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El Puigdemontismo: razones y errores
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Joan Tapia

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El Puigdemontismo: razones y errores

Las cosas son más complejas de lo que parecen y el puigdemontismo parte de algunos hechos ciertos, pero los simplifica tanto que niega la realidad

Foto: Carles Puigdemont, este miércoles frente al Bundestag, en Berlín. (Reuters)
Carles Puigdemont, este miércoles frente al Bundestag, en Berlín. (Reuters)

Las cosas son más complejas de lo que parecen. El 27-O, Carles Puigdemont, de acuerdo con la mediación de Iñigo Urkullu y aconsejado por sus 'conselleres' de Justicia, Carles Mundó (ERC y compañero de celda de Oriol Junqueras), y de Cultura (Santi Vila), estuvo a punto de dar marcha atrás en la DUI y convocar elecciones anticipadas. ¿Por qué no lo hizo? Le faltó el apoyo de gran parte de su partido (el PDeCAT) y de ERC (recordemos el tuit de las 30 monedas de plata del diputado Rufián). Tampoco se atrevió a explicar lo que dijo a su Gobierno aquella madrugada, que el independentismo no tenía fuerza suficiente.

Podríamos recordar la película 'Match Ball', de Woody Allen, la moneda cae hacia un lado después de estar a punto de caer hacia el otro. Ese fue el Puigdemont del 27-O y explicarlo será tarea de los historiadores. Pero el Puigdemont fugado a Bélgica que desafía al Estado es ya otra cosa. Está siguiendo unas premisas que solo llevan a empeorar las cosas o, en el mejor de los casos, a la esterilidad. Parece actuar como si creyera que el agravamiento de la convivencia interna en Cataluña (desde las playas al Parlamento) y el conflicto con el Estado pudieran llevar al final feliz.

La realidad es que, con el apoyo de una veintena de próximos —que el PDeCAT le dejó imponer en la lista de Junts per Catalunya (JxCAT)—, Puigdemont se ha impuesto como jefe del independentismo y ha condicionado toda su estrategia desde las elecciones del 21-D. El puigdemontismo se consagra aquel día (al sacar dos diputados más que ERC pero dos menos que Cs) y se ha ido configurando como un cuerpo de doctrina. Lenin escribió un librito con el sugerente título 'La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo'. Es posible que ahora alguien pudiera escribir algo parecido respecto a la relación del puigdemontismo con el secesionismo e incluso el catalanismo.

Carles Puigdemont y Quim Torra buscan la confrontación permanente con el Estado sin saltarse del todo la legalidad

El puigdemontismo parte de algunos hechos ciertos, pero los simplifica tanto que niega la realidad. El independentismo ganó las elecciones del 21-D porque logró conservar su mayoría absoluta con la pérdida —pese al grave error del 27-O— de solo dos diputados. Pero mientras ERC y otros políticos del PDeCAT ven en esa victoria una oportunidad para no quedarse como derrotados, repensar la estrategia de impulsar otra nueva, partiendo de que el 47% de los votos es relevante pero no suficiente para romper con la legalidad (el Estatut y la Constitución) y forzar a España a negociar con arbitraje europeo, los puigdemontistas llegan a conclusiones muy distintas.

Para ellos, el éxito electoral del 21-D demuestra que el 27-O no fue un error y que la estrategia debe ser proclamar que se hizo bien al votar las leyes de ruptura de primeros de septiembre y —consecuentemente— al convocar el referéndum del 1-O. Por lo tanto, el 27-O fue legítimo y el Estado español, al aplicar el 155, actuó de forma autoritaria porque es una democracia de baja calidad.

Sáenz de Santamaría dice que la vigencia del 155 "está en manos del señor Torra"

Pero lo más grave —eso lo rechazan muchos secesionistas— es sacar la conclusión de que la estrategia debe centrarse en mantener la unidad tras la estela del 27-O, proclamar o susurrar, según convenga, que la república existe y actuar como si se hubiera ganado y solo fuera cuestión de tiempo —y de insistencia— que el Estado español tuviera que ceder y Europa intervenir. Hay que levantar la bandera del 1-O y utilizar la legalidad solo para sobrevivir (elección de un presidente separatista) a la espera del momento adecuado para imponer la independencia. O del milagro.

Es un despropósito total. Primero porque el 47% —ninguna encuesta dice que el apoyo social haya subido— contra el Estatut y la Constitución puede desestabilizar mucho —así ha sido—, pero no ganar. ¿Por qué triunfaría ahora, o dentro de unos meses, cuando fracasó hace poco y las circunstancias no son mejores?

El Estado se puede equivocar —base del teorema Forcadell—, pero el 27-O la rebelión se quedó en la declaración, una huelga importante y acciones esporádicas de los CDR. Afortunadamente, no hubo rebelión violenta. En el fondo, por la sencilla razón de que el 47% no puede liquidar un Estado democrático que es miembro de la UE. Y pretender que ahora —o dentro de unos meses— la situación será más favorable es apostar por algo que ya fracasó, cuando la democracia española ha erigido barreras de autodefensa y ningún Gobierno europeo —o incluso partido medianamente relevante— ha mostrado simpatía. Otra cosa es que la prensa internacional siga el conflicto, porque indudablemente es noticia.

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Pero las circunstancias no son las mismas que en septiembre pasado. En Cataluña, Cs, un partido antisecesionista nacido en Cataluña (no en Madrid) se ha convertido en la primera fuerza parlamentaria y tiene mas diputados que JxCAT. Y las manifestaciones convocadas por Sociedad Civil Catalana, y apoyadas por partidos tan diversos y enfrentados en el pasado como el PPC y el PSC, demostraron que las calles —como Cataluña— tampoco son monocolores. El independentismo ha crecido mucho y es potente, pero Cs ha pasado de tres diputados contra el catalanismo de Pasqual Maragall en 2006 a nueve contra Artur Mas en 2012, 25 contra el independentismo en 2015 y nada menos que 36 contra la DUI en 2017. No toda Cataluña va en dirección a la independencia.

Y no solo es Cataluña. Varias encuestas señalan que Cs sería el primer partido —precisamente por su oposición radical a la independencia— si hoy se celebrasen elecciones legislativas. El mapa político español es hoy más hostil al independentismo que en octubre pasado, hasta el extremo de que Albert Rivera, aupado en las encuestas, acusa a Rajoy de ser demasiado tolerante. Y que Pedro Sánchez habla menos de reforma de la Constitución, tiende a aproximarse a Rajoy (contra Puigdemont y para que no crezca Rivera) y focaliza sus críticas en los puntos supremacistas de los muy poco afortunados escritos de Torra. El ambiente en la España de 2018 es incluso menos receptivo a las demandas (independentistas o no) de autogobierno de Cataluña que cuando el Estatut, y no digamos que en la Transición. ¿Es este camino el que ve como positivo el catalanismo mutado en independentismo?

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Pero la estrategia de proclamar que en Cataluña ha ganado la república y, al mismo tiempo, no saltarse hasta el final la legalidad, pero atacar el orden constitucional (la hoja de ruta de Torra) no conduce a ninguna parte. Torra ha nombrado un Gobierno imposible. Dejando aparte las causas, discutibles, en ningún país normal se puede ser ministro de Sanidad sin poder entrar en el país, visitar hospitales y acudir al Parlamento. Ni responsable de Obras Públicas desde una prisión. El puigdemontismo replica que, hoy, Cataluña no es un país normal. Pero lo relevante es si lo quiere ser, o si apuesta por ser una visión posmoderna (e imposible) de Vietnam.

La realidad es que el Gobierno nombrado por Torra es imposible (la fuerza de la gravedad existe). Y más para alguien que el día anterior desde Berlín reclamaba diálogo a Rajoy. Pero Torra hará ruido y no rectificará, a la espera de que el Supremo inhabilite a los 'consellers' en cuestión cuando sea firme el auto de procesamiento del juez Llarena. Entonces nombrará a otros 'consellers' (la prensa ya ha publicado sus nombres), dirá que se ha demostrado una vez más que España es como Turquía, buscará otro foco de conflicto y seguirá esperando el momento oportuno. El 155 habrá durado así unas semanas más gracias al intento de formar un Gobierno maximalista.

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En el puigdemontismo se confiaba que el milagro vendría de la mano del PNV, que no votaría los Presupuestos y entonces Rajoy quedaría desestabilizado y podría perder las elecciones. Ya se ha visto que este cuento era un cuento. Entre otras razones, porque el PNV es un partido serio (como, gustara o no gustara, la antigua CDC), sabe gobernar y necesita un diputado del PP (aparte de los del PSOE) para aprobar sus Presupuestos. Y entre Otegi y el PSOE opta por gobernar con los de Pedro Sánchez. Exactamente todo lo contrario que en Cataluña hicieron Artur Mas y Puigdemont, que calificaron al PSC de traidor porque Pere Navarro y Miquel Iceta no suscribieron sus postulados.

Pero es que, aun suponiendo que el PNV hubiera desestabilizado a Rajoy, la balanza española hubiera ido más hacia Rivera que a una alianza PSOE-Podemos, a la que ninguna encuesta da mayoría y que Pedro Sánchez no quiere.

El puigdemontismo utiliza el catalanismo, el secesionismo y los errores de los partidos estatales (de esos hablaré el domingo, si la rabiosa actualidad lo permite) para tener a Cataluña y a España encerradas en un conflicto negativo y sin salida. Aunque Puigdemont no es el único atraído por el cuanto peor, mejor. Cierto que otros países (como Italia) están igual o peor, pero mal de muchos, consuelo de tontos. Tristemente, el catalanismo mutado en independentismo y dominado por el puigdemontismo no es ya un intento de modernizar España (con los fallos —a veces graves— de un Cambó, un Companys cuando fue ministro de Marina y un Roca, incluso un Pujol al que el 'ABC' hizo español del año), sino un populismo de protesta. Eso sí, con muchos seguidores a los que los errores de los partidos españoles les regalan vitaminas.

Las cosas son más complejas de lo que parecen. El 27-O, Carles Puigdemont, de acuerdo con la mediación de Iñigo Urkullu y aconsejado por sus 'conselleres' de Justicia, Carles Mundó (ERC y compañero de celda de Oriol Junqueras), y de Cultura (Santi Vila), estuvo a punto de dar marcha atrás en la DUI y convocar elecciones anticipadas. ¿Por qué no lo hizo? Le faltó el apoyo de gran parte de su partido (el PDeCAT) y de ERC (recordemos el tuit de las 30 monedas de plata del diputado Rufián). Tampoco se atrevió a explicar lo que dijo a su Gobierno aquella madrugada, que el independentismo no tenía fuerza suficiente.

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