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Crónica de un apagón democrático
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Crónica de un apagón democrático

¿Y ahora cuál es la respuesta? Solo la ley, solo la justicia. Asumir que nada está perdido hasta que todo está perdido, mantener el ánimo. Confiar en lo que no confía el separatismo, en la democracia

Foto: Parlament de Catalunya.
Parlament de Catalunya.

Puede que la manifestación de la Diada desemboque en una plaza para instalarse indefinidamente. Quizás este mismo 11 de septiembre comience a retumbar –como en Tahrir– el rugido de la calle. Noche a noche, la banda sonora que toda revolución necesita. La masa, también en la imagen. El espejismo que refleja la parte como el todo y va como la seda en ‘prime time’. ¿Aislamiento internacional? Cierto. Pero también la oportunidad de retransmitir globalmente el conflicto.

Para que la apertura de ese escenario sea viable, hace falta un portazo previo. Apagar la democracia. Fue lo que ocurrió ayer, en una fecha que dejará heridas. Ocurra lo que ocurra. Una pena que podía haberse evitado porque venía de largo. Pero que no sorprende. A veces lo peor es eso, que la tristeza no resulte inesperada.

Cataluña no se desconectará en octubre de España, pero sí se ha desconectado de la democracia. Eso ocurrió ayer. Forcadell era la encargada de ejecutar el apagón por fases. Poco a poco, mientras la luz de la razón y la ley aminoraba, dejando el Parlament a ciegas. Dejándolo todo tan a oscuras que mejor recopilar algunos sonidos para contarlo.

Foto: La presidenta del Parlamento de Cataluña, Carme Forcadell. (Reuters)

Primero un silencio, minutos antes de que comenzase el pleno. Un silencio único y unánime. La espesura. Como llega siempre lo irreversible, con el eco de la nada. Duró hasta que se anunció que habría cambio en el orden del día, que se votaría la ley del referéndum.

Después, las tomas de palabra, al susurro de las páginas del reglamento parlamentario. Búsquedas de refugio frente el atropello. Cuestiones de orden. Peticiones de reconsideración y de respeto a los derechos de los diputados, a los letrados de la Cámara, al Consell de Garanties, a la institucionalidad. Llamadas al cuidado de las reglas del juego. Perdidas.

Sobre la palabra, un ruido. Un zumbido mecánico y constante. Cortante. El separatismo tenía la trituradora puesta en marcha. Imposible no escuchar el crujir entero de la democracia catalana. La Constitución, el Estatuto de Autonomía, la jurisprudencia, el derecho internacional, todas las formas y normas elementales estaban siendo masacradas.

placeholder Manifestación que bajo el lema 'A punt' (A punto) a favor de la independencia en Cataluña, y con motivo de la Diada del 2016. (EFE)
Manifestación que bajo el lema 'A punt' (A punto) a favor de la independencia en Cataluña, y con motivo de la Diada del 2016. (EFE)

Fueron tantas las irregularidades, tan agresivo el aliento a impunidad que traían las redes sociales, que para entonces ya solo podía preguntarme si nuestra sociedad no estaba viviendo el día más grave desde el 23-F. Y ya solo podía decirme que, en este momento, la única opción que tiene un demócrata es respaldar al Gobierno.

Después de varios y largos recesos, se abrió paso la música de los discursos. Acordes burocráticos en la intervención de Junts pel Sí, sin un gramo de grandeza. Luego, la melodía fanática de la CUP. Desprecio a la convivencia. Odio. Soberbia. La improbabilidad de levantar un relato democrático y épico con esos materiales, aunque ya les da igual. Su tiempo ya no es el de la palabra, ahora toca la desobediencia. La hora de la calle cada vez más cerca.

Aplausos. ‘Himne del Segadors’ tras una votación sin la mitad de diputados. Deprisa, deprisa. La CUP sigue marcando el ritmo: ahora comienza el mambo. Este baile no ha terminado.

Firma de la convocatoria del referéndum y comparecencia del ‘president’. Voluntad de solemnizar. Intento de ilusionar que no prende porque la carnicería está siendo cruenta. Esto no es para todos los públicos, ni siquiera para muchos de los más convencidos. Puigdemont teme algo y se nota. Tiene a Artur Mas enfrente y teme que estos días, más que el nacimiento de una nación, traigan la defunción de Convergència. Junqueras está a su lado, presente pero callado. Tiene otros plazos. Demasiado evidente, desde hace demasiado tiempo, que quiere evitar cualquier paso en falso. Aplausos. Más aplausos.

Pasada la medianoche, publicidad. Otro registro. Una voz lenta y tranquilizadora para la primera pieza del referéndum. Baja calidad del producto. Resultado ‘amateur’. Se trata de que parezca que podría haberlo hecho cualquiera. Primera píldora para gestionar la ansiedad. Todo esto es más que normal, es natural. Respira.

Fin de la primera fase. Y comienzo de la segunda vuelta de tuerca. La Mesa admite a trámite la proposición de Ley de Transitoriedad Jurídica y Fundacional de la República. Despliegue completo, guionizado y sincronizado. Los separatistas no se han arrugado, ni dividido. El punto de no retorno ha quedado completamente rebasado.

¿Y ahora cuál es la respuesta? Solo la ley, solo la justicia. Asumir que nada está perdido hasta que todo está perdido, mantener el ánimo. Confiar en lo que no confía el separatismo, en la democracia. Mantener lo que el soberanismo ha perdido, la moderación. Y admitir, aunque sea incómodo, que esto durará mucho. No va a ser fácil. Harán falta grandes dosis de coherencia y de generosidad.

La próxima partida puede jugarse en la calle. La hipótesis revolucionaria: crear las condiciones necesarias para acabar desencadenando el empleo de la fuerza. Y con la violencia, la elevación de mártires y la hinchazón de una ira ampliada.

La mayoría de los catalanes no quiere separarse de España, ni quedar fuera de Europa. Pero quieren votar. Es un hecho

Los demócratas tenemos otra forma de ver la vida, menos dramática. Somos rebeldes, no somos revolucionarios. Buscamos la reforma y no el derramamiento de sangre, lo nuestro es acumular esfuerzos hacia el bien común. Perseverar.

Hoy no faltan motivos para la tristeza. Pero tampoco para la esperanza. La mayoría de los catalanes no quiere separarse de España, ni quedar fuera de Europa. Pero quieren votar. Es un hecho. También lo es que el trato fiscal es mejorable, que Madrid practica el ‘dumping’ fiscal, que lo del Corredor del Mediterráneo clama al cielo, que queda mucho por hacer respecto al reconocimiento, por ejemplo, para potenciar la cooficialidad de la lengua.

Creo que hay espacio para el entendimiento. Necesidad de unión para lo urgente y de reforma para lo importante. Y que hace falta una alternativa, una solución que tendrá que ser legal, pactada y votada. Urnas sí, pero no así. No bajo un discurso único, ni bajo un Govern autoritario. No impuestas por un Govern autoritario capaz de apagar la democracia.

Puede que la manifestación de la Diada desemboque en una plaza para instalarse indefinidamente. Quizás este mismo 11 de septiembre comience a retumbar –como en Tahrir– el rugido de la calle. Noche a noche, la banda sonora que toda revolución necesita. La masa, también en la imagen. El espejismo que refleja la parte como el todo y va como la seda en ‘prime time’. ¿Aislamiento internacional? Cierto. Pero también la oportunidad de retransmitir globalmente el conflicto.

Parlamento de Cataluña