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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Cataluña, minuto y resultado

Los soberanistas saben lo que quieren contar y lo hacen en todos los registros. Tienen todas las teclas del piano contempladas en la partitura. Música para todos los públicos

Foto: Gabriel Rufián, durante su intervención en la sesión de control al Gobierno en Congreso. (EFE)
Gabriel Rufián, durante su intervención en la sesión de control al Gobierno en Congreso. (EFE)

Esta vez, la mañana del miércoles pilló a Rufián a contrapié. Despertó con el vestuario ya elegido: calzado deportivo, cazadora bomber y camiseta. Atuendo millennial para la pregunta a Rajoy en el Parlamento. Y texto también preparado. Escrito desde antes en clave irónica, como reconocería después. Después de ver que el 20 de septiembre había madrugado antes. Después de comprobar que todo empezaba a cambiar bajo sus pies.

Foto: Agentes de la Guardia Civil y manifestantes, ante la puerta de la sede de la Conselleria de Asuntos Exteriores. (EFE)

La oportunidad de lucimiento resultaba clara para Rufi -prefiere que le llamen así-. Una ocasión surgida hace unos días, inesperadamente, porque esta sesión de control al gobierno le tocaba a Joan Tardà, que no pudo comparecer por lesión en el brazo. Y como andan encelados entre ellos, en un sordo duelo de gallos, quedó el balón botando para anotar el tanto en el marcador interno. Otro más, nada menos. La política también se juega en el terreno de los egos.

Sin embargo no brilló. No supo procesar los hechos. Realizó una intervención deshilachada, de consumo rápido. Para los informativos quedará relegada la imagen de sus compañeros de filas abandonando el Congreso y la frase de "saque sus sucias manos de Cataluña", mientras el orador tenía hundidos los dedos en el bolsillo de su propio pantalón.

Poca cosa. Tardà lo habría hecho mejor, se mueve con mayor seriedad en citas como la de este miércoles. Tiene una capacidad teatral que le lleva a interpretar los accesos de ira con exabruptos y excesos comparables a los de cualquiera, pero también con más fondo que el mostrado por su compañero de bancada.

Cuesta discutir que los constitucionalistas carecen de una estrategia de comunicación. No es un olvido. Es que simplemente no pueden tenerla

Era lo que pedía el cambio de un guion que hasta el momento se estaba ejecutando eficaz y coralmente. Los soberanistas venían haciendo mejor comunicación política que los constitucionalistas desde la masacre del Parlament. Saben lo que quieren contar y lo hacen en todos los registros. Llegan a cada punto de su público objetivo. Los más radicales han visto cómo los cachorros encapuchados de Arran quemaban la bandera de España, Francia y la Unión Europea. Los habitantes de los pueblos, la foto de los alcaldes con Puigdemont. Los sectores urbanos, a Iglesias con el 'Visca Catalunya lliure i soberana!'. Y para los más templados y temerosos, la pomada negacionista de Junqueras. Todas las teclas del piano contempladas en la partitura. Música para todos los públicos.

Mientras tanto, cuesta discutir que los constitucionalistas carecen de una estrategia de comunicación. No es un olvido. Es que no pueden tenerla. Faltan referentes en Cataluña y faltan medios de comunicación capaces de emitir mensajes distintos a los del discurso único. Nada que llevar a la boca. Leche derramada durante el Goebbels con tumaca.

placeholder El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont (c), junto a los miembros de su gobierno. (EFE)
El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont (c), junto a los miembros de su gobierno. (EFE)

¿Quién seduce más?

La diferencia no es menor. Puede tener su impacto si no lo está teniendo ya. Es probable que buena parte de las capas sociales catalanas que se sienten huérfanas acaben siendo seducidas por el relato soberanista. La experiencia demuestra que en los procesos polarizados, los sectores moderados acaban decantándose por quienes polarizan con mayor contundencia. Esto no va únicamente de quién se enfrenta al otro mejor, sino de quién seduce más. Por eso, parece mentira que después de lo perpetrado en el Parlament sean los violadores de la ley quienes se hayan apropiado del marco discursivo central: la defensa de la democracia. Un error imperdonable que puede acabar llevando a mucha gente a movilizarse.

La operación de las fuerzas de seguridad responde a la imprescindible necesidad de que se cumpla ley, pero puede suponer un cambio de era para la crisis entre España y Cataluña. Puede abrir una fase en la que Pugidemont y compañía tratarán de cosechar lo sembrado discursivamente. No creo que desaprovechen la oportunidad perdida por Rufián. Potenciarán próximamente la idea de que soberanismo significa esencialmente luchar por la democracia, lo harán con los ingredientes del victimismo, la apelación a la dignidad y las llamadas a un heroísmo que llamarán cívico. Calentarán los ánimos.

Foto: La prensa internacional se hace eco de los registros de la Guardia Civil en Cataluña. (Reuters)

Ahora que crecen las opciones para anticipar que el referéndum pueda terminar desactivado, aumentan también probabilidades de que la comunicación se convierta en el escenario central para condicionar lo que ocurra el 1 de octubre, el día 2 y las próximas dos décadas de nuestro país. El escenario es la calle, pronto.

Entramos en el tramo de minuto y resultado. Es lo que ocurre en los momentos trascendentales de la vida personal y colectiva. Los hechos se aceleran. Cada acontecimiento parece devorar a los anteriores. Se instala la sensación de vértigo. Nos adentramos en la lógica de la revolución. La dinámica menos propicia para la razón y los mecanismos de autocontrol. Tiempo para los exaltados. ¿Veremos 'kale borroka' en Barcelona? Nunca creí que tendría que hacerme esta pregunta. Pero también pensé que jamás vería a nadie en esa tierra señalado por el simple hecho de pensar diferente. En esos carteles hay anuncio de violencia y ningún soberanista podrá decir que su movimiento es pacífico si no condena antes esa barbaridad.

placeholder Diputados de la CUP protestan por el dispositivo organizado por la Guardia Civil en Barcelona. (EFE)
Diputados de la CUP protestan por el dispositivo organizado por la Guardia Civil en Barcelona. (EFE)

Los planes alternativos

Entramos en el 'Plan B' del independentismo, según parece. Un plan para gestionar la derrota con dos planos de actuación.

Primero el global, lo inmediato. Si no hay urnas, que se vea que hay calle, que lo cuenten los corresponsales, que se escuche en las instituciones internacionales, que todo el mundo reciba fuera lo que estamos contando dentro, que este es un pueblo oprimido, que en Cataluña no hay matices, que no hay gente que quiere quedarse, ni gente que quiere que las cosas cambien, que todos queremos romper con España. Así de simple.

Y luego lo íntimo, lo que perdura. Fijar una herida profunda en la memoria catalana, un recuerdo construido más con las imágenes de los manifestantes ante los policías, que con los discursos de los políticos. Instalar un trauma imborrable. Convertir la conciencia social en tierra quemada para el encuentro, terreno para seguir pidiendo el voto. Así de triste.

Esta vez, la mañana del miércoles pilló a Rufián a contrapié. Despertó con el vestuario ya elegido: calzado deportivo, cazadora bomber y camiseta. Atuendo millennial para la pregunta a Rajoy en el Parlamento. Y texto también preparado. Escrito desde antes en clave irónica, como reconocería después. Después de ver que el 20 de septiembre había madrugado antes. Después de comprobar que todo empezaba a cambiar bajo sus pies.

Cataluña Gabriel Rufián Carles Puigdemont