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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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'Vive la résistance!'

La resistencia es comprometerse sin que nadie te obligue, te pague o te lo pida. Y demostrar que no hace falta leer a Camus para entender la diferencia entre un rebelde y un revolucionario

Foto: Viajeros internacionales reciben la bienvenida de un grupo de manifestantes en el Aeropuerto Internacional de Dulles en Sterling, Virginia. (EFE)
Viajeros internacionales reciben la bienvenida de un grupo de manifestantes en el Aeropuerto Internacional de Dulles en Sterling, Virginia. (EFE)

Nuestro protagonista tiene apariencia de tipo del montón: 69 años, barba y sobrepeso. Pausado y casado, conservador y aficionado a la pesca, apenas se permite la pequeña extravagancia de llevar pajarita al trabajo en lugar de corbata. Nada fuera de lo corriente y, sin embargo, es un hombre admirable, alguien que ha hecho algo extraordinario.

Se llama James Robart. Es el juez que ha paralizado la aplicación del veto migratorio de Trump. Puede que en un tiempo veamos su historia proyectada en el cine del barrio. Tiene todo lo necesario para un buen guion. Sería la clásica película de James Stewart hace unas décadas —'Caballero sin espada'— o de Tom Hanks en estos años —'El puente de los espías'—. El relato, tan americano, del ciudadano que hace lo que debe hacer.

Es verdad que no es el único ejemplo, que ha habido muchas otras personas que han demostrado un emocionante compromiso activo con los valores democráticos. La diferencia está en que nuestro personaje, además de paralizar la barbarie, ha sido señalado por el nuevo inquilino de la Casa Blanca.

Un mensaje como ese, en una sociedad con más armas que habitantes y tan polarizada como lo está ahora Norteamérica, puede ser visto por cualquier desquiciado como una invitación a la violencia. Pone en riesgo la integridad física del juez. De eso quiero hablar en este artículo, del factor riesgo.

Llevo varios días con la impresión de que ya va siendo hora de que hagamos algo más que echarnos las manos a la cabeza tras cada medida de Trump. Preguntándome si se está extendiendo una especie de confortable tremendismo de sofá, si nos estamos convirtiendo en rehenes de un maestro del espectáculo que hasta nos provoca una ligera decepción cuando miramos el móvil y vemos que no ha cometido otra salvajada más en los últimos 10 minutos.

Foto: Donald Trump en el Pentágono. (Reuters)
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Lo que está pasando es grave, y decir lo que decimos —nuestros “hay que ver lo mal que está todo…”— no parece lo más útil para cambiar nada. Ya sé que desde Madrid es poco lo que puede hacerse, pero tiene que haber alguna forma de aportar algo, aunque resulte insignificante, aunque solo sea dejar por escrito aquí que me desagrada profundamente la tibieza del Gobierno español.

Desconozco los cálculos que llevan a Moncloa a esta docilidad. Y al mismo tiempo no alcanzo a imaginar intereses más valiosos para España que la defensa de los derechos humanos, la paz y la estabilidad económica.

Foto: Manifestación contra el veto sobre la inmigración de Donald Trump en París. (EFE) Opinión
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El riesgo no está en actuar con un mínimo de entereza al frente de la Unión Europea y de la comunidad iberoamericana.

Está en la actitud de indiferencia que mostramos como nación ante el hecho de que el Ku Klux Klan aplauda los nombramientos de Trump.

Está en la posible voladura del acuerdo con Irán, que puede desencadenar un conflicto abismal.

Está en que la Casa Blanca acaba de demoler los mecanismos de control levantados en Wall Street tras el estallido de la crisis. Hoy, la economía entera está más desprotegida que hace una semana.

Foto: Manifestación en el Portland International Airport para protestar contra el veto migratorio impuesto por Trump. (Reuters)

Lo arriesgado es apartar la voz y la mirada cuando el racismo, la violencia y la codicia empiezan a adquirir el grado de seria amenaza para las democracias occidentales.

Por otro lado, del mismo modo que pregunto si estamos normalizando lo inaceptable al procesarlo como espectadores en lugar de como ciudadanos, me cuestiono también si estamos equivocándonos al intelectualizar demasiado lo que pasa.

A mí no me estimula el juego de los parecidos entre Trump y Hitler. Tampoco estoy demasiado interesado en ponerle una etiqueta histórica a la actualidad. No sé si esto es neofascismo, populismo de derechas, autarquía electiva, o simplemente trumpismo. Todo lo que sé es que esto es real.

La sociedad norteamericana contiene un sentido enorme de la libertad. No ha conocido otra cosa. Por eso conviene no infravalorar la rebeldía

Y lo que creo es que hay que hacer algo. Incorporarse. Cada uno desde su lugar, también aquí. A la velocidad que va esto, no parece insensato anticipar que veremos movilizaciones como las que se vivieron con el 'no a la guerra' de la década pasada. Veremos.

De momento, lo que tenemos en nuestras manos es la obligación moral de poner en valor a quienes vencen la inercia de sus vidas de clase media y asumen riesgos para defender lo que es justo.

Foto: Manifestación en el centro de Seattle para protestar contra la orden ejecutiva de Donald Trump, el 29 de enero de 2017 (Reuters).

Por ejemplo, los abogados que salen de la oficina y en lugar de descansar con la familia van a los aeropuertos para ofrecer respaldo gratuito a los inmigrantes. Esos profesionales saben que mañana podrían acabar en una lista negra, pero cumplen con su sentido íntimo del deber.

La resistencia es eso, no una queja. Es comprometerse sin que nadie te obligue, te pague o te lo pida. Y demostrar con la tarea que casi no hace falta leer a Camus para entender la diferencia entre un rebelde y un revolucionario, porque casi sobra con ver esto.

La sociedad norteamericana tiene muchos defectos, pero también una virtud: contiene un sentido enorme de la libertad. Es una nación que no ha conocido otra cosa. Por eso conviene no infravalorar la rebeldía. Aquello no es Rusia, que solo conoce el sometimiento.

Es probable que el brote autoritario que concentra Trump conlleve el declive de los Estados Unidos. Hay indicadores de agotamiento, el país está terriblemente dividido. Ocurra lo que ocurra, quedarán cicatrices tan marcadas como las que dejó todo lo que vino con la guerra de Vietnam.

Ahora bien, también cabe depositar la esperanza en un cálculo sencillo. Por este camino, el apoyo a Trump no puede crecer y el rechazo sí. Con el Partido Demócrata no se puede contar todavía, porque tendrá que hacer su duelo…

Pero ya hay sociedad civil, y masa crítica, y prensa, y servidores públicos, y personas anónimas que al conectarse articulan el nacimiento de la resistencia americana.

Para ellas y ellos, mi admiración. Gracias por ser el tipo de personas que de verdad son imprescindibles en nuestro mundo. Gracias.

Nuestro protagonista tiene apariencia de tipo del montón: 69 años, barba y sobrepeso. Pausado y casado, conservador y aficionado a la pesca, apenas se permite la pequeña extravagancia de llevar pajarita al trabajo en lugar de corbata. Nada fuera de lo corriente y, sin embargo, es un hombre admirable, alguien que ha hecho algo extraordinario.

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