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Joan Tapia

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El deshielo no es cosa de un día, pero...

Quizás, el pacto previo a la cumbre Sánchez-Torra sea: vía libre para proclamar objetivos opuestos y luz verde a las comisiones mixtas para negociar acuerdos concretos

Foto: La vicepresidenta del gobierno Carmen Calvo contesta al diputado de ERC, Joan Tardà, durante su intervención en el Congreso de los Diputados. (EFE)
La vicepresidenta del gobierno Carmen Calvo contesta al diputado de ERC, Joan Tardà, durante su intervención en el Congreso de los Diputados. (EFE)

La cumbre de mañana entre Pedro Sánchez y Quim Torra ha despertado un gran interés y quizás también demasiada esperanza. Es lógico porque es relevante que ambos presidentes se encuentren, lo que sus predecesores no hicieron durante demasiado tiempo, y que no amenacen mutuamente con el Código Penal o la independencia unilateral. Pero las expectativas pueden ser excesivas porque ambos presidentes estarán obligados a mantener sus posiciones de partida, que son radicalmente contrarias: derecho a un referéndum de autodeterminación o imperio de la Constitución y el Estado de derecho.

El acuerdo de fondo es imposible porque un conflicto que dura ya doce años necesita tiempo y paciencia para empezar a resolverse. Pero pueden acordar —Torra ya lo ha sugerido— no solo volver a reunirse tras el verano sino también dar el visto bueno a que vuelvan a funcionar las comisiones bilaterales Estado-Generalitat que dormían el sueño de los justos (mejor dicho, de los incompatibles) desde hacía años. Sería como si dos vecinos de un mismo inmueble, de estatus diferentes, pero profundamente enemistados y que solo se hablaban a través de notarios, decidieran un día saludarse y darse los buenos días. Sin los buenos días, nada es posible. Con los buenos días quizás tampoco… pero quizás sí.

placeholder Pedro Sánchez y Quim Torra, durante la inauguración de los XVIII Juegos Mediterráneos. (EFE)
Pedro Sánchez y Quim Torra, durante la inauguración de los XVIII Juegos Mediterráneos. (EFE)

La cumbre va a decepcionar a los que esperan una solución rápida y milagrosa o una rendición. Es imposible porque los budistas no van a convertirse al cristianismo. Ni a la inversa. Cada uno seguirá con Buda o Jesucristo, pero puede acordar intentar reducir los encontronazos entre los monjes y fieles respectivos. Nadie puede esperar el lunes una conversión. Ni de Pedro Sánchez porque la Constitución ha funcionado, Europa ha respaldado la democracia española y el 27 de octubre no pasó de ser —digan lo que digan los tremendistas— una intentona con mucho póker y ninguna nuez. Ni de Quim Torra porque en una democracia las ideas son libres y el independentismo, aunque dividido en tres listas, volvió a ganar las elecciones con una idea que movilizó de nuevo al 47% de los electores y repitió así su mayoría absoluta.

Pedro Sánchez sabe que el conflicto catalán no se puede resolver a corto plazo, pero cree que es positivo rebajar la tensión

Pedro Sánchez sabe que un conflicto de más de 10 años no se puede resolver ni en 30 días ni en nueve meses, pero cree que sí es factible y positivo intentar rebajar la tensión para avanzar primero hacia el deshielo y más tarde en la búsqueda de una solución. El independentismo sabe que la unilateralidad ha fracasado y que, aunque hoy es impracticable, la debe defender porque forma parte de las creencias de un sector de sus votantes. No de todos. Por otra parte, no tiene la unidad suficiente para pactar un programa sustitutivo, sabe que una pelea intestina le podría hacer perder el poder y opta por mantener el dogma y ganar tiempo a la espera de algo. Una conversión de la otra mitad de Cataluña, una dura sentencia del Supremo que cause indignación y pueda reforzar su mayoría en otras elecciones anticipadas, cualquier evolución de la situación…Mientras tanto, sabe que no puede volver a intentar romper la baraja, pero que tampoco quiere abdicar. Y el secesionismo —no todo— también admite que la caída del gobierno Rajoy, el político del PP que recurrió el Estatut, ha creado en Cataluña un nuevo clima que tener en cuenta.

El independentismo no quiere ni rendirse ni dividirse más de lo que ya está. Por eso acabó votando el jueves en el parlamento —pese a la advertencia de los letrados— la moción de la CUP (corregida) que dice que la declaración del 9 de noviembre del 2015 —que afirmaba que el parlamento catalán es soberano y no está sometido a ningún tribunal español— seguía vigente. Pero el separatismo —la CUP incluida— sabe que se presentaron a las elecciones del 21-D convocadas por Rajoy al amparo del 155. Y como una cosa es fanfarronear y otra quedar atrapado, JxCAT y ERC también votaron el jueves 'la propuesta Iceta' instando al 'president' Torra a convocar a los líderes de los grupos parlamentarios para montar una plataforma de diálogo que intente consensuar un acuerdo interno amplio en Cataluña para luego negociar con Madrid. 'La propuesta Iceta' tuvo el apoyo de En Comú Podem, de ERC y de JxCAT (una mayoría transversal), pero recibió el voto contrario de la CUP, el PP y Cs. La actitud de la CUP es comprensible, pero la del PP y Cs es más extraña porque la búsqueda de un acuerdo amplio viene a ser un implícito reconocimiento de que el de la actual mayoría sobre la independencia —o sobre el referéndum de autodeterminación— es insuficiente.

Es un gesto positivo que la Generalitat nombrara el martes a los miembros catalanes de las comisiones mixtas con el Estado

La confirmación de que la Generalitat no quiere que la cumbre sea un fracaso —pese a que quiere dejar claro que no renuncia al referéndum— es que el martes el Consell Executiu aprobó la composición de la parte catalana de las comisiones bilaterales que estarán presididas por Ernest Maragall (ERC), 'conseller' de Acción Exterior y hermano del 'expresident', Elsa Artadi (JxCAT), 'consellera' de Presidencia, el vicepresidente y 'conseller' de Economía Pere Aragonès (ERC) y el 'conseller' de Territori, Damià Calvet (JpC). La Generalitat no quiere abdicar, pero parece querer negociar cosas concretas.

Por su parte, el gobierno central ha acabado aceptando 'la fórmula Tardà' de dialogo sin condiciones (la vicepresidenta Calvo dijo "sin cortapisas"), lo que quiere decir que Sánchez no negociará ningún referéndum, pero que está dispuesto a escuchar que Torra se lo plantee y fanfarronee en público de haberlo hecho. También ha acercado a Cataluña a los políticos presos con cierta rapidez. Son gestos significativos. Como también es relevante que no tardara ni 24 horas en pedir dictamen al Consejo de Estado para recurrir al Constitucional la nueva declaración rupturista del jueves. Si el independentismo no renuncia a la declaración del 9-N, el gobierno Sánchez tampoco va a abstenerse de enviarla al Constitucional. Negociar sí; ceder gratis, nada.

Parece pues que el lunes nadie abdicará de nada, se proclamarán las creencias respectivas, se acordará una nueva reunión y se dará luz verde a algunas negociaciones sectoriales. Si es así —que todo puede variar— se podrá decir que el vaso no es que esté más medio lleno que medio vacío, sino que estaba totalmente vacío y se intenta empezar a llenar.

La cumbre de mañana entre Pedro Sánchez y Quim Torra ha despertado un gran interés y quizás también demasiada esperanza. Es lógico porque es relevante que ambos presidentes se encuentren, lo que sus predecesores no hicieron durante demasiado tiempo, y que no amenacen mutuamente con el Código Penal o la independencia unilateral. Pero las expectativas pueden ser excesivas porque ambos presidentes estarán obligados a mantener sus posiciones de partida, que son radicalmente contrarias: derecho a un referéndum de autodeterminación o imperio de la Constitución y el Estado de derecho.

Pedro Sánchez Quim Torra