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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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¿Es el turismo la próxima burbuja?

Es cierto que sin turismo no puede haber recuperación, sin embargo la verdad no debería impedir que formulemos preguntas. ¿Nos ha hecho mejores la dificultad?

Foto: Una pareja de turistas busca alojamiento en Barcelona. (EFE)
Una pareja de turistas busca alojamiento en Barcelona. (EFE)

Entonces se alteró el paisaje, como ahora. Antes, se nos hacía imposible mirar al cielo sin verlo rasgado por las grúas constructoras. Hoy no hay manera de pasear por el centro sin escuchar el taladrar de otra maleta con ruedas. En ninguno de los dos casos prestamos atención a los indicios. Es comprensible, la tentación del atajo siempre existe. Esto es España.

Llevamos casi una década sufriendo bajo esta recesión que nos ha dejado el alma colectiva desgastada. Cansados, aceptamos la evidencia sin dar un paso mental más. Es cierto que sin turismo no puede haber recuperación, sin embargo la verdad no debería impedir que formulemos preguntas. ¿Nos ha hecho mejores la dificultad?

Lo único bueno que tienen las crisis es eso, la oportunidad de aprender algo. Comprender los errores. Valorar lo que tienes. Detectar nuevos caminos. Crecer. Transformarse. Sin embargo, no parece que España haya aprovechado el trance. No tengo la impresión de que hayamos redefinido, reconstruido y emprendido mucho. Nos hemos limitado a sobrevivir hasta que la desolación comenzó a marcharse.

Perdimos las semillas que trae el futuro (la cultura, la inteligencia artificial, la robótica, la biomedicina, la energía, los nuevos materiales...). Nos quedamos igual. Aunque nos quedan, eso sí, la tierra y la fuerza trabajadora. Como antes del ladrillo, como antes de la revolución industrial.

Ahora el sol nos trae sustento desde fuera. El turismo es nuestro pan de hoy. No llega por azar, claro que no. Aquí se juntan el mar con la historia. Aquí las costas se llenaron de hoteles desde el último tramo del franquismo. Y con la democracia se impulsó el transporte. Aeropuertos, trenes y carretera de primera. Hay infraestructura.

Ahora bien, el hecho de que nos visiten en 2017 más de 70 millones de personas sí responde a una coincidencia. Nos beneficia que la recuperación económica europea coincida con lo emitido por los televisores en las casas de las clases medias. Destinos como Túnez, Egipto y Turquía han desparecido de los mapas turísticos. El terrorismo internacional también arroja dudas sobre Francia. Y las imágenes de los refugiados hacen menos atractivas las playas griegas.

A lo anterior se suma lo que puede tocarse desde el teléfono móvil, las nuevas posibilidades que ofrece la economía uberizada. La transformación que ha mandado a las agencias de viaje a la prehistoria. Trayecto en vuelo barato y alojamiento deseable al alcance de la mano. Airbnb eliminando intermediarios, garantizándote que te sentirás igual o mejor que en casa y convirtiendo al propietario en un rentista a pequeña o gran escala. La fórmula perfecta para disparar el número de camas disponibles en un país como el nuestro.

Conclusión: hoy se dan todas las condiciones necesarias para que una familia pueda volar y dormir cuatro noches en España por 1.000 euros. Buen tiempo y cero miedo para ellos. Y bastantes consecuencias para nosotros. Entre ellas, el olvido del futuro.

La cultura del dinero rápido que inoculó la burbuja inmobiliaria dejó su toxicidad demostrada. Lo tremendo es que hayamos preferido cegar la lección. Aquello quebró el sistema de valores sociales de nuestro país, devaluó el valor del esfuerzo. Transformó el derecho a la vivienda en una fuente de especulación descontrolada. Y dañó gravemente a toda una generación.

Los españoles queremos trabajo, antes y ahora. Pero para tener buenos empleos necesitamos un modelo productivo inteligente y equilibrado. Si la economía hiberna en invierno, habrá temporalidad. Si la demanda del mercado laboral se concentra en el turismo, los salarios seguirán siendo bajos y no disminuirá la precariedad (que es la forma falsamente elegante de referirse a la explotación). Con el ladrillazo fueron muchos los que dejaron la obra y acabaron suspendidos del andamio. Ahora corremos el riesgo de que los próximos queden colgados en las barras de los bares.

La codicia ha regresado igual de enladrillada. Pero actualizada, uberizada. Rentismo 2.0. El alquiler de las casas como mercado especulativo. Igual que antes, con la diferencia de que el inquilino no es uno que paga mes a mes 1.000 euros, sino varios de noche a noche por todo a 100. Un negocio mejor para los propietarios y más oferta para los que pueden pagar menos. En la costa, facilidad para el turismo de borrachera. En las ciudades, subidas masivas del alquiler a los vecinos. Vaciado de los barrios históricos y centros urbanos convertidos en parques de atracciones.

Es lógico que la llegada de 70 millones de personas a nuestro país altere la normalidad del cuerpo social. Desde una lógica populista tiene todo el sentido del mundo convertir el turismo en un asunto de confrontación social: permite activar la dinámica amigo-enemigo y ofrecer respuestas simples a realidades complejas. Unas cuantas expropiaciones, unas cuantas demoliciones y todo arreglado. Además, de paso, va un pellizco de xenofobia de baja intensidad, nunca sobra para los incómodos en democracia.

Desde una lógica neoliberal, lo suyo es no hacer nada y que lo político no exista. Si el juego tiene reglas, la libertad deja de ser divertida. Las burbujas económicas van de eso, de gestionar las expectativas del mercado en una competición descontrolada con un estallido inaplazable. Tonto el último en subirse y en bajarse.

El peso que tiene sobre nuestro modelo productivo y la falta de legislación para abordar la uberización del sector tendrían que llevarnos a hacer política

Quizá exista una tercera opción, que a mí me parece más sensata aunque resulte menos pasional. Una opción racional que pasa por reconocer que hemos perdido tiempo para hacernos mejores durante la crisis, por alegrarnos de que los turistas nos estén impulsando hacia la recuperación, y por abrir un debate sereno sobre lo que está ocurriendo.

Es posible que el turismo llegue a convertirse en la próxima burbuja española. Es probable que lo que nos está curando pueda acabar destrozándonos. El peso que ya tiene sobre nuestro modelo productivo y la falta de legislación para abordar la uberización del sector, tendrían que llevarnos a hacer política. Más talento para la economía y mejor legislar más temprano que tarde. Ninguna burbuja es infinita. El tiempo trabaja y está cambiando, recalentándose. Se ve en el paisaje. Hay cambio climático.

Entonces se alteró el paisaje, como ahora. Antes, se nos hacía imposible mirar al cielo sin verlo rasgado por las grúas constructoras. Hoy no hay manera de pasear por el centro sin escuchar el taladrar de otra maleta con ruedas. En ninguno de los dos casos prestamos atención a los indicios. Es comprensible, la tentación del atajo siempre existe. Esto es España.

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