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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Ni una menos, cuestión de Estado

No es imposible conquistar la igualdad en esta vida. Hay miedo, y cansancio, y mucha hartura, pero no puede ser inevitable que el machismo marque el paisaje

Foto: Un niño disfrazado en carnaval. (EFE)
Un niño disfrazado en carnaval. (EFE)

Algo no va bien, pensé el sábado por la tarde. Faltaban 1' minutos para el comienzo de 'Batman: the Lego movie'. Planazo por todo lo alto. Teníamos las entradas y estábamos en la cola de las palomitas. Fue entonces cuando la conversación que mantenía con el padre del amigo de mi hijo cesó de golpe. Nos calló el contraste. Dos personas atendían en el puesto, disfrazadas. Los carnavales, claro. Él con traje, ataviado de Groucho Marx. Ella, con falda rosa y corta, camiseta ceñida y escotada, lacito y orejas de plástico. La ratona Minnie nos dejó con la boca abierta.

Algo no va bien, dije. El padre de mi amigo asintió y hablamos de los disfraces en el colegio. Los de ellas y los de ellos. La terrible carga de sexualización que soportan las chicas desde tan temprano, puede que ahora más que antes. Cosificadas cada vez más pronto. Encauzadas en cosmovisiones que las restringen a la satisfacción del deseo, la asistencia o el cuidado; atenazando su derecho a soñar más alto. Estereotipadas.

El camino de la verdadera hombría pasa por ahí. Pasa por levantar el culo del sofá y meterse en la cocina

No puede ser bueno que los hombres de mi generación sigamos perpetuando esto. Después de todo lo que hemos visto hacer a nuestras madres, a las heroínas anónimas que se incorporaron al mercado de trabajo y mantuvieron a flote las familias a base de infinitas renuncias e incontables horas de sueño perdidas; no podemos refugiarnos en ninguna excusa. Nada puede justificar que olvidemos la obligación de respetar y alentar la libertad de las mujeres que queremos: nuestras parejas, nuestras hijas.

El camino de la verdadera hombría pasa por ahí. Pasa por levantar el culo del sofá y meterse en la cocina. Pasa por encabronarse porque ellas cobren menos que nosotros y porque la maternidad pueda truncar su carrera profesional. Y pasa, inevitablemente pasa, por asumir que hay cifras que tienen piel, que son mucho más que números. El 10% de las mujeres mayores de 16 años ha sufrido en alguna ocasión violencia física, el 22%, violencia psicológica emocional y el 25%, violencia psicológica de control. No es el azar. Detrás de esos datos estamos nosotros. Están nuestros compañeros de trabajo, nuestros amigos y nuestros familiares.

Está también nuestro propio comportamiento. La sonrisa de coleguita al chiste machista. La complicidad de machitos en la cafetería...

Está también nuestro propio comportamiento. La sonrisa de coleguita al chiste machista. La complicidad de machitos en la cafetería de la oficina cuando uno comenta a la compañera lo que lleva puesto. La incapacidad de superar las categorías de tonta, mala o desinhibida que bloquea la posibilidad de admirar sinceramente a las mujeres que luchan. Todo eso está. Y nos degrada. Y está además nuestra indiferencia.

El modo en que encaramos la brutalidad nos define como seres humanos. Cuando la televisión nos cuenta que el machismo acaba de asesinar a otra mujer y no sentimos nada, no valemos nada. Y tampoco valemos mucho cuando nos quedamos en comparar la cantidad de víctimas mortales del año pasado con las del año corriente.

placeholder Protesta contra la violencia machista. (EFE)
Protesta contra la violencia machista. (EFE)

Nadie discute que sea grave y preocupante el hecho de que ahora estén siendo todavía más las aniquiladas, pero la cuestión de fondo es que una sola muerte tendría que parecernos directamente insoportable. El objetivo del conjunto no puede limitarse a que la línea en el gráfico de la violencia machista descienda un poco, la única meta moralmente aceptable es que el terror sea igual a cero. Ni una menos: objetivo de Estado.

Algo empezará a cambiar cuando los hombres dejemos de sentir la causa de la igualdad como algo ajeno y votemos en consecuencia. Desde 2009, esas partidas presupuestarias han caído en un 47,6%. Las políticas de igualdad y contra la violencia de género se situaron en 2016 en el 0,01% del total de gasto consolidado. ¿Nos parece bien? ¿Creemos que hay muchas cosas mucho más importantes?

Algo empezará a cambiar cuando los hombres dejemos de sentir la causa de la igualdad como algo ajeno y votemos en consecuencia

El innegable declive de la igualdad no responde únicamente a la crisis económica. Ellas, que objetivamente vienen siendo mucho más dañadas que nosotros por la pérdida de derechos laborales y por los recortes sociales, llevan años comprobando el desinterés de Rajoy y el absentismo de los líderes en la izquierda. Los dos últimos secretarios generales del PSOE y de Podemos han estado en otra cosa. En eso también han coincidido Iglesias y Sánchez. Su currículo demuestra que el empeño en perseguir a los suyos ha sido un tiempo perdido para la igualdad.

Retomar esa bandera, como mínimo hasta el nivel de prioridad que obtuvo en el Gobierno de Zapatero, es una tarea inaplazable para la izquierda parlamentaria. Pero también lo es para el país entero. Lo peor que puede ocurrir no es que los movimientos feministas se radicalicen. Lo extraño es que no estén completamente radicalizadas ya, como tendría que estarlo toda la sociedad. Cuando miro lo que están teniendo que soportar, solo puedo pensar que sería comprensible que ellas pusiesen España patas arriba el próximo 8 de marzo.

Foto: u
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Seguramente no ocurrirá. No veremos una movilización proporcional a la barbarie. No escucharemos una protesta masiva. Y ese es un motivo para la preocupación. Permitir que el silencio gane por más diferencia, dar la esperanza por perdida, es lo peor que puede ocurrir en el Día Internacional de la Mujer.

No es imposible conquistar la igualdad en esta vida. Hay miedo, y cansancio, y mucha hartura, pero no puede ser inevitable que el machismo marque el paisaje de todas las biografías. Hay que creerlo, a pesar de lo que pasa todos los días.

Finaliza la película. Vamos saliendo del cine, pasando por donde antes. Groucho Marx se ríe mientras le enseña el móvil a otro empleado disfrazado de King Kong. Algo no va bien. Minnie está cerca, trabajando, ocupada en llenar una nevera enorme con bebidas. Queda mucha tarea.

Algo no va bien, pensé el sábado por la tarde. Faltaban 1' minutos para el comienzo de 'Batman: the Lego movie'. Planazo por todo lo alto. Teníamos las entradas y estábamos en la cola de las palomitas. Fue entonces cuando la conversación que mantenía con el padre del amigo de mi hijo cesó de golpe. Nos calló el contraste. Dos personas atendían en el puesto, disfrazadas. Los carnavales, claro. Él con traje, ataviado de Groucho Marx. Ella, con falda rosa y corta, camiseta ceñida y escotada, lacito y orejas de plástico. La ratona Minnie nos dejó con la boca abierta.

Algo no va bien, dije. El padre de mi amigo asintió y hablamos de los disfraces en el colegio. Los de ellas y los de ellos. La terrible carga de sexualización que soportan las chicas desde tan temprano, puede que ahora más que antes. Cosificadas cada vez más pronto. Encauzadas en cosmovisiones que las restringen a la satisfacción del deseo, la asistencia o el cuidado; atenazando su derecho a soñar más alto. Estereotipadas.