azote de Aznar— que, en su primera legislatura, gracias a que el pacto con Pujol (y con Arzalluz) frenó sus instintos, y a que la economía funcionó, ofreció estabilidad. El fracaso de su segunda legislatura —cuando se creyó que la guerra de Irak iba a repartir las cartas del poder en el mundo y que España sería una potencia—, más la mentira absurda sobre el atentado de Atocha, condujo a las dos legislaturas de Zapatero. A juzgar otro día, pero que acabaron muy mal cuando estalló la peor crisis económica mundial. Y que tampoco supo cabalgar la protesta catalana.

Vamos a Adolfo Suárez. Triunfó al implantar el cambio a la democracia (el franquismo sin Franco era imposible y una aberración en Europa), pero pactado con los franquistas, con la oposición y con los comunistas. Y amparado por un rey que —no habitual en la historia de España— supo estar a la altura de las circunstancias. Claro, la UCD —un invento tan frágil como inteligente— estalló cuando las familias que lo componían llegaron a la conclusión —con razón o sin ella— de que Suárez era un estorbo. Y eligieron un sucesor preparado, pero sin glamour —Calvo Sotelo— al que después no osaron presentar a las elecciones. Escogieron a Landelino Lavilla, que luego ha sido un excelente miembro permanente del Consejo de Estado.

Según todas las encuestas, Rivera es más valorado que Mariano Rajoy. La incógnita es si sabrá negociar las suficientes complicidades

Hoy, Mariano Rajoy —con el mismo poco 'sex appeal' que Calvo Sotelo— gobierna, pero tras haber ganado tres elecciones generales y con una economía que crece al 3%. Está cercado por todas partes, pero pese a su total falta de inteligencia emocional con Cataluña es —hoy por hoy— el que más satisface el ansia de estabilidad y la reticencia al cambio sin garantías de la sociedad española. Empezando por la vasca, que es la de más alto nivel de vida. Por eso sobrevive.

Necesidad de alianzas

¿Podrá Rivera satisfacer en el futuro próximo el ansia de estabilidad y de cambio con garantías? Ganas no le faltan. Voluntad, tampoco. ¿Afán de conciliar? Está por demostrar. Sus partidarios dicen que Guerra comparó a Suárez con el caballo del general Pavía antes de que Felipe prometiera una España que funcionara. Cierto, pero González tenía detrás un partido con mucha historia, no toda buena, pero historia, y el aval de la socialdemocracia europea que gobernaba en Francia y Alemania.

En cualquier caso, necesitará tejer alianzas y complicidades que vayan mucho más allá de la reacción antiindependentista (y de la admiración por el centralismo de Francia, que tiene otra historia) que ahora le están aupando en las encuestas. ¿Lo sabe? ¿Lo puede aprender? Por el momento dice que lo seguro es que, como socio senior o socio junior estará en el próximo gobierno. En eso puede tener razón.

La presión sobre Carles Puigdemont para que permita la elección de un presidente efectivo aumenta. Tras la decisión del PNV de votar los presupuestos, las prisas de ERC y del PDeCAT se han exacerbado. Ahí está la carta de los 'consellers' de JxCAT presos —Jordi Sànchez, Jordi Turull, Joaquim Forn y Josep Rull— a Puigdemont. Y los propios puigdemontistas se están dividiendo entre irreductibles y componedores. La nueva ley de presidencia será la última pantomima permitida y —salvo imprevisto— la semana del 7 de mayo —algo antes de mi cálculo de San Isidro— la fuerza de la gravedad entrará en acción: o Puigdemont pacta una candidatura a 'president' efectiva y cede así algo de la "legitimidad" que dice detentar (y que el secesionismo no ha osado cuestionar), o será arrollado por las necesidades objetivas de la sociedad catalana. Aunque suene 'marxistoide', es así.

Mariano Rajoy