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Cataluña, 21-D: declaración unilateral de amor
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Cataluña, 21-D: declaración unilateral de amor

Si deseamos seguir compartiéndolo todo con los catalanes no es por una cuestión de interés. No, no queremos a Cataluña porque la necesitemos. Necesitamos a Cataluña porque la queremos

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

Calculan en Metroscopia que las opciones del constitucionalismo pasan por superar el 81% de participación. Bajo esa altura aumentarían las probabilidades de celebración nacionalista. Es una cima elevada, mucho. Y difícil de alcanzar, incluso con esta temperatura social.

El resultado dependerá de quienes tradicionalmente han sido menos proclives a votar en los comicios catalanes. Esa capa electoral puede ser decisiva porque está fundamentalmente poblada por personas que se sienten más cercanas a los partidos constitucionalistas. Su grado de activación será trascendental. Determinará el próximo Parlament y condicionará el futuro que compartimos.

Foto: Votaciones durante el 27-S | Foto: EFE

Los números apuntan a registros históricos, pero nadie sabe a ciencia cierta lo que pasará. Mi incertidumbre no responde únicamente a la complejidad del ser humano, sino a la convicción de que la movilización electoral es un ejercicio de motivación masiva, y a la impresión de que son muchas las teclas que no se han pulsado nunca en ese piano.

La decisión de voto, como la participación, no es automática. Responde a la vibración de nuestras propias cuerdas íntimas. Algunas son netamente racionales. Otras, plenamente emocionales. Y también están las instintivas, las que nos llevan a percibir que lo que hagamos o no hagamos puede marcar la diferencia para el conjunto de la tribu.

Foto: Colas en un colegio electoral de Barcelona en la jornada del 20-D. (Reuters) Opinión

A lo largo de los últimos meses, hemos escuchado pocas notas de naturaleza racional. Una sonó clara, tanto que hasta persiste todavía en el aire: el éxodo de empresas. A pesar de ello, la presencia de la economía en la partitura política fue escasísima. No hubo acento en las cosas que pueden medirse. Por ejemplo, el impacto sobre las condiciones vitales de las familias catalanas. Los 334.000 empleos que correrían peligro automático sin España y sin Europa.

Nuestro otro hemisferio cerebral tampoco ha sido muy acariciado. Nos ha llegado el ruido de las emociones primarias, confuso y atronador. Pero nadie ha emitido nada parecido a una melodía capaz de seducir. El constitucionalismo ha dado por perdidos algunos de los conceptos más valiosos y necesarios en un momento tan delicado como el actual. Palabras como 'unión', 'juntos' y hasta 'democracia' han quedado secuestradas por el separatismo. Y por pereza, o por torpeza, no se ha visto voluntad de rescatar lo que nos es común.

Foto: El expresidente Carles Puigdemont, en el Parlament de Cataluña. (EFE)

No me cuesta confesar que durante este otoño he tratado de atenuar en este espacio mis críticas al PP y al PSOE. Sin embargo, he decir que socialistas y populares se han limitado durante esta campaña a tratar de asegurar su corralito de votos. Han demostrado una impotencia emocional que considero imperdonable.

Tan grave me parece su renuncia a los conceptos vertebradores de nuestra sociedad que antes mencionaba, como la incapacidad de contrarrestar la barbarie verbal de las élites nacionalistas. Hay palabras que duelen porque distancian y violentan. Basta con pararse un momento para pensarlo: 'unilateral'. Declaración unilateral de independencia. Así, sin más. ¿Cómo responder a eso? Miguel García Vizcaíno encontró una respuesta: con una declaración unilateral de amor.

PSOE y PP se han limitado en esta campaña a tratar de asegurar su corralito de votos. Han demostrado una impotencia emocional que creo imperdonable

La vida continúa por fuera de los libros de leyes. Las heridas abiertas entre España y Cataluña seguirán abiertas por muchos años. El daño no va a desaparecer gobierne quien gobierne en Madrid y Barcelona. Habrá que afrontarlo, porque esta crisis de convivencia es una crisis de confianza. Cualquiera de nosotros sabe que cuesta un mundo restañar la confianza, que hacen falta paciencia y generosidad, pero también dosis de cariño y sinceridad capaces de rebasar las fronteras del pudor.

Los españoles queremos a Cataluña. Más del 60% de nosotros cree que es posible llegar a un acuerdo, la mayoría es favorable a una reforma de la Constitución. Y si deseamos seguir compartiéndolo todo con los catalanes no es por una cuestión de interés. No, no queremos a Cataluña porque la necesitemos. Necesitamos a Cataluña porque la queremos.

Esa necesidad va mucho más allá de la amistad, pertenece al tipo de sentimiento que puede encontrarse en cualquier familia. Es una pena que nadie haya emitido ese mensaje, ni durante los últimos años ni durante la reciente campaña electoral. Quizá merezca la pena preguntarse si una expresión así de rotunda de nuestro afecto habría servido hoy para movilizar electoralmente más a los catalanes que no quieren ruptura. Yo creo que sí.

Si tú dices DUI, nosotros decimos DUA. Declaración unilateral de amor de España hacia Cataluña. Puede que alguien piense que el mensaje es cursi. Creo que se equivoca. Quienes desprecian el valor de la honestidad emocional pueden comprobar que una canción parecida a esa sonó hace poco en un escenario comparable al nuestro. El 'better together' y toda la campaña, plagada de corazones, que se articuló en Reino Unido ante el separatismo escocés amplificó ese latido y funcionó. Funcionó. A las pruebas me remito.

El tiempo no se cansa de enseñarnos que la desconfianza paraliza, nos inhibe ante la posibilidad de dar pasos para reunirnos en torno a la mesa

Es posible que alguien considere que una línea de comunicación como esta tiene una utilidad de corto alcance, publicitaria, solo válida en periodo electoral. Yo considero que ese análisis no es correcto. Retomo el argumento de antes: esto no es una crisis de odio, sino de confianza. El odio es una fuerza motriz, lleva a la acción aunque sea destructiva. Pero con la desconfianza ocurre algo distinto. El tiempo no se cansa de enseñarnos que la desconfianza paraliza, nos inhibe ante la posibilidad de dar pasos para reunirnos en torno a la misma mesa. Basta con ver a Rajoy, quienes desconfían de sus semejantes siempre terminan decidiendo no hacer nada.

Tiene razón Ignacio Varela al afirmar que Cataluña no puede separarse de España pero sí puede desestabilizar y enturbiar el horizonte de nuestra sociedad. La realidad refleja que es mucho lo que debe hacerse y que seguramente hará falta una generación para reparar lo dañado. Precisamente por eso, porque queda mucha tarea, no queda tiempo que perder. Un poco de DUA podría ser mucho. Cada día, los catalanes tendrían que saber y percibir que los españoles los queremos.

Sabed que os deseamos, que no podemos vivir sin vosotros, que aspiramos a convivir mejor, sabed que nuestras 'paraules d'amor' son vuestras, 'senzilles i tendres...".

Calculan en Metroscopia que las opciones del constitucionalismo pasan por superar el 81% de participación. Bajo esa altura aumentarían las probabilidades de celebración nacionalista. Es una cima elevada, mucho. Y difícil de alcanzar, incluso con esta temperatura social.