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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Algo pasa con Hillary

Genera mucha desconfianza y muy poco entusiasmo. Es asociada con el 'establishment' en un periodo de severas dificultades para la mayoría

Foto: Ilustración: Raúl Arias.
Ilustración: Raúl Arias.

La distancia entre Clinton y Trump se ha reducido a la mitad en las últimas cuatro semanas –de ocho a cuatro puntos–. ¿Está en riesgo la victoria del Partido Demócrata?

Comencemos por poner esa cifra en relación con las reglas del juego electoral norteamericano. La intención de voto nacional tiene un valor relativo cuando la presidencia se obtiene por sufragio indirecto, como ocurre allí.

Cada estado tiene asignado, en función de su población, un número de compromisarios que son elegidos por los votantes. Los compromisarios de todos los estados –un total 538– conforman el colegio electoral. Y el colegio electoral decide la presidencia.

La norma es que en cada estado, el candidato que recibe un voto más se lleva todos los compromisarios. La historia y la sociología señalan que muchas de las competiciones pueden ya darse por cerradas. Por ejemplo, Texas para los republicanos y Nueva York para los demócratas.

Existen otros estados con mayor incertidumbre electoral, como Florida. Son los denominados 'battleground states', donde un puñado de votos puede llevar 29 compromisarios y por lo tanto la elección hacia un lado o hacia otro. Allí está la prioridad estratégica de todos los equipos en todas las elecciones.

Al analizar las encuestas que se realizan en cada estado, puede verse que las opciones de victoria demócrata siguen donde estaban hace un mes. Clinton sigue con buenos números en buena parte de los 'battleground states'.

Ahora bien, tiene que remontar el vuelo si no quiere adentrarse en turbulencias. ¿Qué le está pasando a Hillary?

Primero, que genera mucha desconfianza y muy poco entusiasmo. Es asociada con el 'establishment' en un periodo de severas dificultades para la mayoría. Y la lluvia constante del caso de los 'e-mails' aumenta la percepción de que es una candidata con careta.

En toda la historia de las campañas norteamericanas, solo ha habido un candidato con peor imagen que Clinton. Trump, con un 63%.

Lo segundo que le ocurre a Hillary, es que su equipo aplicó en agosto una decisión arriesgada: sacarla del foco y destinar todos los esfuerzos a la ampliación del arsenal de campaña.

Los demócratas siguen cultivando una ventaja competitiva central respecto a los republicanos: más presencia física en todos los territorios clave, más voluntarios, mayor capacidad de movilización y petición del voto 'puerta a puerta' durante las últimas semanas.

Comparemos el número de oficinas electorales abiertas por los dos partidos en cinco 'battleground states' que deciden un total de 84 compromisarios.

Los demócratas también siguen ampliando la ventaja de recursos económicos disponibles. Durante agosto, Hillary no ha dado ruedas de prensa y ha reducido sus actos públicos. Pero ha multiplicado las reuniones y los encuentros para recaudar dólares. Nadie, nunca, había reunido tanto dinero en agosto para una campaña electoral.

Comparemos las cifras de Clinton con las de Obama y Roomney en 2012. Trump todavía no ha publicado su dato de agosto.

Con esos recursos económicos, el Partido Demócrata está comprando potencia de fuego para su publicidad analógica –papel, radio y televisión– y digital –que ha aumentado su partida en un 700% respecto a 2012–.

Y esa compra es quirúrgica. Los espacios publicitarios se identifican por un departamento de 'big data' que a día de hoy triplica al que rodeaba a Obama en la campaña de 2012. Son los ingenieros quienes señalan en qué lugares, mediante qué canales, durante cuánto tiempo y a qué hora deben ser lanzados los mensajes.

Volvamos a los cinco 'battleground states' seleccionados y comparemos cuánto han venido gastando en anuncios de televisión los dos partidos.

¿Qué tipo de piezas televisivas están emitiéndose en esos territorios desde el cuartel general de Clinton? Productos fundamentalmente negativos, bien concebidos y ejecutados para dañar la imagen del adversario, pero no para despertar la ilusión. Aquí, el más frecuente.

Cuando se analiza el desempeño operativo de las dos candidaturas, la conclusión parece clara: los demócratas tienen buen equipo y mala candidata, y los republicanos mal equipo y buen candidato. Lo es, olvidemos las preferencias personales.

Quizá por eso, cabe pensar que la estrategia demócrata podrá ser acertada a largo plazo. Hoy, no puede darse por terminada la carrera, aunque resulte razonable apuntar que las opciones de victoria de Clinton superan a las de Trump.

Si queda incertidumbre, es porque el candidato republicano es impredecible. Nada puede darse por garantizado, porque en aquel país no hay precedentes ni para un caso así, ni para un escenario con el debate político tan desprestigiado.

Los demócratas tienen buen equipo y mala candidata, y los republicanos mal equipo y buen candidato. Lo es, olvidemos las preferencias

La cuestión es esa, el debate. Trump no sabe y no puede salir a empatar en ninguno de los tres debates televisados de campaña, sobre todo en el primero. Dará espectáculo. Saldrá por la puerta grande o camino de la enfermería, pero son pocas las probabilidades de que lo haga por su propio pie.

Puede anticiparse que los debates inclinarán definitivamente la balanza hacia los demócratas o acercarán la democracia norteamericana hacia el abismo.

Con el auge del extremismo que sufrimos a este lado del Atlántico, viendo lo que acabamos de ver en Francia este fin de semana –Le Pen convocará un referéndum sobre la salida de Europa si gana las elecciones– o la victoria de la extrema derecha en Alemania, cuesta no cruzar los dedos para que la espita no se abra también allí. Ojalá no. Veremos.

La distancia entre Clinton y Trump se ha reducido a la mitad en las últimas cuatro semanas –de ocho a cuatro puntos–. ¿Está en riesgo la victoria del Partido Demócrata?

Hillary Clinton