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El estado de la desunión es excelente
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Joan Tapia

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El estado de la desunión es excelente

El gran incendio provocado por la idea —abortada— de un relator para negociar con dos partidos catalanes indica que algo va mal. ¿Solo algo?

Foto: Pere Aragonès, Elsa Artadi, Carmen Calvo y Meritxell Batet. (EFE)
Pere Aragonès, Elsa Artadi, Carmen Calvo y Meritxell Batet. (EFE)

"El estado de la desunión es excelente" fue el título que Lluís Bassets, director de 'El País' en Cataluña y agudo analista global, puso esta semana a su artículo sobre el discurso que el presidente americano hace cada año sobre el estado de la Unión (la americana). Desgraciadamente, es un título que en mi opinión refleja lo que se ha consagrado en España en la triste semana que acaba de concluir.

En lo inmediato, que es muy relevante porque va a condicionar el futuro, podemos sacar cinco conclusiones. La primera es que el Gobierno ha fallado porque con sus gestos a favor de la desinflamación (una política razonable) y con el empeño en aprobar los presupuestos (objetivo legítimo) ha provocado un incendio de tales proporciones que ha acabado con la ruptura de un obligado diálogo que será difícil de recomponer —si aún estamos a tiempo— antes de las elecciones españolas y catalanas.

La segunda es que un Gobierno que tropieza no sale fortalecido y que el PSOE se ha demostrado tan representativo de las tradicionales contradicciones del ser español (recuerda algo, ideologías aparte, la pelea entre caballeristas y prietistas) que queda deslucido como operador político.

El PSOE es tan representativo de las contradicciones españolas que puede acabar no siendo un operador político válido

La tercera es que Pablo Casado se ha salido con la suya. Sánchez no tendrá presupuestos y la estrategia de asumir ideas de Vox, para ahogar el aparato de Vox, irá adelante. Con el riesgo claro de que la agitación contra el independentismo (en realidad anticatalanista y alérgica al autonomismo) no acabe elevando a Vox a los altares y el PP no sólo se quede sin referentes de centro-derecha sino que pierda el estatus de primer partido de la derecha. En este caso Pablo Casado estaría hoy empezando a cavar su propia tumba.

La cuarta es que el intento liberal de Albert Rivera se está rindiendo al casadismo y a la política frentista. Seguramente por creer que el corto plazo es lo único que cuenta. Luis Garicano, un brillante intelectual liberal, ya puede decir: "Yo no me sentiría cómodo en una fotografía con Vox" (titular de la entrevista de ayer en 'El País') que la imagen se va incrementando. No tanto por Andalucía —admisible por la 'realpolitik'— sino por la madrileña plaza de Colón. Por más que por hipócrita vergüenza, para que Santiago Abascal no se les equipare, Pablo Casado (y Albert Rivera) hayan renunciado a hablar en la manifestación que han convocado. Y lo de Manuel Valls, infortunado ex primer ministro francés, que quiere combatir la caída de la moderna Barcelona en el populismo yendo sin complejos a una manifestación de Vox, es chocante. El famoso y laico 'Bac' francés —ya se había visto con Marine Le Pen y sus millones de votantes— garantiza poco.

placeholder El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE)
El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE)

La quinta es que el independentismo no consigue —aunque algunos lo intentan— salir del grave error de la unilateralidad, del no respeto a la Constitución y al Estatut que impulsaron y votaron, y de la ofuscada creencia de que solo su 47% de catalanes encarna la Cataluña legítima. Elsa Artadi y Pere Aragonès ya pueden poner buena voluntad (creo que esta vez la han puesto) que han acabado naufragando frente a la mezcla de intereses particulares y misticismo religioso que tiene atrapado al secesionismo. Ya les pasó el 27-O del 2017 a Carles Mundó y Santi Vila —dos 'consellers' del último gobierno de Puigdemont— que abogaron por no hacer el ridículo de la declaración unilateral y que comparecerán el martes ante el Supremo.

Pero dejemos lo inmediato —importantísimo, pero no lo único relevante— y vayamos a la cuestión de fondo. A la España actual, donde el estado de la desunión es excelente. Desde hace años, la población catalana vota a líderes que predican que Cataluña no tiene otra solución que desconectar a España. No discutamos ahora la culpabilidad o la posibilidad de este designio. Lo relevante es que casi la mitad de los catalanes —sea porque son necios, inteligentes o porque les han comido el coco con una televisión que tiene el 15% de 'share'— creen que España no les conviene. Por eso votan a quien votan. Esa es la realidad.

La triste realidad es que media Cataluña quiere desconectar de España y media España cree que la solución es suspender la autonomía

Hasta ahora España no había acertado en la terapia conveniente y la prueba es que bajo el gobierno de Rajoy en dos elecciones catalanas sucesivas (2015 y 2017) el porcentaje de voto independentista —con una alta participación— solo bajó menos de un punto. Pero ahora Pablo Casado y Albert Rivera, jaleados por una Vox creciente, no dudan: la única solución es aplicar un 155 más duro y por tiempo indefinido. Sin los complejos de Rajoy que —para la liturgia actual— se está convirtiendo en un calzonazos.

Resumen: media Cataluña (afortunadamente un poco menos) cree que se tiene que marchar de una España que no respeta su autonomía y media España (o al menos sus líderes) creen que la única solución es liquidar (¿provisionalmente?) la autonomía catalana. El estado de la desunión es excelente y mas grave que en Estados Unidos porque allí la división es predominantemente política o ideológica y aquí es identitaria.

Los unos, que votaron convencidos por la Constitución, con Jordi Pujol y Miquel Roca a la cabeza, pero sin Heribert Barrera; y los otros, que mayoritariamente la votaron y la impulsaron con Suarez y Fraga en primera posición (pero sin el entonces joven Aznar), están socavando el régimen del 78 que puede tener muchos defectos pero que es el mejor que ha tenido España en su historia moderna. Desde Waterloo.

Un amable lector de El Confidencial apostillaba mi artículo del pasado miércoles diciendo: "Sus argumentos son muy razonables, pero tienen un fallo garrafal, olvida que los secesionistas no son razonables, esa gente no está por la razón, están por la pancarta”. Estamos viendo que no tienen su monopolio. Y cuidado, porque agitar y desplegar no es lo que hicieron los ponentes (lo de padres es falso y ridículo) de la Constitución. Y los Manuel Fraga, Adolfo Suarez, Felipe González, Santiago Carrillo y Jordi Pujol que la apadrinaron.

Hoy hemos alcanzado un estadio en el que media Cataluña quiere irse de España y media España quisiera enterrar lo que el artículo dos de la Constitución reconoce de forma algo ambigua, que Cataluña no es una región más sino una nacionalidad. Las ambigüedades a veces —no siempre— permiten hacer camino. Desde 1978 no está mal. Y ya que hablamos de ambigüedades hay algunas cosas de la última semana que me parecen extrañas y chirriantes y sobre las que querría estar equivocado.

¿Por qué la figura de un relator para negociar con partidos catalanes excita tanto cuando PP y PSOE recurrieron a intermediarios para hablar con ETA?

No entiendo que el heredero político de José María Aznar diga que Pedro Sánchez es un felón y un traidor a España por querer pactar un relator en una extraña comisión de partidos que ni estaba constituida ni había relator y que finalmente ha abortado. ¿No sabe por su juventud que Aznar pronunció aquello de MLNV, Movimiento de Liberación Nacional Vasco, para referirse a ETA y a su entorno cuando creyó que esa concesión podía ayudar a lograr la paz? ¿Y monseñor Uriarte no hizo de relator —perdón mediador— entre ETA y Mayor Oreja?

Tampoco es lógico que Felipe González en unas cuidadas manifestaciones diga que las negociaciones solo deben hacerse en el parlamento y que un relator puede degradar las instituciones cuando su gobierno envió directores generales del ministerio de Interior a negociar con Txomin en Argel. Y cuando Zapatero utilizó —sin que Felipe le desautorizara— una fundación suiza como mediadora.

placeholder José María Aznar y Felipe González en el cuarenta aniversario de la Constitución. (EFE)
José María Aznar y Felipe González en el cuarenta aniversario de la Constitución. (EFE)

Felipe González —como él recuerda alguna vez— ha ganado todas las elecciones a las que se ha presentado en Cataluña. Aznar, no. Pero ambos han presidido el Gobierno español durante más de veinte años. Deberían reflexionar que quizás muchos catalanes puedan sentir desafección hacia España —de la que ya avisó Montilla antes de la sentencia del Supremo del 2010— cuando constatan que se han utilizado obispos, directores generales y fundaciones extranjeras, y hasta al propio director general de FAES, Javier Zarzalejos, para negociar con ETA -que no hacía declaraciones unilaterales sino que asesinaba guardias civiles, militares, ciudadanos de a pie y militantes y dirigentes del PP y del PSOE- y critican ahora que se pueda nombrar un relator en una negociación con dos partidos catalanes que tienen representación parlamentaria y el voto del 47% de los ciudadanos que acuden a las urnas en las elecciones catalanas. Y uno de ellos votó a favor de la investidura de Aznar en el 96 y apoyó la última legislatura de Felipe González.

Pedro Sánchez algo ha debido hacer mal o ser muy imprudente cuando provoca tantos incendios, pero no quiero creer que su pecado haya sido echar al PP del gobierno con una constitucional moción de censura o haber desobedecido y luego derrotado al aparato del PSOE.

De lo que no hay duda es que algo no va bien en el Reino de España que parece cada día más una desunión. ¡Ojalá solo sea algo!

"El estado de la desunión es excelente" fue el título que Lluís Bassets, director de 'El País' en Cataluña y agudo analista global, puso esta semana a su artículo sobre el discurso que el presidente americano hace cada año sobre el estado de la Unión (la americana). Desgraciadamente, es un título que en mi opinión refleja lo que se ha consagrado en España en la triste semana que acaba de concluir.

Pablo Casado Pedro Sánchez