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¿Un maldito embrollo?
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Joan Tapia

Confidencias Catalanas

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¿Un maldito embrollo?

Las peripecias del secesionismo en los últimos días parecen el guion de una divertida comedia de enredo, pero...

Foto: Imagen aérea de la Diada en la que un grupo de personas sujeta la palabra "independencia". (Reuters)
Imagen aérea de la Diada en la que un grupo de personas sujeta la palabra "independencia". (Reuters)

Lo sucedido esta semana con el independentismo podría ser definido, en términos de comedia, como un maldito embrollo. El 11 de septiembre el millón de manifestantes de cada año (no entremos en la guerra de cifras) volvió a salir a la calle para celebrar la fiesta nacional de Cataluña, para corear “som una nació” y para exigir la independencia ya.

No era lo más lógico y normal en función de los resultados de la DUI del pasado año, pero fue lo querido por unos creyentes en la independencia 'exprés' -muchos con una fe casi religiosa- a los que sus dirigentes, bastante irresponsables, les siguen diciendo que “som República” o, el 'summum' de la cretinez, que “el irrenunciable punto de partida es el referéndum del 1 de octubre”, como afirma el president Torra. Y no digo cretinez en vano porque la entonces 'consellera' de Educación, la radical Clara Ponsatí, declaró desde su exilio en Escocia que aquel gobierno jugó al póquer e iba de farol. ¿Puede ser el punto de partida el resultado (malo) de un póquer de farol con el “autoritario y poco democrático Estado español”? No importa, a los manifestantes -bastante enervados además por la prisión provisional y sin fianza de muchos de sus dirigentes- se les volvió a incitar a creer que la independencia no había podido ser en el 2017, y seguramente tampoco llegaría en el 2018 pero que estaba próxima porque el 2019 está a la vuelta de la esquina.

Los cardenales separatistas ya creen poco pero no osan confesar a sus tropas que lo que han predicado los últimos años no es viable

Pero, digan lo que digan, los dirigentes -los cardenales- han aprendido que lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. Y que no les conviene hostilizar demasiado a Pedro Sánchez porque se podrían encontrar con Pablo Casado en la Moncloa y Albert Rivera (al que exagerando pintan como un discípulo de Mussolini) de vicepresidente. O a la inversa. Y además la Generalitat no puede funcionar si no acuerda nada con el Gobierno del Estado. Por eso el veterano y sensato portavoz del PDeCAT en Madrid, Carles Campuzano, había negociado con el PSOE -con las aprobaciones necesarias- una moción en la que se preconizaba el diálogo sin condiciones previas y dentro de la ley sobre el futuro de Cataluña. Ciertamente otra cosa distinta al póquer de farol como punto de partida.

placeholder El portavoz del PDeCAT, Carles Campuzano, durante su intervención en la sesión de control al Gobierno. (EFE)
El portavoz del PDeCAT, Carles Campuzano, durante su intervención en la sesión de control al Gobierno. (EFE)

Pero votar esa moción al día siguiente de la gran manifestación festiva con trasfondo maximalista quizás era demasiado. Era como convocar al pueblo a una convocatoria para exaltar la existencia de Dios y que al día siguiente los cardenales pactaran con el anticristo que eso de Dios era algo sujeto a una discusión no dogmática. Claro, las redes sociales se movilizaron atizadas por las CUP, la ANC y los más calenturientos. Puigdemont, siempre reticente a cualquier diálogo, aprovechó para imponer su autoridad aún a costa de debilitar más al partido que le hizo 'president', el pobre Torra vio pasar la pelota, ERC -a la que últimamente acusan de traidora- decidió no sacar las castañas del fuego al PDeCAT, y al final Miriam Nogueras, la comisaria de Puigdemont en el Congreso de los Diputados, dejó con el culo al aire al bueno de Campuzano y afrontó el ridículo de retirar una moción propia que -pese a la abstención de Tardá- iba a salir adelante con el apoyo de la calculadora diputada canaria. ¡Maldito embrollo! Me recordó una divertidísima comedia de enredo de Glen Ford de los años sesenta.

Foto: El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont (i) firma una tarjeta a un simpatizante durante el acto de celebración de la Diada en Bruselas. (EFE)

Pero el guion exigía encontrar rápidamente el culpable del desaguisado. Nadie mejor que Pepe Zaragoza, antiguo secretario de organización del PSC y ahora diputado socialista, que puede ser culpable de muchas cosas, pero al que nunca se le pasaría por la cabeza torpedear algo bendecido por Pedro Sánchez.

El embrollo es serio. El separatismo no puede dejar de predicar que la independencia está próxima (o al caer) para que algunos de sus fieles de la ANC no se vayan a casa o no caigan en las garras de las CUP. Pero al mismo tiempo, sus cardenales -por convicción o porque no tienen otro remedio- necesitan negociar con el gobierno de Madrid que es “el menos malo posible”. Pero la negociación no puede avanzar porque entonces el pueblo creyente quedaría defraudado. Entonces Puigdemont la veta y Torra silba. Se retira pues la moción, pero al día siguiente -en privado- se asegura que no pasa nada, que la negociación seguirá, se consuela a Campuzano, que es de buena pasta, para que no tire la toalla y el viernes la puigdemontista Elsa Artadi y Laura Borràs, la guardiana de las esencias y la 'consellera' de Cultura, confraternizan en el palco del Liceo (inauguración de la temporada) con el ministro de Cultura del “Estado opresor”, José Guirao, y con la ministra Meritxell Batet, una “botiflera” del PSC.

Una comedia en apariencia que de fondo puede ser un deprimente drama del género "quiero y no puedo" de la España de los cincuenta

Parece una comedia de enredo, pero la realidad deprime. El separatismo puede estarse convirtiendo en una familia de la pobre España de los cincuenta, de las que se conocían como del “quiero y no puedo”, que estiraban más la mano que lo que permitía el bolsillo. ¿Por qué? Primero porque su pretendida unidad ha saltado por los aires. Las suspicacias de siempre entre CDC y ERC contribuyeron al desastre del 27-O que quizás fue más un desgraciado incidente de la guerra intestina que una rebelión contra España. Desde entonces las relaciones entre Puigdemont, que se cree Lutero clamando contra el corrupto emperador, y Oriol Junqueras, un prisionero que se siente engañado por su socio, no han cesado de degradarse. Hasta el punto, que el Parlamento catalán, la expresión de la soberanía nacional, está cerrado para que no sea más público el conflicto interno entre ERC y los diferentes clanes que vienen de la antigua CDC.

Pero lo más concluyente es que el separatismo dice hablar en nombre del pueblo catalán, pero cuando Cataluña se cuenta -como reclaman siempre- en tres elecciones sucesivas (2012, 2015 y 2017) resulta que no son todo el pueblo catalán, ni el 70% -en cuyo caso el Gobierno de Madrid tendría un gran problema- sino el 47%, que cree que por arte de magia cuando llegue al 51% (si llega) podrá hablar en nombre del 100%, excepto comprensibles casos patológicos.

Han logrado internacionalizar el 'procés'. Los seguidores de Luther King aseguran que los catalanes no son los afroamericanos de los 50

Y la guinda es que el presidente de los seguidores de Martin Luther King ha escrito a Torra para pedirle que deje de compararse. La situación de los catalanes no tiene nada que ver -ni en derechos ni en nivel de vida- con la de los negros americanos que seguían al asesinado pastor protestante. Y además en Cataluña nadie ha sido asesinado. Y el líder huído sobrevive en uno de los países más caros de Europa con la ayuda de algunas familias bienestantes catalanas. ¿O de quién?

Foto: Clayborne Carson, director del Instituto Martin Luther King de la Universidad de Stanford. (Marquette University)

No, el independentismo no está en un maldito embrollo (que también), sino en un “quiero y no puedo”. No obstante, lo más preocupante es que la derecha española -Rivera y Casado están convirtiendo a Rajoy en un apóstol del diálogo y la encuesta de El Confidencial de ayer decía que Vox alcanzaría el 3% y entraría en el Congreso- parece que solo quiere arreglar el conflicto propinando golpes de Constitución, todo lo contrario al espíritu del 78 que -en un texto vigilado por generales nombrados por Franco- consagró las nacionalidades.

El peligro es que el “quiero y no puedo” no sea sólo la realidad del independentismo sino que se esté convirtiendo en una seria amenaza a la España democrática.

Lo sucedido esta semana con el independentismo podría ser definido, en términos de comedia, como un maldito embrollo. El 11 de septiembre el millón de manifestantes de cada año (no entremos en la guerra de cifras) volvió a salir a la calle para celebrar la fiesta nacional de Cataluña, para corear “som una nació” y para exigir la independencia ya.

Esquerra Republicana de Catalunya (ERC)