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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Viagra verde para el 8-M

Cuando digo a mis amigas feministas que este es un tiempo complejo para ser hombre, suelo recibir una respuesta que oscila entre la indignación y la condescendencia

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal, en un acto público en diciembre. (EFE)
El líder de Vox, Santiago Abascal, en un acto público en diciembre. (EFE)

Cuando digo a mis amigas feministas que este es un tiempo complejo para ser hombre, suelo recibir una respuesta que oscila entre la indignación y la condescendencia. Pasan a mirarme como si me hubiese convertido en un sospechoso, como si señalar las dificultades de un lado significase negar las del otro o despreciar su gravedad.

Claro que hay una crisis de masculinidad, es evidente que tiene todo tipo de consecuencias en nuestra sociedad. Los datos son rotundos: si en las pasadas generales solo hubiesen votado los hombres de entre 31 y 45 años, Santiago Abascal sería hoy el líder de la oposición; si solo hubiesen votado los chicos menores de 30, Vox habría ganado las elecciones.

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Puede que merezca la pena preguntarse si esto puede ir a más. Mi impresión es que sí. El proceso de liberación de las mujeres está siendo lento en términos históricos, pero veloz en términos biográficos, familiares. En 1980, el 92,8% de las madres primerizas estaban casadas, hoy son el 43,8%. La cifra de solteras, separadas y viudas que dan a luz por primera vez alcanza el 56,2%.

Los hombres estamos dejando de ser el tronco central que sostiene la sociedad. Se ve en las universidades y en los centros de trabajo, en lo político, en todo lo que puede contarse con números. Pero se aprecia además en el ámbito cultural, y también es relevante. Tiempos de cambio. Muchos de los atributos que antes definían la masculinidad se utilizan ahora para siluetear el retrato robot del tipo al que conviene despreciar pública y privadamente.

Perfilemos uno. Miguel, 47 años, nacido en Málaga, divorciado, comercial inmobiliario. Y bajemos al detalle poniendo entre paréntesis el juicio que recibe desde la cultura dominante: se emociona con la bandera de España (facha), conductor de coche diésel (contaminador), fumador y bebedor (dinosaurio), amante de los toros (cruel), carnívoro (asesino), cliente de prostitución (psicópata)…

Los hombres estamos dejando de ser el tronco central que sostiene la sociedad. Se ve en las universidades y en los centros de trabajo

Miguel se considera 'normal', no es muy distinto de su padre. Se ubica ideológicamente en la 'derecha moderna'. Votó a Vox en las elecciones de abril y en las de diciembre.

Perfilemos otro. Julián, 23 años, alicantino, estudiante. Seis kilos de más (cuerpo incorrecto en el mercado de la carne), consumidor de porno (cosificador de la mujer), quiere una pareja para toda la vida (desfasado), cansado del rollo LGTBI en la facultad (homófobo), escucha trap y reguetón (sexista), rechaza el lenguaje inclusivo (machista)…

Julián está muy lejos del franquismo. Encaja entre los desideologizados que ven a todos los de arriba poniendo en peligro a toda España. En abril se abstuvo, en noviembre acabó votando a Vox.

Foto: Detalle de portada de 'El aliado', de Iván Repila Opinión

Miguel y Julián no existen. Pero son más verdaderos que los estereotipos impuestos sobre los votantes de Abascal. La superioridad moral, el elitismo y la pereza intelectual son poco útiles para acercarse a comprender la realidad. Hay vida más allá del planeta hípster.

Los seres humanos somos complejos, rara vez tomamos nuestras decisiones —incluida la del voto— desde un único motivo. La ventaja competitiva de Vox y sus semejantes frente a los partidos tradicionales reside en su capacidad de ofrecer un relato de 360 grados que da sentido a la realidad.

Abascal está ofreciendo un anillo narrativo sencillo, no simple, que recoge la totalidad y puede ser asimilado por cualquiera. La crisis de masculinidad solo es uno de esos 360 grados. Hay más. Todos pierden o ganan protagonismo en función de la actualidad. Pero cuando un punto puede ocupar el primer plano, eclipsa a los demás y concentra toda la potencia de fuego del combate cultural.

placeholder El líder de Vox, Santiago Abascal, en el Congreso. (EFE)
El líder de Vox, Santiago Abascal, en el Congreso. (EFE)

Lo veremos seguramente dentro de unas semanas. La decisión de Vox de convocar su congreso en el Día Internacional de la Mujer supone algo más que un acierto objetivo en términos publicitarios, es una declaración de guerra cultural que probablemente funcionará.

Funcionará porque es viagra verde. Porque en el otro lado costará resistirse a la provocación. Y porque en Vistalegre III se ejecutarán los principios del manual de combate que siguió Trump hace cuatro años.

Probablemente, veremos redención. Los ataques a los dirigentes de Vox son agresiones al hombre corriente, embestidas de unas élites que no comprenden a los de abajo y que temen su libertad. Son ellas las que se equivocan, vosotros estáis limpios de todo pecado. Somos buena gente. Tenemos derecho a quejarnos y a exigir que no se pierda lo que siempre ha sido natural. Abajo los complejos.

Veremos culpabilización. Se hablará de la plaga de chiringuitos feministas regados con dinero de todos. Orgías de subvenciones para construir una ideología de laboratorio que devora la fibra moral nacional. Caricaturas. Localización de parásitos sociales en edificios públicos. Teorías de la conspiración.

Foto: El presidente del partido de extrema derecha español Vox, Santiago Abascal (2i), y el diputado Javier Ortega Smith (d). (EFE)

Veremos subversión. Insurgencia frente al 'pensamiento único', frente a los datos, conversión de casos aislados en categorías políticas. Rebeldía ante la corrección política y apelación a llamar a las cosas por su nombre. Apropiaciones culturales: 'feminazis', 'feminismo tóxico'. Electricidad transgresora. Juego verbal iconoclasta, agresivo, pero sin llegar a perder las formas, justo al límite del reglamento.

Veremos exposición y exaltación. Exposición de mujeres que piensan y actúan distinto, que se sienten orgullosas de plantar cara a la dictadura progre y que son modernas. Modernas y bellas porque no renuncian a los valores, a las raíces católicas del país que nos vio nacer.

Exposición también, quizá, de alguna medida que genere atención y polarización. No ya para exaltar a los propios, sino para exaltar a los contrarios. De manera que su reacción, el enfado de las culpables, viralice la propaganda verde y pueda Abascal seguir surfeando en la ola de la opinión pública. Minutos de tele, de 'timeline' a coste cero.

placeholder Acto de Vox en Vistalegre, en Madrid. (EFE)
Acto de Vox en Vistalegre, en Madrid. (EFE)

Si algo ha demostrado Vox es la capacidad de conseguir que sus adversarios políticos se conviertan en sus mejores publicistas. Puede ocurrir el próximo 8 de marzo. La contraposición de las imágenes de Abascal con las manifestaciones de mujeres es un caramelo para los medios. Es negocio. Es espectáculo.

A ver si tengo un rato y puedo compartir con mis amigas feministas la impresión de que si convierten su día de celebración y reivindicación en una jornada de enfrentamiento con Vox, pueden perder esa batalla por muy ganada que tengan la guerra.

Cuando digo a mis amigas feministas que este es un tiempo complejo para ser hombre, suelo recibir una respuesta que oscila entre la indignación y la condescendencia. Pasan a mirarme como si me hubiese convertido en un sospechoso, como si señalar las dificultades de un lado significase negar las del otro o despreciar su gravedad.

Santiago Abascal Vox
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