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¿Pueden subsistir los moderados?
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Joan Tapia

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¿Pueden subsistir los moderados?

Algo de maximalismo ha ganado los congresos del PP y del PDeCAT, pero no es seguro que la moderación sea un anacronismo

Foto: Marta Pascal y Soraya Sáenz Santamaría. (Montaje: El Confidencial)
Marta Pascal y Soraya Sáenz Santamaría. (Montaje: El Confidencial)

La elección de Pablo Casado se puede interpretar —simplificando— como la victoria de la derecha del PP y el retorno del aznarismo. La purga de Marta Pascal en el congreso del PDeCAT, como la liquidación de una tentativa de secesionismo liberal y moderado frente al maximalismo de Carles Puigdemont.

Sergi Pàmies, agudo escritor, levanta acta de una derrota de la moderación y un triunfo del "populismo patriótico" en ambos congresos. No habla de la América de Trump y saca una conclusión que, pese a ser exagerada por su enfoque literario, merece una reflexión: “La nueva política será caníbal o no será”.

Soraya y Marta son moderadas, pero también herederas de una tendencia a la brusquedad política

La primera reflexión es que Soraya Sáenz de Santamaría y Marta Pascal son moderadas respecto a sus contrincantes. Pero ambas son también las herederas de una apuesta por la brusquedad y simplificación políticas y de un cierto desprecio del consenso. Marta Pascal es heredera de la CDC de Artur Mas, que pasó del pragmatismo catalanista de cada día, el llamado 'peix al cove', fuera cual fuera el vago objetivo final, a un independentismo dogmático que sostenía que Cataluña debía desconectarse de España en 18 meses (a partir de 2015) para poder sobrevivir. No exagero, está en las malditas hemerotecas.

Pero Marta Pascal y sus amigos —que han visto la política europea a través del grupo parlamentario liberal— han sacado las conclusiones más elementales del fracaso del 27-O (y de la condena europea) y estaban rumiando cómo, sin abjurar de los principios, se debía gobernar Cataluña de forma efectiva y —para ello— influir en la política española.

Foto: Puigdemont posa en su residencia temporal de Berlín. (EFE)

Soraya Sáenz de Santamaría era la jefa de estado mayor de Mariano Rajoy, un político que para afianzarse en el PP y derribar a Zapatero hizo de la discrepancia con el Estatut elaborado en el Parlament catalán, y corregido (Alfonso Guerra dijo cepillado) ya en las Cortes españolas, la madre de todas las batallas y una cruzada callejera. Y que incluso lo recurrió masivamente ante el Tribunal Constitucional cuando ya había sido votado —con gran mayoría y alta abstención— por el electorado catalán. ¿Merecía un Estatut, cuya aplicación siempre sería vigilada por el Constitucional, una cruzada y las artes de Federico Trillo para lograr una sentencia que llegó cuatro años después y que fue recibida como una agresión en Cataluña? José Montilla —nada sospechoso de independentismo— advirtió, ya antes de la sentencia, del creciente sentimiento de desafección en Cataluña.

Es posible que si Rajoy no hubiera llegado al 'cruzadismo' contra el Estatut, hoy todavía siguiera gobernando. Y su mayor error fue no desinflamar el conflicto cuando al final desbancó a Zapatero y obtuvo mayoría absoluta. Aunque Artur Mas, que se creía invencible e infalible, no se lo puso nada fácil.

¿Merecía la discrepancia con el Estatut ser convertida en la madre de todas las batallas?

Pero Soraya también representó el intento de Rajoy —tras volver a ser investido a finales de 2016— de buscar un acuerdo o un apaño que evitara el choque de trenes. Era demasiado tarde y el independentismo se había creido su propaganda. Pero Rajoy y Soraya se resistieron —por su experiencia, temieron que el remedio fuera peor que la enfermedad— y no recurrieron a un 155 suave (aunque la violación de la legalidad comportó una intervención musculada de la Fiscalía y la judicatura) hasta el último momento. Había otros que pedían —sin especificar demasiado— soluciones más enérgicas o más milagrosas.

Marta Pascal y Soraya Sáenz de Santamaría son moderadas frente a sus contrincantes, frente a Puigdemont y Pablo Casado (aderezado si quieren por Aznar). Pero han sido víctimas también de la crispación provocada por decisiones precipitadas, rupturistas y basadas en un cálculo político a corto de sus jefes. De Artur Mas cuando decidió que una sentencia del Constitucional era motivo suficiente para decir que no había solución dentro de España y para, de paso, intentar conseguir mayoría absoluta en las elecciones catalanas de 2012 (intento frustrado, porque perdió 12 diputados). Y de Mariano Rajoy cuando convirtió el desacuerdo con el Estatut en una cruzada ideológica y populista contra el nacionalismo moderado catalán —cuando CiU fue hasta 2010 un factor de equilibrio en la política española— y, de paso, derribar a Zapatero. Tampoco lo consiguió, porque cayó después por la crisis económica.

Foto: Pablo Casado y José María Aznar, en la sede de Génova del PP. (EFE)

Quizá la lección de las dos derrotas del fin de semana sea que cuando los líderes de dos fuerzas potentes y responsables (Rajoy y Mas) se deslizan por la pendiente de la precipitación y el oportunismo algo maximalista, luego la marcha atrás y el retorno a la moderación son muy complicados. El maximalismo, cuando se libera de las fronteras del consenso, adquiere vida propia y ni sus mismos creadores lo pueden disciplinar. Pujol dijo un día que era fácil sacar la pasta del tubo de dientes pero que volver a meterla era imposible.

La pregunta relevante es si la derrota de las moderadas del fin de semana, herederas de líderes que por error o por lo que sea se separaron de la moderación y del consenso, marca tendencia y podemos concluir que la moderación es ya un anacronismo y la política española y catalana está condenada a ser dominada por el 'populismo patriótico'.

Puede ser, pero nada es menos seguro. Primero porque en España el Gobierno de Pedro Sánchez apuesta por la desinflamación. Es cierto que gobierna sin mayoría y que una actitud contraria y decidida de los diputados del PDeCAT, bajo el control ahora de Puigdemont, podría desestabilizarlo. JxCAT rechaza la rectificación doctrinal pero tampoco tiene claro dónde quiere y puede ir en el mundo real. En la práctica, parece estar optando por una doble via que el 'president' Torra —colocado por Puidemont— reafirmó tras la cumbre con Pedro Sánchez: firmeza en defender el derecho de autodeterminación y acuerdo para volver a poner en marcha la comisión bilateral Estado-Gemeralitat, que no se reunía desde hace siete años. Es complicado e incoherente, sí, como la vida misma. Y ayer —dos días después del congreso del PDeCAT— Torra pidió una reunión urgente de la Junta de Seguridad y Elsa Artadi afirmó que no querían desestabilizar a Pedro Sánchez mientras dialogara.

Es difícil controlar el maximalismo oportunista cuando el monstruo ya ha salido de la botella

Por otra parte, la última encuesta del CEO, el CIS de la Generalitat, así como otras anteriores de 'El Periódico de Cataluña' y de 'La Vanguardia', indican que Puigdemont no es el líder nacionalista más valorado, que ERC ganaría unas elecciones y que la nota obtenida por el Gobierno y los políticos españoles, aunque sigue siendo baja, experimenta una mejora sensible. Es posible que el maximalismo no sea hoy la opción preferida del secesionismo. Puigdemont es radical pero no tonto, y debe ser cauteloso al administrar su dominio sobre JxCAT y el PDeCAT. Quizás espera el próximo juicio contra los políticos presos, que desde luego no será un factor de estabilidad.

Respecto al PP, es cierto que Casado ha ganado colocándose a la derecha de Rajoy y de Soraya, y ayer mismo recibió a Aznar en Génova. Pero la victoria de Casado es también un voto de protesta de significación plural contra la exvicepresidenta de un Gobierno que ha perdido el poder y un deseo de renovación. Y es posible que, a la hora de las elecciones, Casado tenga en cuenta que los votantes del PP, que en todas las encuestas preferían a Soraya (ahí están las de 'El Mundo'), no son los militantes ni los compromisarios del congreso, y que si quiere ampliar su electorado, lo que puede ganar en Vox es muy poco frente al voto moderado —a veces fluctuante— que decide las elecciones. Los congresos de un partido se ganan poniéndose la camiseta de militante. Las elecciones, sabiendo conectar con los propios electores —menos doctrinarios— y seduciendo a los de otros partidos con los que se tienen fronteras. En el caso del PP, además de los de Vox —pocos—, los de Cs y los centristas del PSOE.

Foto: Marta Pascal y Soraya Sáenz Santamaría. (Montaje: El Confidencial) Opinión

Es cierto que en los congresos del fin de semana las candidatas moderadas perdieron y que se impuso en el PP y en el PDeCAT un cierto 'populismo patriótico' (de patrias diferentes), pero está lejos de haberse probado que la moderación sea un anacronismo. Es más, las encuestas detectan —en España y en Cataluña— un cierto deseo de consenso y de una salida negociada. Lo que sí es cierto es que también hay mucho escepticismo sobre la posibilidad y la voluntad de alcanzar un pacto equilibrado. Lo que Fraga, Suárez, Pujol, Felipe y Carrillo lograron en 1978 parece hoy casi un imposible. Y lo que no es menos cierto es que el congreso del PDeCAT parece favorecer la hipótesis de un adelanto electoral.

La elección de Pablo Casado se puede interpretar —simplificando— como la victoria de la derecha del PP y el retorno del aznarismo. La purga de Marta Pascal en el congreso del PDeCAT, como la liquidación de una tentativa de secesionismo liberal y moderado frente al maximalismo de Carles Puigdemont.

Marta Pascal Soraya Sáenz de Santamaría