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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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'Facebookgate': España no está a salvo

El simple ejercicio de trasladar a nuestro país la secuencia del caso tendría que servir para intuir la dimensión del riesgo que afrontamos

Foto: Facebook. (EFE)
Facebook. (EFE)

El 'Facebookgate' está demostrando que la democracia sufre nuevas y serias vulnerabilidades. Desvela que la voluntad popular puede ser 'hackeada'. ¿Está preparada España para impedirlo? Cuesta creerlo. El simple ejercicio de trasladar a nuestro país la secuencia del caso tendría que servir para intuir la dimensión del riesgo que afrontamos, para reflexionar sobre la responsabilidad personal y cívica que compartimos, y también para demandar legislación a los poderes públicos. Cuestión de Estado.

Comencemos por nuestra sociedad abierta, amante de las redes sociales. Contemplemos el escenario político, la crisis del sistema de partidos. Observemos las heridas todavía abiertas por la austeridad, el malestar. ¿Hay materia prima? ¿Hay aquí caldo de cultivo para que emerja alguien capaz de traspasar los límites éticos de una contienda electoral? La respuesta está en las naciones de nuestro entorno. Sí.

Imaginemos, a continuación, una simpleza tecnológica. La posibilidad de que 4.000 españoles entren en una aplicación de Facebook (tan aparentemente inocua como un test de personalidad) y entreguen sus datos y los de todos sus amigos en esa red. Puede que los tuyos, sin tu autorización ni tu conocimiento.

Foto: Ilustración: Raúl Arias.

¿Cuánto le costaría a un candidato absorber la huella digital en Facebook de decenas de millones de españoles? ¿Cuánto por analizar la información y gestionar la comunicación? Por menos de lo que cuesta un futbolista de segunda división es posible dotarse de armamento electoral no autorizado. Una ganga.

Cada una de tus interacciones en Facebook es un pequeño indicio sobre tu propia psicología, y has dejado miles durante estos años. Ese material es demasiado sensible como para caer en malas manos. Es más que suficiente para perfilar tu personalidad por medio de un algoritmo, para tener la llave de tu comportamiento. Averiguar si te atraen las experiencias nuevas, si prefieres planificar, si te gusta dedicar tiempo a los demás, si valoras la comunidad, si tiendes a preocuparte…; todo eso y todo lo demás equivale a saber cómo eres, cómo piensas, cómo votas, y qué debe hacerse para manipular tu decisión.

La cuestión de fondo es esa, es la diferencia que existe entre persuasión y manipulación, entre publicidad y propaganda. Esa es la frontera ética. Si una empresa como Cambridge Analytica convirtiese algo tan íntimo como tu propia personalidad en mercancía electoral, encontrarías un espejo diabólico en tu pantalla. El anuncio político que te llegaría (sin haberlo autorizado) no sería convencional. No sería un producto de masas como los de antes, pensado para los que tienen tu edad, tu orientación sexual o tus ingresos. Recibirías un mensaje elaborado con tus propios mimbres para ilusionarte o para darte miedo, con el tono diseñado para tocarte el alma y moldear tu comportamiento. 'Hackear' tu mente para 'hackear' tu voto.

¿Cuánto por analizar la información y gestionar la comunicación? Por menos de lo que cuesta un futbolista de segunda división

Propaganda individualizada y emitida a gran escala porque el abanico de contenidos está abierto a otro tipo de piezas y de canales. No solo productos de envoltorio publicitario, también las 'fake news', la conspiranoia. Todo viralizado en Facebook, Twitter vía 'bots', blogs y sitios web para francotiradores. Por tierra, mar y aire. Destrucción del adversario. Manipulación del miedo. Adulteración de la esperanza, infantilizada. Creo que haríamos bien en preguntarnos si este es el tiempo de los ejércitos difusos y digitales, de los más eficaces en el arte de la guerra cultural, de los más dispuestos a poner en peligro la estabilidad misma de nuestras democracias.

Hay quien piensa que no es para tanto, quien considera que el impacto del 'Facebookgate' ha sido residual dentro de la campaña de Trump. Busquemos el terreno del acuerdo, partamos de lo que no puede discutirse: si el Congreso y el Senado de los Estados Unidos están indagando, si el Parlamento británico está también investigando, si el asunto ya está insertado en las agendas de la Unión Europea, es porque hay un mismo patrón de comportamiento en las elecciones americanas y en el referéndum del Brexit y porque en ambos casos parece sólida la sombra de Putin. ¿Estamos 100% seguros de que lo ocurrido en Cataluña no tiene nada que ver con esto? La maquinaria de injerencia rusa también ha dejado aquí sus trazas.

Por otro lado, parece también indiscutible que este caso ha abierto una crisis de confianza en Facebook difícil de reparar. Esa red social no es un espacio altruista, es un negocio que obtiene sus beneficios haciendo publicidad a sus usuarios mientras garantiza la protección de la privacidad. Eso se ha roto y no ha sido para ofrecer un perfume en lugar de otro, ha sido para que una tercera empresa (que ha operado en los cinco continentes) haga dinero poniendo al presidente de la primera potencia mundial.

Foto: Mark Zuckerberg. (Reuters)

Veremos el recorrido de la crisis de confianza en Facebook, así como sus posibles repercusiones sobre otras compañías o sobre el sistema financiero global (estallido de la 'burbuja puntocom'). En cualquier caso, parece sensato interiorizar que la cultura de la gratuidad en la red es una mentira que conviene dejar atrás. Asumir el enorme valor económico que tienen los datos que vamos dejando diariamente en la red es el primer paso para que cada uno decida, libremente, el precio que quiere ponerle a su intimidad. También, por cierto, el precio que queremos darle a la privacidad de nuestros hijos. ¿Tenemos derecho a regalar su huella digital antes de que cumplan la mayoría de edad? No lo creo.

Última cuestión sobre la que podemos levantar un consenso. Parece también claro que la tecnología va mucho más deprisa que la política. Hablamos mucho de equilibrio presupuestario, pero los gigantes tecnológicos no tributan en los países que son fuente de sus ingresos. Y lo que es más grave, el vacío legislativo es un peligro. La ley electoral precisa al milímetro el empleo de banderolas y carteles. Sin embargo, la laguna jurídica respecto a la red es palmaria, cuando las redes son el teatro central de operaciones de cualquier campaña. Cuidado con ese desfase. Hagan algo, legisladores. Muévanse, porque si algo demuestran la historia y el presente es que donde la ley no alcanza, acaban llegando los desaprensivos.

El 'Facebookgate' está demostrando que la democracia sufre nuevas y serias vulnerabilidades. Desvela que la voluntad popular puede ser 'hackeada'. ¿Está preparada España para impedirlo? Cuesta creerlo. El simple ejercicio de trasladar a nuestro país la secuencia del caso tendría que servir para intuir la dimensión del riesgo que afrontamos, para reflexionar sobre la responsabilidad personal y cívica que compartimos, y también para demandar legislación a los poderes públicos. Cuestión de Estado.