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Joan Tapia

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¿Nace la cuarta pata del secesionismo?

Marta Pascal y Carles Campuzano se rebelan contra Puigdemont y estudian crear otro eje independentista, pero moderado y de centro

Foto: El portavoz del PDeCAT en el Congreso, Carles Campuzano (d), entrega un libro al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)
El portavoz del PDeCAT en el Congreso, Carles Campuzano (d), entrega un libro al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)

Cuando en 2015 Artur Mas quiso convertir unas elecciones autonómicas en plebiscitarias, o sea, en un referéndum —y lo perdió, con un 48% del voto, pero dijo que la derrota era una victoria—, se había inventado aquello de Junts pel Sí (JxSí), en el que forzó la integración de la antigua CDC, de ERC y de un grupo variado de independentistas independientes como Lluís Llach.

Dejó ya fuera a la CUP y luego, cuando para su investidura la necesitó porque JxSí se quedó en 62 diputados y no tuvo la mayoría absoluta (68 escaños), el grupo antisistema le obligó a 'dar un paso al lado', o sea, a retirar su candidatura a presidente de la Generalitat y entronizar a Puigdemont, hasta entonces alcalde de Girona y un personaje no de primer nivel en las filas pujolistas. ¿Por qué Mas optó, o quién le convenció, por Puigdemont y no por otro político de su Gobierno 'dels millors' (de los mejores)? Es una de las grandes incógnitas del 'procés', que ha acabado más en el descarrilamiento que en el choque de trenes.

Sea como sea, de aquella unidad imperfecta de JxSí (la CUP nunca se integró y las diferencias entre el PDeCAT y ERC siempre fueron fuertes) ya no queda nada. A las elecciones de 2017 —celebradas bajo el 'terrible' 155—, ERC ya fue por su cuenta y la antigua CDC (que no se atrevió a plantar cara a los republicanos con sus propias fuerzas) lanzó la candidatura de Junts per Catalunya (JxCAT) con Puigdemont al frente y muchos separatistas sin partido fichados por Puigdemont.

Foto: El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemon. (EFE)

Desde entonces, las diferencias entre ERC y Puigdemont, las dos fuerzas del independentismo oficialista y socios mal avenidos en el Gobierno de la Generalitat, han ido de mal en peor. Detallar el proceso de división, fraccionamiento y pérdida de impulso e iniciativa dentro del independentismo, pese al juicio del Supremo, que debería unirles en el rechazo, daría origen a un libro tan tedioso y aburrido que sería despedido de El Confidencial. Me limitaré a decir que desde el grave error de la declaración unilateral de independencia —en la que, según la 'exconsellera' Clara Ponsatí, el independentismo jugó al póquer yendo de farol—, ERC ha ido evolucionando, sin renunciar a la independencia y al referéndum de autodeterminación como objetivo irrenunciable, hacia cierto pragmatismo, y que por el contrario Puigdemont —y la elección de Torra como 'president' es un signo claro— se ha ido reafirmando en su idea de que había que intentar paralizar y hacer ingobernable España.

Solo en una España en descomposición —como la definió ayer Laura Borràs en un acto de Nueva Economía Forum— podría el independentismo tener cartas ganadoras, costara lo que costara y aunque implicara la renuncia práctica a realmente gobernar, pero no a perder los sillones y los presupuestos de la Generalitat. Por eso, Puigdemont y Torra se han convertido en revolucionarios verbales. Saben que, si pasan de las palabras a los hechos, como en septiembre y octubre de 2017, toparán con el imperio de la ley.

En junio de 2018, ERC y un sector de JxCAT (básicamente, Marta Pascal y Carles Campuzano) impusieron a Puigdemont el sí a la moción de censura confiando en que el cambio en el Gobierno de Madrid abriría una nueva etapa. Pero la política de desinflamación de Pedro Sánchez no comportaba dialogar sobre el derecho de autodeterminación ni forzar a la Fiscalía (caso de querer, quizá tampoco habría podido) a cambiar la calificación de rebelión —a juicio de muchos exagerada— de los hechos del 1 de octubre.

Puigdemont se ha impuesto, pero ni la sociedad catalana ni parte del secesionismo creen que sea bueno hacer España ingobernable

Y por ese punto —el juicio del Supremo y la imposibilidad de Pedro Sánchez de dialogar sobre el referéndum— Puigdemont logró forzar a ERC y al PDeCAT a votar contra los Presupuestos de 2019. Curiosamente, junto al PP y Cs, que pedían y piden la aplicación inmediata de otro 155 pero más largo y más duro.

Puigdemont ha ganado esta batalla, pero la imposición de la política de 'cuanto peor, mejor', de que si la desinflamación no lleva a que el PSOE acepte discutir el derecho a decidir, es mejor que se convoquen elecciones generales porque el objetivo es la ingobernabilidad de España —aunque eso implique el riesgo de otro 155—, no ha sido ni comprendida ni aprobada por la mayoría de la sociedad catalana —que realmente quiere más autogobierno pero sin conflictividad constitucional— ni por gran parte del propio independentismo, que no acepta la inviabilidad de la separación, pero que tampoco quiere vivir permanentemente en una máxima conflictividad que complica o impide gobernar con eficiencia dentro del marco autonómico y además fomenta sentimientos anticatalanistas en el resto de España.

Foto: Pedro Sánchez, durante el debate de las enmiendas de totalidad de los Presupuestos del Estado, este 12 de febrero en el Congreso. (EFE)

Puigdemont ha ganado, pues, esta batalla —obligar a Sánchez a convocar elecciones esperando una España ingobernable—, pero puede estar perdiendo la partida porque el independentismo se va dividiendo y desconectando de la Cataluña del día a día.

Veamos los últimos acontecimientos. Primero, la CUP, que sueña con una sublevación contra la España capitalista y europea (aunque ni sabe ni dice cómo), se ha cansado del verbalismo rupturista de Torra, al que en su desvarío acusa de ser algo así como un autonomista disfrazado, y la semana pasada prefirió votar una moción del PSC pidiendo nuevas elecciones que continuar apoyando a Torra. La pretensión revolucionaria de la CUP es totalmente contraria al 'seny', pero ha dejado al Gobierno Puigdemont-ERC sin mayoría.

Segundo, la coalición Puigdemont-ERC está cada día más agrietada y solo la mantiene viva la situación de los presos y que mientras dure el juicio es más fácil soportar una mala coexistencia que trazar un difícil programa de futuro. Contra la Fiscalía, todos juntos, ¿luego qué? Pero el pragmatismo creciente de ERC —no es ya Pere Aragonés sino que incluso el jabalí Rufián ha moderado su discurso— choca cada día más con la política de 'cuanto peor, mejor' de Puigdemont.

Un dirigente de la antigua CDC confiesa, en alusión a la frase de Pujol, que el doble crimen de 'la puta y la Ramoneta' fue un gran error

Tercero, Puigdemont necesita imponer su línea a toda la antigua CDC, que fue un templo del pragmatismo, para que los diputados en Madrid no le vuelvan a ganar la partida como cuando la moción de censura. El otro día, Marius Carol, el director de 'La Vanguardia', citaba a un antiguo dirigente convergente que le había asegurado que el doble crimen de 'la puta y la Ramoneta' fue un inmenso error. Se refería a la famosa frase de Pujol de que CDC había abusado de hacer, según conviniera, la puta y la Ramoneta. Y Puigdemont ha aprovechado la convocatoria electoral —y el miedo de muchos alcaldes convergentes a una batalla con el 'president' exiliado en medio de la campaña de las municipales— para purgar de la lista del Congreso a los principales dirigentes moderados de la antigua CDC, empezando por Carles Campuzano y Marta Pascal, que negociaron la moción de censura con Pedro Sánchez.

placeholder Marta Pascal (d) y David Bonvehí.
Marta Pascal (d) y David Bonvehí.

Pascal y Campuzano han tragado porque les ha faltado valentía para enfrentarse a Puigdemont (en CDC, la obediencia al jefe Pujol era dogma), pero quizá también por cálculo. Una base de CDC son los alcaldes y no conviene arriesgar una escisión en plena campaña electoral. Pero Pascal acaba de dejar claro —en unas declaraciones a Enric Juliana en 'La Vanguardia' del domingo— que no está de acuerdo con el maximalismo de Puigdemont, que muchos electores convergentes se sienten huérfanos, que Cataluña no se puede dirigir desde Waterloo, que se siente decepcionada por la sumisión de David Bonvehí, presidente del partido y hasta ahora muy allegado a Puigdemont, y que quizá sea necesario crear un nuevo partido. Dicho en plata, la no explícita resurrección de la CDC pujolista pero sin los vicios de la familia Pujol. Y el lunes, tanto Pascal como Lluís Recoder, un inteligente dirigente convergente en la reserva desde 2012, participaron en la presentación de un libro de Campuzano que es una defensa de su actuación negociadora durante más de 30 años en el Congreso de los Diputados.

ERC y el PSC se reparten a partes iguales el 50% del voto de Cataluña en las elecciones del 28-A

La realidad pura y simple es que el independentismo estaba partido en tres —la CUP, JxCAT y ERC— y ahora no solo estos tres profundizan más cada día en sus divisiones, sino que amenaza con surgir un nuevo partido que haga bandera del independentismo pragmático y centrista.

Y fruto de estas divisiones y del errático comportamiento desde la elección de Torra y el dominio de Puigdemont, el independentismo va perdiendo fuerza. La encuesta del Centre d'Estudis d'Opinió (el CIS catalán) del pasado viernes daba a la suma de las tres listas independentistas al Congreso de los Diputados —ERC, JxCAT y Front Republicà (una parte de la CUP)— el voto de solo el 39,1% de los electores, cuando en las elecciones autonómicas de 2017 superó el 47%. Un descenso de nada menos que ocho puntos, cuando los principales dirigentes independentistas están siendo juzgados en el Supremo, indica sin ninguna duda que el secesionismo está perdiendo conexión con la sociedad catalana.

Y ya son tres encuestas, la citada del CEO de la Generalitat, la de 'El Periódico de Catalunya' de este lunes y la del CIS, las que indican que los dos partidos ganadores de las legislativas en Cataluña serán a corta distancia ERC y el PSC, mientras que JxCAT, comandada por Puigdemont, En Comú Podem, de Ada Colau, y el PP retroceden con fuerza, y Cs repite resultado y no consigue trasladar a las legislativas su éxito de las autonómicas de 2017.

placeholder Oriol Junqueras encabezará la candidatura de ERC en las elecciones generales del 28 de abril. (EFE)
Oriol Junqueras encabezará la candidatura de ERC en las elecciones generales del 28 de abril. (EFE)

Lo más significativo es que el PSC y ERC reciben el 25,8% y el 24,3% del voto cada uno con subidas respectivas de siete y seis puntos, mientras JxCAT, la lista de Puigdemont, baja dos.

Quizá la confirmación de este resultado y de las europeas de mayo —en las que Puigdemont quedará por detrás de Junqueras e incluso puede no salir elegido eurodiputado— sea el momento que elegirán Marta Pascal y Carles Campuzano para afirmar —esta vez con más fuerza— que Cataluña está mal dirigida desde Waterloo.

Mas y Puigdemont sienten atracción por llevar la palabra 'junts' (juntos) a las listas electorales, pero dime de lo que presumes y te diré de lo que careces: el independentismo y el catalanismo están mucho más divididos y enfrentados que en tiempos de Pujol y Maragall, el 'president' y el alcalde que a duras penas se soportaban. Y la ciudadanía catalana también.

Cuando en 2015 Artur Mas quiso convertir unas elecciones autonómicas en plebiscitarias, o sea, en un referéndum —y lo perdió, con un 48% del voto, pero dijo que la derrota era una victoria—, se había inventado aquello de Junts pel Sí (JxSí), en el que forzó la integración de la antigua CDC, de ERC y de un grupo variado de independentistas independientes como Lluís Llach.

Artur Mas Carles Puigdemont Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) Junts per Catalunya