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El negocio de la polarización: Iglesias y compañía
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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El negocio de la polarización: Iglesias y compañía

En algún momento deberíamos preguntarnos sobre lo que está ocurriendo en él nosotros. No faltan indicios para apuntar que nos estamos convirtiendo en algo que no éramos y que deberíamos evitar

Foto: Pablo Iglesias. (EFE)
Pablo Iglesias. (EFE)

En menos de dos meses se cumplirá el décimo aniversario del 15-M. Visto así, con un poco de perspectiva, el último movimiento de Iglesias adquiere una medida distinta. Más real. La dimensión entera de una triste derrota que no se puede tapar. También la evolución de un negocio político y económico, basado en el enfrentamiento y el culto cesarista al líder, que ha llenado de podredumbre nuestra vida pública hasta un nivel difícil de soportar.

En menos de dos meses se celebrarán unas elecciones madrileñas -perfectamente prescindibles- que se nos están vendiendo a bombo y platillo como un duelo a muerte entre Iglesias y Ayuso mientras la guadaña del virus sigue sin descansar. Algo no va bien cuando una sociedad acepta estas cosas sin más.

No faltan indicios para apuntar que nos estamos convirtiendo en algo que no éramos y que deberíamos evitar. Cuidado

En algún momento deberíamos preguntarnos sobre lo que está ocurriendo en él nosotros. No faltan indicios para apuntar que nos estamos convirtiendo en algo que no éramos y que deberíamos evitar. Cuidado.

Parece que hemos llegado a un punto en el que la compra de representantes políticos nos parece un acierto táctico, un logro estratégico genial y no la expresión de la corrupción más cruda, no una muestra del destrozo moral nacional.

Parece que el guerracivilismo nos resulta ahora éticamente tolerable y hasta entretenido como espectáculo político. Aceptamos que se tache a millones de compatriotas como fascistas o como comunistas. Colgamos sambenitos a los demás y a nosotros mismos. Permitimos y premiamos, nos disponemos a respaldar con nuestro voto, a quienes levantan trincheras hasta en el interior de nuestras familias. Esto va a más. Estamos perdiéndole amor y respeto a la libertad.

placeholder Pablo Iglesias. (Dani Gago)
Pablo Iglesias. (Dani Gago)

Se acercan días en los que parecerá que estamos ansiosos por celebrar una vuelta a los años treinta. En el primer año de la pandemia, festejaremos una campaña electoral de doble hartazgo: todos los españoles se hartarán más todavía de Madrid y todos los madrileños podremos hartarnos de cainitas carteles en rojo y azul. “No pasarán”, dirán.

Pero por el aro pasaremos nosotros, por la estafa de la polarización. Un negocio que consiste en despojar la política de su razón de ser y que se ejecuta cuando los candidatos agarran la petición de voto y retiran su obligación -la exposición de un proyecto político y la articulación de políticas concretas- y te obligan a posicionarte en términos binarios.

Foto: Imagen: Pablo López Learte

La polarización consiste en robar la racionalidad del debate público para inundar el mercado con visceralidad. Reducirlo todo a un simple choque de emociones primitivas y divisivas. Sustituir el “hacer” por el “ser”. Lo que es posible hacer mediante el consenso por lo que se debe ser bajo la dictadura del disenso. Un “ser” forzosamente tribal, que intima y cívicamente nos reduce al negar la pluralidad y la constelación de matices que habitan en el interior de todo ser humano. Como si solo fuese posible ser de Ayuso o ser de Iglesias para formar parte de la comunidad.

Como si el principal indicador de altura política para cualquier líder democrático fuese la capacidad de dividir en lugar de la de unir. Ese cambio en los atributos de liderazgo puede tener bastante que ver con lo que nos está pasando. Y creo que se nos ha ido alterando sin que nos diésemos cuenta, probablemente, desde hacer diez años.

En el partido morado pronto surgió una línea de tensión entre la confrontación que buscaba Iglesias y la seducción que deseaba Errejón

El malestar social generó un movimiento impugnatorio que brotó un 15 de mayo y terminó cristalizando políticamente en Podemos. En el partido morado pronto surgió una línea de tensión entre la confrontación que buscaba Iglesias y la seducción que deseaba Errejón. El resultado de aquella primera contienda dejó herido de muerte a Podemos, fue la primera muestra de que Iglesias solo concibe la política en términos de polarización y produjo el primer contagio en nuestro sistema de partidos.

Sánchez trasplantó el mismo juego de contrarios al interior del PSOE con tanto celo que la propia expresión “sanchismo” resulta reveladora. ¿Es el “sanchismo” una corriente ideológica? ¿Un posicionamiento político? ¿Un discurso? No es no. Es una visión del poder basada en el sectarismo que se ejecuta desde el oportunismo y el desprecio a los mecanismos democráticos.

¿Qué hizo Rajoy hasta la moción de censura? Cometió una irresponsabilidad todavía mayor que la de Cataluña. Se olvidó de proteger la estabilidad del sistema y dio todo el vuelo posible a Podemos. Calculó que la emergencia del antagonista morado podía mantenerle en el gobierno. Y acertó hasta que el juego de la polarización le terminó matando.

placeholder Pablo Iglesias (i), y Ínigo Errejón. (EFE)
Pablo Iglesias (i), y Ínigo Errejón. (EFE)

¿Qué hizo Sánchez después de la moción de censura? Lo mismo que su antecesor, cebar el fuego del extremismo en el bando contrario, se convirtió en el principal agente electoral de Vox.

¿Qué intentó Casado? Mantenerse en el poder orgánico sin desnaturalizar al PP como partido conservador, preservar las esencias de un partido capaz de crispar pero no de polarizar. Y así fue hasta que llegó Ayuso y le levantó la estrategia entera. Ella es el último ejemplo de cómo el sordo deseo de conquistar el poder en un partido se convierte en ciega voluntad de llevar hasta las últimas consecuencias la polarización social.

Iglesias fue el primero. Ella la última. Los dos se reconocen y se necesitan. Ninguno ve al otro como competencia. Los verdaderos rivales son Errejón y Casado, ambos lo saben. Saben que en el negocio de polarización el antagonista no es un adversario sino un cómplice teatralmente necesario.

Ninguno de los dos puede explicar lo que está haciendo desde el interés general. Ninguno puede presumir demasiado de lo que ha hecho

Se parecen en el contraste que contienen. Proyectan una imagen de sí mismos inversamente proporcional a su capacidad de transformación de la realidad. Ninguno de los dos puede explicar lo que está haciendo desde el interés general. Ninguno puede presumir demasiado de lo que ha hecho. La hoja de resultados es doblemente escasa. Eso sí, son las dos personas que más han enfrentado a nuestro país en una crisis tan grave como la de esta pandemia.

¿Dónde está la diferencia? En los tiempos de cada uno, aunque nacieron el mismo día: quien llevaba la cuenta del perrete de Esperanza Aguirre quiere presentarse como la loba de la manada azul; quien llegó hace diez años como lobo rojo ha terminado demostrando menos fuerza para cambiar las cosas que un caniche. Poco más.

En menos de dos meses se cumplirá el décimo aniversario del 15-M. Visto así, con un poco de perspectiva, el último movimiento de Iglesias adquiere una medida distinta. Más real. La dimensión entera de una triste derrota que no se puede tapar. También la evolución de un negocio político y económico, basado en el enfrentamiento y el culto cesarista al líder, que ha llenado de podredumbre nuestra vida pública hasta un nivel difícil de soportar.

Campañas electorales Esperanza Aguirre