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Joan Tapia

Confidencias Catalanas

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Ernest Lluch revisitado

El exministro de Felipe González, que creía en el diálogo y fue asesinado por la banda terrorista ETA, se sentía catalanista y español. Sin ningún complejo

Foto:  Ernest Lluch, junto con Felipe González. (EFE)
Ernest Lluch, junto con Felipe González. (EFE)

El jueves asistí a la presentación del libro 'Ernest Lluch, biografia d'un intelectual agitador', del historiador Joan Esculies que ha sido el ganador del premio XVII Premio Gaziel de Biografías y Memorias que conceden anualmente la Fundación Condes de Barcelona y la editora RBA. Gaziel fue un destacado periodista e intelectual catalanista, muy activo desde la primera guerra mundial hasta los años sesenta. Fue director de 'La Vanguardia' —antes de la guerra civil— y su vuelta a España (a Madrid) tras la guerra, fue complicada. No volvió nunca a escribir en el diario que había dirigido. El premio fue instituido por 'La Vanguardia' y Edicions 62 hace años y participé en aquella iniciativa que ha permitido conocer mejor la vida intelectual y política de la Cataluña contemporánea.

Ernest Lluch murió asesinado por ETA en Barcelona en noviembre del 2000. Tenía contravigilancia cuando iba cada verano a San Sebastián, pero nunca pensó que ETA le mataría en Barcelona. Hace menos de 20 años, pero Lluch es ya un hombre del pasado porque la España y la Cataluña actual tienen ya poco que ver con aquellas en las que vivió. ETA, fenómeno que le interesaba y al que atacó en mítines del socialismo vasco junto al hoy diputado Odón Elorza, ya no existe. Es algo positivo, aunque no está claro si acabó por la fuerza del diálogo que preconizaba Ernest Lluch y que Zapatero —y Otegui— intentaron llevar a cabo, o por la eficacia policial. Sea como sea, sin la tregua de Zapatero —que les ofrecía una salida— el electorado y los militantes de Batasuna no habrían tenido fuerza para exigir a ETA el abandono de las armas.

Lluch creía en el diálogo con todo el mundo, también con ETA que lo asesinó, pero habría seguido firme en la apuesta


Como recordó Joan Majo, presidente de la Fundación Lluch, el político catalán "tenía una gran fe en el diálogo que en estos momentos nos iría muy bien". Al escuchar a Majó me acordé de las palabras de la periodista Gemma Nierga que le conocía bien, al acabar la gran manifestación de repulsa por su asesinato en Barcelona ante un atónito José María Aznar: "ustedes, los políticos, dialoguen, que pueden, Lluch creía tanto en el diálogo que hasta lo habría entablado con su asesino sino hubiera sido disparado por la espalda". Hoy, España es mejor que la del año 2000 porque la democracia venció y la violencia de ETA ha desaparecido.

Pero en cuanto a la relación entre Cataluña y España, la situación es mucho peor que la de hace dieciocho años y la biografía de Esculies, que se publicará en castellano en el mes de marzo, lo demuestra. Lluch, socialista y catalanista independiente, se integró en lo que después sería el PSC ya antes de su fundación en 1978 por la fusión de dos partidos socialistas catalanistas y de la federación catalana del PSOE. La fusión no fue nada fácil y solo se logró por el realismo de los dirigentes de entonces del socialismo catalán —el fallecido Joan Reventós y Raimon Obiols, que todavía milita en el PSC— y de Felipe González y Alfonso Guerra que querían unir, con fórmulas todo lo abiertas que fuera necesario, a todo el socialismo del estado. Y así el PSC se federó al PSOE como partido propio y contribuyó de forma decisiva a la eclosión electoral del PSOE en las elecciones de 1977 y en la victoria de Felipe González a finales de 1982.

Hoy España es más complicada. Alfonso Guerra no debe sentirse cómodo con Iceta, que no viene del catalanismo sino del PSP de Enrique Tierno Galván

La prueba es que en el primer gobierno socialista dos destacados miembros del PSC —Narcís Serra en Defensa y Ernst Lluch en Sanidad— formaron parte destacada de aquel equipo que demostró que la izquierda podía gobernar, que la monarquía no era ya prisionera del pasado y que el ejército podía integrarse en la democracia (tarea de Serra, un amante de la música que ni había hecho el servicio militar).

Hoy España es mucho más complicada. Para empezar Alfonso Guerra, en la intimidad, no debe sentirse muy cómodo con Miquel Iceta que no viene del catalanismo sino del PSP de Enrique Tierno Galván. Para continuar, el peso catalanista y la credibilidad en Cataluña del gobierno Sánchez, que intenta desinflamar las heridas de los últimos años, es hoy —pese a la presencia de Josep Borrell y de Meritxell Batet— bastante menor que el de Felipe González de los primeros ochenta con Serra o Lluch.

Continuemos. CDC y el PSC dominaban la política catalana, no se llevaban bien —incluso mal o muy mal—, pero eran capaces de llegar a algún pacto y ambos partidos creían que Cataluña podía avanzar y tener más autogobierno dentro de una Constitución en la que dos catalanes —Miquel Roca y Jordi Sole Tura, entonces en el PSUC y luego en el PSC— habían tenido una destacada participación. Hoy la relación y la confianza entre el PSC y los dos partidos independentistas —que hicieron algo tan surrealista como una declaración unilateral de independencia al estilo jugada de póker que perdieron desde el primer minuto— es casi inexistente o muy escasa.

La UCD trajo del exilio a Tarradellas y el PSC y CDC creían en la Constitución del 78. Hoy la relación del PSC con los herederos de CDC es casi inexistente


La UCD, la derecha española postfranquista, hizo volver del exilio al republicano Tarradellas y le nombró presidente provisional de la Generalitat. A la brava. Luego Suárez quiso pisar fuerte en Cataluña —en las elecciones del 79 Centristas—, UCD fue la segunda fuerza política, y en cambio hoy Pablo Casado exige cárcel para los que proclamaron la DUI. En el último gobierno de Rajoy la presencia catalana era políticamente insignificante y en las elecciones catalanas del 21-D, el PPC tuvo menos votos que las CUP.

En Euskadi no hay violencia (allí Lluch ha ganado) pero la relación entre Cataluña y el resto de España es mucho peor que en el 2000, que en el 77 e incluso que la existente entre los políticos del tardofranquismo y la oposición catalana.

¿De quién es la culpa? Si ponemos las luces largas y no se trata de machacar a nadie —cosa hoy poco común— quizás del exceso de confianza en las propias fuerzas con la que los políticos catalanes (sin distinción de colores) y los partidos españoles (el PP y el PSOE) abordaron la reforma del Estatut del 2006 que quería profundizar el autogobierno. Los intereses partidistas dominaron siempre… salvo cuando compitieron con la ligereza. Hoy tenemos las consecuencias y Pablo Casado se cree capaz de superar, o aniquilar a la brava si es necesario, todos los peligros. Con lenguaje trumpista, a la brava y sin haber pensado ni un minuto en consultar con Miguel Herrero Rodríguez de Miñón (una antigualla), o en telefonear a Durán Lleida, el democristiano catalán.

Es imposible saber qué habría pasado si Lluch hubiera vivido. Es seguro que habría defendido el catalanismo-españolismo del PSC


¿Habría sido diferente la historia si Ernest Lluch hubiera vivido? Imposible saberlo y la fuerza de un hombre —por tozudo que sea— siempre es limitada. Lo seguro es que se habría enfrentado a Artur Mas con más decisión cuando CDC cayó en la deriva independentista. Que habría intentado que el PSC no cediera ni un gramo del mixto de catalanismo-españolismo que es su identidad y fue su fuerza. Que no se habría escindido por cansancio, disgusto o por ser bien tratado en algunos medios, como tampoco lo ha hecho Raimon Obiols, muy determinante en la fundación del PSC. Y que habría intentado dialogar con Rajoy y gritado a Zapatero, cuando las cosas se empezaron a torcer.

Lluch fue un gran político catalán y un buen ministro español (ahí está la sanidad pública). Tuvo la ventaja de conocer bien España porque de joven hizo de comercial de la pequeña empresa de cinturones de su familia, porque vivió siete años en Valencia tras su expulsión de la Universidad de Barcelona, y de aprender en la escuela de historiadores y economistas liberales y tolerados como Vicens Vives y Fabián Estapé. Estapé, el gran profesor de Política Económica que, aunque liberal y progresista, se dejó tentar, asesoró a Barrera de Irimo y aceptó ser —solo duró unos meses— Comisario Adjunto del Plan de Desarrollo —¡qué prehistórico suena!— con Laureano López Rodó.

Lluch tenía ideas y las defendía con pasión, pero también era un curioso impenitente y sabía que el dogma mata la vida y que la política necesita gotas —no garrafas como se usan ahora— de demagogia. Esculias explica que al acabar su intervención parlamentaria como portavoz de los socialistas catalanes (entonces tenían grupo propio y Alfonso Guerra lo tragaba) en la moción de censura de 1980 contra Adolfo Suarez dijo a media voz, para que el micrófono lo recogiera: ahora comprendo por qué le llaman banco azul, unos vienen de la banca y otros del azul. Dicen que fue cuando Felipe González pensó que Lluch sería un buen ministro de su primer gobierno.

En el acto, en primera fila, estaba sonriente Jordi Pujol.

El jueves asistí a la presentación del libro 'Ernest Lluch, biografia d'un intelectual agitador', del historiador Joan Esculies que ha sido el ganador del premio XVII Premio Gaziel de Biografías y Memorias que conceden anualmente la Fundación Condes de Barcelona y la editora RBA. Gaziel fue un destacado periodista e intelectual catalanista, muy activo desde la primera guerra mundial hasta los años sesenta. Fue director de 'La Vanguardia' —antes de la guerra civil— y su vuelta a España (a Madrid) tras la guerra, fue complicada. No volvió nunca a escribir en el diario que había dirigido. El premio fue instituido por 'La Vanguardia' y Edicions 62 hace años y participé en aquella iniciativa que ha permitido conocer mejor la vida intelectual y política de la Cataluña contemporánea.

PSC Jordi Pujol