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La extrema derecha, ante su oportunidad histórica y global
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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La extrema derecha, ante su oportunidad histórica y global

Muchas de las frases del informe de Zinc Network en el que se alerta "del uso del covid-19 para promover una versión británica del fascismo" encajan con lo que está ocurriendo aquí

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal, en el Congreso. (EFE)
El líder de Vox, Santiago Abascal, en el Congreso. (EFE)
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“Utilizan la pandemia para generar nueva relevancia, atención y apoyo a sus protestas (…) Sus tácticas son sofisticadas, y su actividad es más difícil de monitorizar, en parte por el uso de aplicaciones de mensajería privada para compartir desinformación y propaganda”.

No. No son palabras escritas para reflejar el desempeño reciente de Vox, pero son extrapolables. Muchas de las frases del informe de Zinc Network en el que se alerta “del uso del covid-19 para promover una versión británica del fascismo” encajan con lo que está ocurriendo aquí y en casi todo Occidente.

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La semejanza está en la ventaja competitiva que tienen los extremistas en el ámbito de la comunicación. Van años por delante de los partidos sistémicos, también creativamente. Hoy cuentan con más potencia de fuego, con una lectura más precisa del momento histórico y con un discurso político más corpulento. Más sencillo, más fácil de memorizar y reproducir. Más capaz de explicar cualquier ángulo de la realidad.

La diferencia está en la cúspide. Si la extrema derecha española no demuestra todavía la pegada que podría llegar a tener, es porque los dirigentes del partido verde tienen menos nivel que los de sus organizaciones hermanas. En lo formal, los representantes de Vox dejan un aroma a pijo del siglo XX. Ese rastro de clasismo levanta una barrera, porque genera distancia con las clases populares. Además, transparentan un miedo al ridículo demasiado católico, un envaramiento contrario a la naturalidad y la autenticidad que Salvini y compañía sí saben transmitir. Son cosas que pueden pulirse. La dificultad está en lo que no puede maquillarse: Abascal es un líder mucho más flojo que los demás referentes de la extrema derecha europea. Al lado de cualquiera de ellos, parece un ser invertebrado, incluso menos masculino.

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En cualquier caso, en términos históricos, la clave está en el presente inmediato. La pandemia ha generado un racimo de crisis que va a poner a prueba todas las costuras de la democracia occidental. La inevitable acumulación de capas de malestar puede generar las condiciones necesarias para un golpe mortal a las sociedades liberales.

Lo están viendo así a escala global: el tiempo se acelera, las contradicciones del sistema aumentan, pueden faltar actores y recursos para dar respuesta a las demandas sociales. En definitiva, las opciones de colapso son mayores. Hay un cierto aire de revolución en este paisaje enfermo.

No es casual que las protestas se articulen precisamente en estas fechas. Ahora es cuando convergen la ansiedad por lo pasado —salud— y la inquietud por lo futuro —economía—. Y en la política, como en la vida, la oportunidad tiene mucho que ver con la puntualidad emocional. Están ocupando el espacio.

Foto: Imagen del herido. (EFE)

Dolor, hartazgo, miedo, rabia, preocupación, orfandad, pesimismo, cansancio, impresión de descontrol y ganas tremendas de sol. No hay mejor momento que este para recogerlo todo en la calle. Las defensas están bajas. Ocasión para la persuasión: te han quitado lo que es tuyo y no es justo. Sé bienvenido a la tribu, tu cacerola es nuestro tambor.

Por eso, la llamada de Vox a protestar no es un caso aislado. El contagio es general, la extrema derecha está haciendo lo mismo en más lugares. Lo hemos visto en Estados Unidos, en Reino Unido, también en Alemania. El domingo, una mezcla de antivacunas y negacionistas, neonazis y antisemitas se citó a las puertas del Bundestag.

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal, desde la tribuna del Congreso. (EFE)

La sincronía en las calles de las distintas capitales es equiparable a la de los teléfonos móviles. En ese teatro de operaciones, se reproducen con distintas lenguas mecanismos iguales de distorsión de los hechos.

Se mantienen los resortes propagandísticos anteriores al covid-19, cuando las guerras culturales eran novedad —desinformación, manipulación, 'fake news', 'memes'…—. Sin embargo, cada vez más, pueden apreciarse señales de entrada en otra fase destinada a desconectar al individuo de la lógica democrática. A través de las redes, la extrema derecha está poniendo los pilares de un ecosistema cultural que despoja al ser humano del pensamiento crítico mientras inyecta victimismo, paranoia y odio al diferente.

El peso de las teorías de la conspiración es cada vez mayor —todo lo chino, las redes 5G, Bill Gates, Soros…—. Esa lógica narrativa es paralela a la realidad, pero funciona. Funciona porque ofrece un puente para que las clases populares y las menguantes clases medias vayan desalojando el hábitat constitucional. Mientras tanto, los pijos del siglo XXI no se enteran de nada.

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Primero, demuestran una falta de empatía que aumenta la sensación de abandono. Hay muchos españoles pasando hambre, pero las colas para tener pan no están presentes en el debate nacional. Hay muchos micrófonos en el barrio de Salamanca, pero las cámaras no están en los barrios que antes se llamaban obreros y que están golpeando las cacerolas con más fuerza porque el malestar es allí más de verdad. Calcan los de Vox el mensaje de los de Le Pen: “la izquierda está desconectada de la realidad”.

Segundo, desprotegen hasta los valores, descuidan hasta las palabras que más importan. Si las movilizaciones de aquí —como en otros países— giran en torno a la palabra 'libertad', es porque nadie planta cara a esa apropiación cultural. La palabra 'libertad' es valiosa, tan valiosa, que hasta puede dar fuerza y nobleza a ideas que son contrarias a ella.

Tercero, los pijos del XXI no asumen lo que no se puede negar. El populismo acierta al señalar que las élites de España han fallado a los españoles. Lo hicieron después de 2008 y pueden volver a hacerlo a partir de 2020. El sentimiento de traición no está injustificado.

Todavía es posible evitarlo. Estamos a tiempo. A ver si nos damos cuenta, de una maldita de vez, de que la democracia se defiende generando encuentros y no enfrentamientos. El combate político no es entre trincheras, así es como la extrema derecha acaba comiéndote el terreno. El enemigo es el dolor, la extrema derecha solo es un adversario oportunista. Luchar contra el sufrimiento es la única manera de tronchar a quien quiere parasitarlo.

“Utilizan la pandemia para generar nueva relevancia, atención y apoyo a sus protestas (…) Sus tácticas son sofisticadas, y su actividad es más difícil de monitorizar, en parte por el uso de aplicaciones de mensajería privada para compartir desinformación y propaganda”.

Extrema derecha Vox